sábado, 15 de mayo de 2010

V La Vuelta Fermosa


La ciudad atardecía lentamente, el calor no se apagó sino hasta la media noche. Del equipo de sonido brotaban las notas de viejos blues de Ray Charles. Raro… pues tanta gente pasa el día escuchando chamamé o cumbias en estas zonas. Pero en la casa de mis padres, vive también mi hermana que gusta escuchar y tocar blues y rock. Y tiene, además su banda, con quien interpreta lo que llaman “puro rock formoseño”. Su grupo se llama Deeperblack y suena en radios locales, según me contó. Parece que hace un tiempo los jóvenes formoseños tienen una importante movida. Y en You Tube cuelgan videos que van experimentado… Pude ver videos de chicos que hacen fusiones de folklore y rock, chamamé instrumental, coplas y rock, y un largo etc. La tranquila vida de la Villa fue rotando a lento, pero continuo movimiento de ciudad fronteriza. Las FM pululan hoy en día. Hay sistemas de televisión por cable y satelital, estos inundan con nuevas propuestas y eso estimula el crecimiento, además las propuestas jóvenes son, cada vez mejor recibidas por programas realizados en al misma ciudad. Los jóvenes que viajaron a otras ciudades o provincias, se enriquecieron viendo otras posibilidades y al volver intentan darle un giro al modo de vida local. Muchos lo hacen, algunos inciden más que otros; pero la ciudad crece en habitantes, con personas que vienen de todos lados y eso también ayuda ampliar los gustos. Los que vienen traen sus costumbres, sus modos de hacer y eso también incide, es una ida y vuelta permanente. Más allá de los lineamientos políticos, la ciudad –cualquier ciudad- crece por efecto de distintas variables. No todo es explicable por políticas del gobierno de turno, por el modus operandi de sus ejecutivos, aunque tienen su peso. Y toda vez que se promueve el intercambio, la apertura, la convivencia con otras formas de pensar extra-regionales conlleva, seguramente, a una mayor amplitud de criterios, de visiones del mundo que, permiten el desarrollo. Así se ve la ciudad en dos ruedas… Algunas cosas parecen cambiar, pero no todas. Lo que pasa que muchas veces los cambios son lentos. Hay sectores de la ciuda donde parece que el tiempo se detuvo, no pasó, salvo algunas calles pavimentadas más. En otras zonas, justamente, las calles pavimentadas permitieron un desarrollo económico de porciones de barrios. Algunas veces es el paso deuna línea de transporte colectivo urbano lo que facilita eso, pues dicha calle es más vista por más gente, elo lleva al establecimiento de más comercios sobre dichas calles. Así es posible ver supermercados, talleres de bicicletas y motos, carnicerías, panaderías y otras cosas donde antes nada había. Girando por las avenidas se ve por ejemplo un enorme hospital que lo llaman, Hospital de Alta Complejidad, un nuevo estadio cerrado, usado para eventos varios. Atrás quedan también el estadio de fútbol y las plazas temáticas por donde mucha gente transita en horas de la tarde, cuando el sol cae, cuando el aire se pone menos caluroso. Algunas personas salen a trotar y otras, simplemente toman un helado o el clásico tereré para lo cual no parece haber hora de finalización, pues aún muy tarde en la noche se ve a algunas personas tomar el tereré. En dos ruedas puede verse también, por un lado y otro, a jóvenes reunidos, tomando cerveza o algún refresco, en la zona de la costanera. Esta zona es la preferida por muchos que tiene vehículos, tanto a la hora de la tardecita como de noche, pues es la parte de la ciudad más fresca. Puede verse una interminable fila de autos circulando unos detrás de otros, motos de distintas cilindradas, gente de a pie, todos muy distendidos. Algunas personas suben al mirador de la ciudad y desde allí aprovechan para ver la ciudad con la caída del sol. Es un antiguo silo convertido en mirador. El aire fresco sube desde el río y gira en la misma Vuelta Fermosa. El paisaje adquiere, desde el sitio, una dimensión diferente. El alma se llena de gozo, pues las aguas, aparentemente mansas, bajan por el río Paraguay, se ven barcazas, movidas por algún remolcador, lanchas transportando personas entre la ciudad de Formosa y la ciudad de Alberdi, pueblo del Paraguay que está justo en frente. Del otro lado del río se ve la ciudad de Alberdi, cuyas costas, según la época alberga barrancos o costas arenosas, pero también según la zona de la costa. Después de dar la vuelta el río, generalmente se forma una zona de playa, que en ocasiones ha sido muy visitada por los formoseños cuando se han quedado sin playa. Insólita situación al vivir sobre este gran río y con las altas temperaturas reinantes en el verano, que llegan a 45 o 49 grados centígrados. En las costas se alternan barrancos y playas, pero regularmente están tapizadas por camalotes. Lo cierto es que las subidas y bajadas del río inciden en la vida de los habitantes, de un modo u otro. Por ello, la construcción de costaneras es tan importante para la vida de la ciudad de la Vuelta Fermosa, fundada con el nombre de Villa de la Vuelta Fermosa, por el comandante Fontana en 1879. En la ciudad de Alberdi dieron también importancia a la construcción de una costanera, sostenida por tejidos y piedras, porque año tras año, la corriente se lleva porciones importante de tierra, que en general es bastante arenosa. Y en general, estas construcciones son elementos para dar cuenta de que, estas ciudades fronterizas, están creciendo, nótese o no. En 2 o 3 giros de ruedas se puede apreciar la importancia que tienen la enorme cantidad de árboles de mangos para los habitantes, pues se ven por doquier personas sentadas bajo su sombra. Aunque algunos no recogen la fruta, otros sí lo hacen y es un producto comestible y al alcance de la mano. También hay abundancia de citrus diseminados por las veredas y dentro de las casas. Todas, eso sí, con el tinte particular que le da el polvo a toda la ciudad. El viento norte es quien impone su fuerza, su ritmo a la región. Pues en ocasiones la temperatura llega a los 50 grados centígrados y la sensación alcanza los 56. ¿Quién puede andar tan campante en medio de ese horno en que se convierte la ciudad? Y eso parece peor cuando sopla el viento norte. Todo se llena de tierra, del gris polvo que llega a los más recónditos lugares de las casas, donde no hay franela que limpie, o aspiradora que lo saque de una. Aunque se me ocurre pensar que es el mejor lugar para vender aspiradoras y aparatos de aire acondicionado. La ciudad crece, a su ritmo, pero crece. En parte muy vertiginosamente, pero las obras de saneamiento no van al mismo ritmo y ello provoca, tras la caída de pequeños tormentas de lluvia de pocos milímetros, el estancamiento provisorio de las aguas en las calles. Además, hay problemas con el agua corriente, que lleva a un lucrativo negocio con la venta de agua en cisternas de 3000 o 5000 litros o en bidones de 10 litros. Tal vez, por estas temperaturas elevadas, algunos viajeros consideran a la zona como un pequeño infierno, pero todo es cuestión de costumbre. Lo cierto es que la ciudad en las noches, iluminadas por sus luces anaranjadas, simula bien un rojo infierno, que parece arder, desde la distancia. Contra todo mal protegen la ciudad de un lado la santa cruz y del otro la imagen de la Virgen Del Carmen, protectora de la ciudad. Son dos íconos, dos presencias que enmarcan la ciudad, denotan una forma de pensar y ver el mundo de los formoseños. Tras nueve días y noches pude disfrutar las calles y barrios de la ciudad, vi gente que conozco desde mi infancia. A algunos pase a saludar y a otros no quise importunar, pues con el paso del tiempo se impone una suerte de vacío, o quizás no, pero no sierre quise averiguar. Sin embargo, noté que algunas miradas se encendían, como diciendo, a éste lo conozco. El tema era ver si valía la pena interactuar después de tanto tiempo. Y me pasó algo curioso. En una salida en ómnibus local vi a una persona, pero me pareció demasiado joven… comparado conmigo. Creí a primera vista que era un antiguo compañero de la escuela secundaria, tan es así que le pregunté si era él, a lo que el poco sorprendido joven me respondió que no, era un hermano menor y que mucha gente lo confundía, que estaba acostumbrado. Le agradecí la respuesta y le envié saludos a mi ex compañero. Lo cierto es que el pasado se coló por doquier en mis idas y venidas por la ciudad, recuerdos varios y me pregunté sobre el presente, el pasado y decidí que el pasado debía quedar en el pasado, y que de él quedaba el calor, el viento y la tierra compartida por las distintas etnias que conviven, aún hoy en estas tierras. Guaraníes, tobas, matacos, españoles, italianos, polacos y criollos en cualquiera de sus manifestaciones. Se ve la cruza de etnias en los cabellos lacios, la tez oscura, los ojos negros o claros, el hablar cansino, las costumbres tan arraigadas. Volvía a mi mente al pensar en esta gente el problema de la distribución de la tierra, de la vivienda, del trabajo, del empleo público o privado, del tema del desempleo y las distintas formas de pensiones. Las largas colas de personas a la hora de la siesta esperando la distribución de alimentos como forma de pago de dichas partidas del estado. Y también pensé en las expresiones verbales despreciativas más usadas como: “sos un indio”, “ese tiene aspecto aindiado”, y un largo etc. que en nada ayudan a una mayor integración, de las personas. Pero todo esto es parte de la visión totalizante de eso que llamamos “lo formoseño”. Hay distintos aspectos, pero no este el lugar para tratarlos, pero sí para crear un punto de inflexión y detenerse. Pensar para seguir. Pensar para construir. El calor también tiene su lado agradable. Pues con la excusa de apaciguar el fuego las personas se reúnen a tomar cerveza. Y ello es más gratificante cuando quienes se reúnen son familia o amigos. Y eso es fácil de comprobar. Sin embargo, puede verse muchas veces a extraños que comparten una botella de cerveza mientras uno de ellos trabaja en la reparación de una rueda o en otra cosa, cliente y trabajador comparten para apaciguar el calor y surge una conversación animosa. Por mi parte pude compartir con amigos y familiares, al caer el sol, en casa de mis padres o a orillas del río, de varias reuniones. Congregados para compartir anécdotas del pasado o del presente, sueños y proyectos para el futuro inmediato. Enero es tiempote ese tipo de planteos. Entre quienes volví a ver estuvo Eduardo y su esposa con quienes compartí la alegría de recibir a un nuevo miembro en la familia. Entre empanadas y cerveza compartimos trozos de vida. La niñez vino de la mano de una antigua amiga de mi madre, y con ella, recuerdos de la escuela y los recreos. El viaje a la Vuelta Fermosa era un viaje en el espacio, pero también en el tiempo. Siempre es un poco así, creo. A orillas del río, en lo que era un antiguo galpón, construyeron un conjunto de restaurantes y bares que permite a los transeúntes de la costanera, disfrutar de un trago con vista al río. Allí, me di cita con un antiguo compañero de vida, un primo. Entretejimos historias, anécdotas, visiones de nuestras vidas y sueños. Fue una suerte de comunión, de pax, de reconstrucción de vidas a partir del relato. Pero fue también el punto de inflexión, para la toma de conciencia del aquí y ahora. Anduve las siestas y las tardes en el bi-rodado buscando huellas, sombras, raíces y los pedazos de historias para poblar las páginas en blanco de un futuro texto o hipertexto. Así, mientras descansé, también fui preparando el regreso. El combustible y el cambio de aceite se hizo necesario. No vendían, en ese enero de 2009, en todas las estaciones de servicio, combustible a quienes querían comprar provistos de un bidón. Estaba feliz pues estaba cumpliendo mis metas, y quizás hasta un poco más. Pero, de apoco, le fui dando forma al viaje de regreso. Mientras tanto compartí con mis padres y hermana, los sabores de la cocina materna, los buqué de vinos de la tierra patria, los gustos de las comidas tradicionales como la sopa paraguaya, el chipá, el chipá guazú, la mandioca simplemente hervida, la empanada de surubí y la de cola de yacaré, probada a orillas del río en uno de los restaurantes de la costanera. No faltó el dulce de mamón ni la champagna compartida con la tía “diabética” –Pety. (Lo que no sabía era que, esa, era una de las últimas veces que podría compartir con ella aquellas experiencias.) lo cierto es que toda excusa era buena para poder saborear cervezas de distintas marcas. Finalmente llegué al noveno día de estadía. Era la última noche. Era tiempo de despedirse, de intercambios de regalos, de buenos deseos, de retomar cada uno su camino. Fin y principio de nuevas experiencias, caminos entre líneas paralelas.

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Atte. Pedro Buda

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