Tras 500 años de la llegada de los
españoles a América dos hombres se encuentran. Uno es descendiente
del líder de Abya Yala1, Moctezuma, y el otro es
descendiente de Cortés, un líder de los soldados españoles que
salieron a ampliar los horizontes de la tierra por ellos conocida.
Todo en su encuentro parece normal y se vuelcan a participar de
charlas y conversaciones pertinentes a ese encuentro de culturas que
se produjo 5 centurias antes.
El descendiente de uno de aquellos
primeros exploradores -al que llaman conquistador – inicia una de
las disertaciones, más o menos así: “La imagen
dominante que podemos tener de ese siglo XV es el de
unas carabelas partiendo
con apenas una centuria de hombres - mal armados, acompañados
por un par de religiosos, un alfabeto y pocos
libros- munidos de hambre de posesiones,
algunos caballos y perros y la creencia de que su Dios era el
verdadero creador y benefactor. Hombres que
salieron a recorrer aquellas aguas extendidas más allá del puerto
de Palos, con la firme intención de dejar sus huellas, en
playas, más allá de la tierra
conocida. Porque casi que no hubo mujeres en las
expediciones, y eso jugó, parece, un rol importante en
lo que se dio tras la llegada de estos hombres
blancos a las tierras que llamaron Indias…” “Y
es importante decir: ‘Perdón’ Porque alguna que otra cosa, se
dio fuera de lo encomendado…”
El otro descendiente, no lo dice, pero no
puede perdonar, sino simplemente aceptar, que los hechos ocurrieron,
de la forma más inimaginable para la conciencia actual, pero no para
esos tiempos pasados. Y sabe, lo sabe bien, que en los tiempos
previos a la conquista, por miles se descabezaban a los enemigos, en
honor a los dioses. Sus corazones eran extraídos del cuerpo y
regadas las paredes de templos con sus sangre para evitar posibles
castigos divinos. Y sabe que hubo encuentros, de hombres y mujeres de
ambas culturas, las que fueron forzadas en su mayoría, no consentidas.
Las tertulias pasaron rápidas, de una a
otra, pero en el medio se dio otro encuentro, quizás más raro,
quizás no habitual y de lo que -los descendientes- no recuerdan cómo
entraron. A la audiencia de estos descendientes de líderes, se
sumaron otros, que siempre estuvieron allí, esos que eran
representados como el Dios sol (Inti, Ra, Tonatiuh; Huitzilopochtli;
Helios; Apolo, Febo; Tsohanoai; Amaterasu; Balder; Tañe; Baal;
Malina) o como el Dios único, el cristiano, o como el rayo o el dios
serpiente Amaru. Y a ese encuentro no fueron invitados estos
descendientes, pero sí participaron, aún no consintiéndolo. Y se
encontraron, en un mismo espacio-tiempo, con sus ancestros y con
aquellas carabelas, con esos aventureros y desposeídos hombres
blancos, que nada tenían por perder… Y también estaban, aquellos
hombres de pieles descubiertas, algunos -sin embargo- con delicados
tejidos sobre sus fornidos cuerpos, otros con pieles y botas de cuero
amarrados con trozos de cuerdas de fibras.
Estos seres -los representados como
dioses- se comunicaron con estos descendientes de un modo que les
fue posible comprender, sin hablar, como que les leyeran sus
pensamientos y les contestaran de igual modo -¿sin un medio común
de comunicación?- excepto los pensamientos, imágenes. Pero imágenes
y pensamientos que sintieron como propios, comunes. Les pareció algo
raro casi un tanto antojadizo.
Uno y otro se mostraron sorprendidos,
maravillados. El espectáculo ante sí fue, a las claras, increíble.
Se respira -pensaron- un aire fresco, aromas de frutas como la
chirimoya muy aromática, con sabor dulce ligeramente ácido que
recuerda a una mezcla de piña y plátano o al sabor de la pera y
también percibieron el olor reconfortante de la vainilla, aunque así
también olores desagradables de animales, de sus heces. Los colores
ocres de las naves de navegación marítima del siglo XV contrastan
con los multicolores de otras naves, o eso parecen, que se deslizan
ante sí, sin emitir sonido alguno. Todo sucede muy rápido aunque al
mismo tiempo, no hay indicadores del paso del tiempo. No oscurece, no
aumenta ni disminuye la luz. Todo parece estable, quieto, inmutable,
aunque ante sí, ocurren cientos de movimientos, de un conglomerado
variopintos de seres, que cruzan en un sentido y en otro, interactúan entre sí y con ellos, pero parecen ser espectadores sentados en
primera fila, observadores y objetos observados, a la misma vez.
Imágenes se despliegan ante sí. Como
una suerte de pantalla sin que exista tal. Como los hologramas que
representamos hoy. Muestran jinetes corriendo con perros por delante,
como cazando humanos de a pie. Hombres degollando a otros, por
cientos y arrojando sus cabezas por el borde de una suerte de
pirámides, los grandes templos del pasado. Hombres de túnicas,
leyendo libros, construyendo edificios, enseñando y aprendiendo.
Letras, signos, rutas, estrellas,
calendarios… Surgen centurias de voces y textos, palabras, signos:
aguacate/ testículos de árbol; cacahuete; chicle; tiza; tomate/agua
gorda; naná naná/ananá; yacaré/sobre el agua sólo la cabeza;
kapiÿva/ señor de la hierba (carpincho); (cancha) kancha /recinto,
cercado; chakra/granja; (cura)Kuraq/jefe de una comunidad en el
Imperio Incaico; (maíz) mahís/ fuente de vida; carpa; chiripa;
pisco; mate; pampa; papa; coca; choclo; quinoa; alpaca; canoa;
iguana; carey; yuca; hamaca; sabana; huracán; chinchilla; poroto;
cholo; taita; colibrí,
Y después, aunque podría ser que lo
vieron antes -pues parecía un sueño todo, se mezclaron imágenes,
sensaciones, olores, no existía silencio, pero ellos, los dos
descendientes, no podían hablar, sólo sentían – vieron largos
textos, cifras, números, planetas, estrellas, galaxias, y otras
civilizaciones, nunca vistas, pero habían, claramente, otros seres -
ninguno existente en esta tierra del siglo XXI, por ellos conocidos.
Vale decir, que los descendientes,
tampoco recuerdan como salieron de aquellos encuentros
multitudinarios, multiculturales y multiespacio/tiempo. No lo
recuerdan, pero sí que participaron, sí que sintieron, vivieron,
olieron y hasta degustaron comidas y bebidas, incluso sienten que
viajaron más allá de lo que se animan a pensar, porque el sólo
pensar, cuesta. Mucho menos poder explicar.
Continuó, entre ellos, esa suerte de
comunicación de pensamientos, eso que mantuvieron con esos seres de
naves vistosas y silenciosas. Cuando quisieron expresar con sus
voces, casi que no pudieron, menos quisieron. Y entre ellos, sólo
atinaron a pensar: “¿Fue cierto, vimos lo que vimos?”
-dijo el descendiente de Cortés. Y el otro respondió: “Parece
que sí, pero nunca podremos contarlo, hacerlo nos llevaría al
encierro en un hospital psiquiátrico,
¿No te parece...?” Fue la respuesta del descendiente de
Moctezuma. “Sí, pero quizás, quizás -pensó el
descendiente de Cortés- quizás podamos dejar unas
huellas en un escritor loco, que acaso no le
importe, o no entienda, los signos, las huellas que deja en el papel
o en ese computador que simula la alba
sustancia. Quizás ese... Ese escritor... Loco,
no sea; pero quizás se haga pasar por tal, para evitar
las represalias”.
Pedro Buda
2022
1Abya
Yala es el nombre más antiguo actualmente conocido que hace
referencia al territorio americano. Literalmente significaría tierra
en plena madurez o tierra de sangre vital.
*Este cuento se presentará para el libro del Taller A.L.A.S. del año 2022, coordinado por Lucy Díaz Tauber.