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martes, 24 de agosto de 2021

Cuento - Página en Blanco

 



En estos días pasados, tuve un fuerte dolor de garganta. Típico cuando el frío hace su aparición tan bruscamente. Y avanzó con rapidez, el dolor, luego la febrícula y tuve que llamar al médico. Y claro, estamos en tiempos de pandemia, del COVID-19, año 2021. Y antes de que venga un médico, me mandaron hisopar. Bueno, qué más remedio…

Un día después de llamar, casi sobre las diez de la noche vino el “hisopador”, bueno, el técnico, el que realiza el servicio, enfundado en su túnica de tela de arroz, y los guantes, y el protector para el cabello. Saludó y explicó brevemente el procedimiento. Todo fue muy ágil y al salir se dio una charla superficial. Comenté… De Covid no me voy a morir… Sí, dijo sin estar muy convencido. Y respondí, que igual por alguna razón dejaremos este mundo para entrar al otro, al distante y cercano a la vez… Él, con muy bueno modos, no lo negó, pero dio a entender no creía en otro mundo… Se concretó a decir: “Si usted cree, está bien…”

Yo lo miré y le dije: sabe que yo llevo adelante un Podcast, al que llamo Página en Blanco.

-Perdón... escuché la palabra pero no sé bien qué es

-Es una suerte de programa de radio, pero a la carta. Usted elige un programa, y luego escucha los episodios que los responsables van generando. Hay Podcast de diversos temas…

-Entiendo…

-Yo empecé a hacer el programa y, poco a poco, del otro mundo se empezaron a contactar conmigo…

-¿Cómo? No le entiendo…

-No me tome por loco, amigo. No lo estoy y se lo voy a demostrar. Venga, pase. Aquí está mi notebook, y en este cuarto hago las producciones…

-Interesante, es de lo más común, perdón, no hay nada raro, excepcional…

-Por cierto, no. Pero toda la comunicación se inicia un rato después de encender la máquina, verá… Enciendo la notebook, y espere un minuto. Sé que lo esperan, y otros pacientes también, pero no se arrepentirá. Siempre y cuando ellos vengan…

-¿Quiénes?…

-Ellos -dije, al tiempo que iban apareciendo los rostros de docenas de escritores, muchos desconocidos, otros no

-Yo conozco a ese, y a ese, a esta mujer no como escritora, pero era una vecina. Falleció hace diez años… No puede ser…

-Sí, eso pensé yo, también. Sí, lo pensé. Pero se comunican por medio de la pantalla, en realidad por medio de la página en blanco.

-¿Y qué le dicen? ¿Cómo están? ¿Dónde?

-Bueno, algunas veces responden, en realidad casi siempre dicen cosas, escriben cosas. Y me contaron que en ese/este mundo en el que están, un suspiro pueden escribirse en cientos de páginas en blanco, una sonrisa en un centenar de libros, una palabra dicha por un enamorado puede sumar varios volúmenes de páginas… Cosas así. Y me confesaron que si hubiesen tenido oportunidad de contar algo más de sus escritos lo hubieran hecho, pero no siempre hubo estas posibilidades de compartir las cosas, incluso, rara vez pudieron publicar sus textos.

-Interesante… increíble… No lo puedo creer, pero los estoy viendo, y me miran… Increíble. ¿Y qué piensa hacer con esto?

-¿Con qué?

-Con esto, con esta comunicación que ellos tienen con usted…

-Nada, nada. Es lo que acordamos, pero hay excepciones. Una es usted. Quise compartirlo, y ellos aceptaron, de lo contrario, no hubiesen aparecido.

-Entiendo… Bueno, no sé, si realmente entiendo. Pero, bueno, gracias. Creo que gracias. Debo irme.

-Vaya usted tranquilo. Quizás nos volveremos a ver, en esta o en la otra vida…

-Sí, claro… Definitivamente, sí. Gracias por compartirlo. No se lo diré a nadie. Es mejor, como usted dice… Lo pueden tomar a uno por loco.

Pedro Buda

2021


Página en Blanco - CC by-nc-nd 4.0 - Walter Hugo Rotela González

jueves, 24 de junio de 2021

El fuego (Cuento)

 

Imagen registrada por Juanra Gallareto. La fogata fue encendida en el día de San Juan. 

El fuego arde en la orilla del río que baja lento, serpenteante. 

Del otro lado, el zorro descubre al cazador, aunque lo olfateó varios kilómetros antes. Y se acercó, no por descuidado, no por temerario, sino por conocer a su rival, el hombre que conoció el fuego y lo dominó. Con lentos pasos se alejó, mientras la luna brillaba en lo alto por encima del cerro. Hasta la cima llegó y dejó oír su característico aullido. La tierra se estremeció bajo sus pies. Pero el cazador no se inmutó, simplemente cargó su arma, y bebió su café, no volvería a dormir en más de cien noches. 

El fuego protegía a su especie, pero ¿lo protegería a él?


(Cuento inspirado en la imagen compartida por Juanra Gallareto en su muro de Facebook).

Walter H. Rotela G.

24/06/2021


jueves, 21 de noviembre de 2019

11 años de Huellas de Pedro Buda - el formoseño

Mis huellas...

Esta primera imagen que comparto aquí es una suerte de resumen -en formato de imágenes- del recorrido de mis huellas desde que inicié este camino de compartir mis huellas. Aparecen las portadas de algunos de mis libros y la ilustración que definió un sitio donde publican algunos de mis cuentos en la Web.  
  Allá por el 20 de noviembre de 2008 se inició este camino de publicaciones en este blog, que fue el primero que cree para compartir mis pensamientos, mis relatos, mis notas... 
  El camino de mis huellas comenzó mucho antes cuando fui dejando impresiones en unas hojas, antes albas, hoy amarillentas, por el paso cierto del tiempo. Eso fue allá por mediados de 1992, tras mi llegada a Uruguay. 
  Recuerdo bien la pregunta de un mozo, de un bar que frecuentaba entonces, que de tanto ir y venir, se acercó y dijo: <<¿Qué es lo que tanto escribe, si se puede saber?...>> Y realmente no supe qué contestar. Fue pasando el tiempo y de aquellas primeras impresiones sobre el lugar de residencia, sobre la gente que vivía en las calles, sobre la gente que corría en los horarios de salida de sus trabajos, sobre la gente que se reunía en un bar a tomar algo al salir de trabajar, sobre cómo eso me marcaba fui girando a crear situaciones de ficción pero donde poder mostrar algo de ese mundo circundante; pero con un poco más de sabor, con un toque de condimento, con acompañamiento o sin él. Fui buscando esas huellas, fui encontrando un camino y así se fue creando este trayecto que llevo andando desde aquellas primeras huellas sobre el papel. Tiempo después los pensamientos se posaron sobre papeles pero con letras de máquinas de escribir, después se volvieron virtuales...

Captura de pantalla de otro de mis blogs
  Así en el 2008 nace, surge esta una nueva forma para seguir andando el camino. Cursaba la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación, aún hoy no concluida. Y, poco a poco, fue tomando forma esto de escribir no sólo para alguien que esté cerca, a quien pueda mostrar un papel, una hoja, sino que fue surgiendo ese lector que está aquí, allá o acullá, como diría el autor uruguayo... Y los relatos llegaron "por su cuenta", ¿será?, hasta rincones que nunca creí llegar. Cruzaron el Atlántico, cruzaron parte de América y así siguieron. Fueron apareciendo lectores, comentarios, consejos... Así fue que me animé a publicar en la Editorial de auto publicación Bubok. Y fue por consejo de alguien del otro lado del charco grande, como podríamos llamar al Atlántico. Todo fue un lento proceso que tuvo días de mucho viento, y otros en que no soplaba nada, y parecía que el barco velero se quedaría allí sin proseguir; pero siempre hay días mejores, por venir. 
  Pasa el tiempo, ciertamente, y es un placer seguir aquí en esta aventura de escribir, de compartir, de contar. Conocí a muchas personas gracias a la red de redes, la Internet. Con algunas de esas personas compartimos espacios en sitios de escritura, con otros compartimos espacio-tiempo en sitios de publicaciones, de comentarios, de críticas. Con algunos seguimos compartiendo y con otros no se pudo, porque algunos sitios desaparecen y por otras razones, en general, debido a que en la red los sitios suelen ser de duración no tan larga. Puesto que cuesta mantener algunos sitios o la misma red considera que ya no son útiles o los empresarios no le encuentran un lado rentable, desaparecen. 
  En fin, hoy siendo que pasaron cuatro minutos del 21 de noviembre, sigo celebrando este aniversario número 11. Y voy dejando las huellas en busca de un nuevo año. Paso a paso, las huellas siguen formándose y los invito a seguir compartiendo conmigo este camino que junto hacemos posible: tú leyendo, escuchando, viendo, comentando, y yo escribiendo. Muchas gracias estimado lector de estas Huellas de Pedro Buda-el formoseño.  
    Estimado lector te invito, entonces, una vez más, a buscar en la barra de la derecha, en Etiquetas, la palabra cuentos, cuentos en Internet, o la palabra cuento o cuentos, para acceder a leer (gratis) algunas de mis creaciones. En tanto que, en la otra barra de la derecha, en la que lleva por título Mi lista de blogs podrás encontrar un enlace a mi sitio en la Editorial Bubok,  en ese sitio podrás acceder a mis libros publicados en la editorial que está presente en varios países. 
     Desde aquí quiero agradecer, muy especialmente, a las muchas personas que son responsables de sitios Web, de distintas partes del mundo, de habla hispana, que me permitieron y/o me permiten compartir mis cuentos, en los sitios donde ellos son responsables. Gracias a todos y cada uno de ellos. En otra entrada ya los mencioné, pero vaya igual mi reconocimiento y gratitud, nuevamente. 
   Son once años de compartir de modo ininterrumpido 2008-2019
   Muchas gracias.   
   


lunes, 15 de mayo de 2017

El portal bajo el puente

Audiolibro 


El portal bajo el puente audio - CC by - Walter Hugo Rotela González










Recuerdo, perfectamente, cómo llamó mi atención una portera que vi, una mañana que recorría un camino en mal estado. Era una ruta provincial que, por cierto, necesitaba ser reparada. De hecho, unos 150 kilómetros al norte de la zona, estaban repavimentando, a un ritmo muy lento.
Aquella vista fue impactante, por ello disminuí la velocidad y regresé sobre lo andado, hasta parar a pocos metros de la entrada. Al costado del camino corre, en paralelo, la vía del tren. En un sector se eleva siguiendo la roca oscura y, debajo, se forma una suerte de cueva, que no es tal. No lo es porque, si bien hay una entrada, del otro lado se ve un extenso campo. Es más bien como un túnel corto.
Saqué mi máquina de fotos y registré aquella entrada. Como estaba en una curva, no quise detenerme demasiado tiempo, pues bien podría venir un camión y no tendría espacio y tiempo para evadirme. Estaba en parte sobre la calzada pues la banquina era escasa y se continuaba con un barranco poco profundo. De la ruta salía un sendero hacia esa entrada, pero parecía muy poco usado. La portera tenía una larga cadena y un oxidado candado muy antiguo.
Continué la marcha y conversé largo rato con mi acompañante en esa instancia sobre a dónde conduciría dicha entrada. Era un lugar inapropiado para tener un acceso a un campo, pues un camión no podría entrar, la visibilidad es mala desde el camino, por lo sinuoso de la zona.
Un tiempo después volví a pasar por el lugar y busqué, denodadamente, aquella entrada, aquél puente. Lo más parecido era una franja elevada por donde cruzaba la vía del ferrocarril, pero no había un túnel o entrada debajo. Las fotos no pude revelarlas sino hasta que pasó medio año casi, cuando lo hice. Cuando al fin tuve ante mí las fotos no era lo que yo había visto, o lo que recordaba. Me sentí muy frustrado ante aquella evidencia.
Por razones laborales, un par de años después, tuve que pasar por el mismo lugar. Me dirigía hacia unos campos al norte de aquella región y el camino seguía en construcción, aunque el tiempo transcurrido era importante. Supuse que la obra vial de la región atravesaba las mismas condiciones que otras del país.
Andaba muy atento y estaba acompañado por una persona que encontré haciendo dedo en una rotonda, en la entrada a un pueblo. Se dirigía, como yo, hacia el norte del país, por lo que le ofrecí llevarlo. Había perdido el ómnibus por media hora y no quería quedar varado en esa zona. Él era un arquitecto que en sus ratos libres gustaba adquirir conocimientos sobre fenómenos extraños, entre los que incluía el avistamiento de ovnis. La conversación fue derivando hacia esos temas, pues el hombre era un apasionado, con amplio conocimiento, a juzgar por su atinada plática, llena de datos concretos, referencias accesibles y precisión de la información. Lo sé porque en mi profesión –soy ingeniero- la precisión es indispensable. De hecho iba hacia el norte para ver un proyecto vinculado al aprovechamiento del agua en una zona donde eso es vital.
Estaba anocheciendo y el sol se perdía por el oeste muy rápidamente. La noche tomó por completo la ruta y la visibilidad era escasa, aunque se veían las estrellas en ciertas zonas. Nubes gruesas se extendían por doquier.
De repente vi la entrada. La curva estaba cerca, como aquella vez y tuve que andar un tramo para dar vuelta y acercarme por el otro lado de la ruta.
Recorrimos un buen tramo y no vimos nada. Seguimos unos 5 o 10 kilómetros y dimos la vuelta nuevamente. Y en un punto vimos la entrada. Un campo estrellado, totalmente luminoso se abría detrás de una abertura a un costado del camino. La curva, apenas estaba señalada por unas bandas que brillaban con las luces del coche. Me obstiné y paré, en seco, el auto. Desde esa posición se veía la entrada. Tomé la cámara y nos acercamos. Registré un buen número de fotos, ajusté la velocidad y la sensibilidad y disparé un número considerable de veces. Avanzamos a pié en la dirección que íbamos y fuimos perdiendo de vista la entrada. Al regresar sobre nuestros pasos volvíamos a ver la entrada.
̶ ¡No lo entiendo, no lo entiendo! –dije casi gritando.
̶ De esto es que te hablaba algunos kilómetros atrás –comentó, calmadamente, mi interlocutor. Muchas cosas, como ésta, no son fáciles de ver, menos de aceptar. Pero existen.
Pedro Buda

Walter Hugo Rotela González






viernes, 13 de mayo de 2016

Cuento: Soy Doctor

Los hechos relatados en este cuento se basan en algo que sucedió. Los nombres y parte de las situación fue cambiada, pero no lo principal de la situación.
Los invito a leer y luego a pensar sobre el tema.



Quien me relató el caso trabaja como guardia de seguridad, en el frente de una empresa bancaria prestigiosa, de la ciudad.
Una noche, ve aproximarse un vehículo a una zona donde habitualmente no se permite estacionar a los autos, pues ese sector de la superficie se ocupa para otros fines. Se acerca al conductor del vehículo y le solicita que retire el coche de la zona, pues la orden del gerente, expresamente, solicita que esa zona quede despejada de vehículos, por razones fundadas que sólo él conoce, y otras personas, poca; pero que no necesita explicar. Simplemente, como directivo de la institución así lo hace saber y debe cumplirse.
El conductor del coche se negó a mover el vehículo. No conforme con eso apagó el motor y se bajó.
La noche estaba fría, y el veterano guardia sintió que si le sumaba al frío el pasar un mal momento, quizás, solo quizás, le podría dar un infarto, entonces la dejó pasar. Pero le sugirió que por el bien de mantener su puesto de trabajo, retirara el coche de la zona, pues el gerente, en poco menos de una hora bajaría del  piso 21 y le recriminaría sobre el asunto del coche y hasta podría despedirlo.
El joven, con actitud desdeñosa, le increpó que no se metiera, que era un inservible, un inútil. A lo que el guardia le respondió que estaba muy equivocado. Le contó que, además de trabajar allí, era patrón de su propio negocio y poco más, pues entendió que su interlocutor comenzaba a burlarse y, además le increpó: "Mirá, si te parece te traigo una autorización firmada por tu gerente y certificada por un escribano".  
El guardia, se calló, se metió en la cabina de plástico donde pasa las noches como modo de protegerse de las inclemencias del tiempo. Contó hasta mil novecientos noventa y nueve y siguió.
El veinteañero conductor, no paró. Mientras se retiraba dejó muy claro su profesión: "Soy doctor, médico, me entendés".
El guardia se preguntó, entonces: "¿Para esta educación de nuestros hijos pagamos los impuestos? ¿Para esto nos descuentan del sueldo esto y aquello? ¿Para "educar" en qué valores estamos invirtiendo los ciudadanos?
Lo que me llamó la atención  −según me contó el guardia− fue la expresión del jovencito: "Soy doctor".
Pedro Buda
2016

jueves, 21 de agosto de 2014

"El café de Gurbindo" de Walter H. Rotela (Pedro Buda)




Les dejo en esta entrada el bookmovie de El café de Gurbindo. Espero les guste y si es así y lo desean compartir, pueden hacerlo.
Aprovecho la oportunidad para agradecer a la gente de The Booksmovie la gentileza.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Cuento: Navidad y... un niño negro

Era la noche de víspera de navidad y el cielo estaba nublado, gris. Algo de brisa movía lentamente enrojecidas nubes dispersas que entrelazadas, cual eslabones de una gran cadena de una larga historia, pasaban en celestial imagen.
Ruidos de cohetes y bombas de estruendo terribles se mezclaban con distintos tipos musicales que, al unísono flotaban en el aire limpio de la Noche Buena.
El cuarto estaba abierto, tanto del lado de la puerta que daba al salón principal como la puerta de dos hojas que daba a la azotea. El viento corría de un lado al otro trayendo olores a comidas y petardos, a perfumes de flores distantes y a los usados por mujeres circundantes.
Dentro del cuarto todo estaba tranquilo, solo la música giraba mansa y acogedora en medio del parqué que relucía, por haber sido limpiado y luego encerado. Esto resaltaba sobremanera la limpieza del cuarto, el cual estaba arreglado como para una ceremonia nupcial, como para un par de recién casados.
Ella estaba vestida como una reina, de jean, con el cabello largo impecable, bien peinado y delicadamente arreglado, como solo ella se daba maña para lograrlo, en las tardes tranquilas, luego de la faena diaria.  Él estaba, como haciendo juego, vestido de pantalones vaqueros y camisa blanca, mangas largas arremangadas, con el cabello corto, muy corto – tal como el personaje de una película que estrenaban esa semana en la cartelera de un cine del centro.
Eran realmente una pareja, por como lucían, por como estaban vestidos, por lo bien que se llevaban. Eran dos individuos que armonizaban por esa rara casualidad del destino.
La noche estaba con toda la calma y el movimiento a la vez, con toda la paz y la algarabía de la noche buena.
Esa fresca noche, algo nublada en que todos comían, brindaban y cuando todos se estrechaban abrazos y regalaban besos, ellos se disponían a entregarse en cuerpo y alma. Por casualidad ocurrió su encuentro en ese lugar del universo, como por obra del destino, del designio, de esas cosas de la vida de las cuales no se saben por qué pasan, pero pasan. Y en un momento inesperado. Esa misma noche un niño estaba pasando hambre, vagando en busca de algún alimento, de algún resto de comida, de algún trozo de torta o pan dulce que impida al estómago hacer más ruido.
La pareja se dejó influir por la música y se unieron en una simple danza, en un girar suave, acompañando las melodías que brotaban mansas de dos negros parlantes de un radio-grabador.
Ella lo tomó por el cuello; él la abrazó por la cintura. Aproximaron sus mejillas y se rozaron pálidas, suaves, casi imperceptiblemente. Sintieron, sin embargo, que se encendía un rubor, afloraba un calor y surgió un beso, la unión de sus cuerpos en una sola pieza danzante.
Del patio vecino surgió despacio, sigilosamente, una sombra. Un niño de grandes ojos negros, de esclerótica muy blanca, que resaltaba en medio de su oscura piel morena. Lentamente llegó hasta las inmediaciones de la terraza, sobre el borde lindante, en una esquina, bajo la frondosa copa del árbol del patio vecino. Éste lo protegía de los esporádicos momentos de “luz” luna.  
Junto a la puerta de dos hojas que daba a la terraza había un clásico paquete de pan dulce; una botella de sidra y otra de vino; pan negro y varios fiambres cortados en fetas y en trozos; unas porciones de pizza y algo de ensalada de frutas. Todo eso estaba sobre una mesita plegable  junto a un par de sillones bajos.
Ellos volaban en un sueño de amor, en un baile sin fin, en medio de un momento eterno. El niño estaba atento, escuchaba y esperaba el justo momento, el instante preciso en que habría de tomar aquél botín que al alcance la mano y ante sus ojos tenía. Esperaba simplemente quieto.
La música seguía sonando aún mientras el pequeño se animó a salir de su improvisado escondite en rápido y pensado movimiento para llegar al botín. Lo tomaría y saldría como un rayo, tal como lo había visto en la televisión, en las películas del cine al que alguna vez fue y al que accedió sin que los acomodadores lo vieran.   
Los perfumes flotaban en el tranquilo aire del cuarto y afuera la brisa embriagaba con perfumes de frutas de estación y flores, con el aromático olor de  la cebada transformada en cerveza.
Adentro los jóvenes sentían sus cuerpos calientes. Afuera el niño sufría, percibía el sudor frío corriendo sobre su piel erizada. Sus ojos turbios miraban fijamente la mesa servida. La saliva abundante se hacía difícil de tragar, se desbordaba por las comisuras labiales, mientras las piernas temblaban y el estómago gruñía, una vez más.
La joven rozó sus piernas por detrás de las de él, y luego tomó con la mano derecha la parte de las nalgas de él y lo acarició. Él dejó escapar un suave suspiro y repitió la operación sobre los glúteos de ella, al tiempo que rozó con su rodilla las partes internas del muslo de ella.
El niño, de todo esto no se dio cuenta, no lo vio. Solo se percataba de que una pareja estaba distraída bailando en una azotea, mientras una mesa llena de alimentos esperaba a un costado.
La música continuó sonando mientras el volumen, poco a poco, fue aumentando;  las luces se perdieron, se fueron apagando.  El ambiente quedó en penumbras.
El niño salió de un salto de su escondite. Del follaje, de la oscuridad surgió sobre el piso de la azotea, realizó pazos precisos, sigilosos, aparentemente por nadie más percibidos.
Los amantes jugaban y suaves risitas dejaban escapar; lo que notó el niño que cargaba los alimentos presurosamente, dentro de una servilleta grande o un repasador.
El joven escuchó los ruidos y quiso investigar y avisó a su compañera disimuladamente, mientras seguían el juego de la danza. De un brinco casi salió fuera del cuarto, se quedó en el umbral, atónito, casi estupefacto.
El niño, sin embargo, se paralizó; quedó atónito sin saber qué hacer en un principio, mas luego acertó a correr pero, una cuerda usada para colgar la ropa le detuvo en seco la carrera. Lo inmovilizó a la altura del cuello la cuerda y también el joven, que lo atrapó de un brazo.
El niño forcejeó. Intentó zafarse a toda costa moviéndose de un lado a otro, profiriendo mil palabras, cien maldiciones y un grito desgarrador, momento en cual dejó caer algo de la improvisada bolsa de tela.
El joven sujetó mejor al pequeño raptor, lo acorraló contra la baranda, mientras la muchacha aún adentro, sorprendida, encendió la luz del velador que estaba sobre la mesita de luz. Notó sus manos sudadas. El ambiente adquirió otro matiz. La pareja reparó que se trataba solo de un niño, de tez morena, donde resaltaban sus furiosos y   atemorizados, a la vez, ojos y sus blancos dientes rechinantes.
Al recuperarse de la sorpresa se tranquilizaron, lo calmaron al niño y le hicieron varias preguntas que en principio rehusó contestar, pero luego aflojó. Finalmente se sentó y rompió en llanto, balbuceante confesó su hambre y desesperación.
Esa noche ellos le dieron de comer. Tenía una casa, sí, pero con padres igualmente hambrientos.
Una vez que el niño devoró los alimentos, el joven lo miró tranquilo a los ojos, y con voz serena le dijo: “Vuelve mañana temprano y te llevaré a un lugar donde puedas ganarte el pan honradamente”. El niño lo miró por un largo e interminable minuto, quizás tratando de adivinar lo que su interlocutor pensaba, pues le había atrapado primero y luego le hizo preguntas y finalmente le dio comida. Asintió con la cabeza, luego se marchó sin decir palabra. Con pasos lentos, con los pantalones a medio caer y la mirada al piso se perdió entre las ramas del árbol.
La pareja se quedó sola en medio del silencio, con mil preguntas y alguna reflexión a medias. Poco a poco, volvió la calma de la Noche Buena. Retomaron el camino hacia los tiernos abrazos y besos.

Al tercer día, el niño se presentó ante la puerta del frente de la casa. Pidió hablar con el hombre del bigote negro.
Quien respondía a las descripciones indicadas por el chiquilín se presentó ante la gran puerta de hierro y lo atendió. Conversaron brevemente y fueron hasta un supermercado cercano, donde el hombre de bigotes preguntó por el gerente, quien era su amigo. Éste los recibió, escuchó el planteo de su amigo y tomó al niño bajo su responsabilidad. “Habrá que intentar una solución...” –dijo.
̶  Gracias – respondió el joven de bigotes ̶ gracias por este favor. Espero que el niño se forme, como tantos otros aquí.
̶  Así será, así será -aseveró el gerente.

El tiempo transcurrió rápido ese año que empezó después de esa Noche Buena. La pareja concretó su relación y se casaron. Un año después pasaban la navidad en el mismo lugar, bailando como un año atrás.
 El pequeño, ahora un año mayor, se presentó agazapado en las sombras… Y cuando creyó conveniente se aproximó y dejó un paquete gigante, con un hermoso moño rojo,  una flor y con una diminuta tarjeta.
Esta vez, los jóvenes esposos, solo sintieron que alguien se alejaba. Salieron los dos juntos y encontraron el bulto en las sombras. Se aproximaron y alcanzaron a ver la tarjetita que tenía escrito: “Gracias por aquél regalo” Firmaba: Un niño negro
Walter Hugo  Rotela González
Pedro Buda
Escrito en 1992


*Tal como reza debajo del cuento, éste fue escrito en 1992 y recién esta navidad lo publico. Puede decirse que cumplió su mayoría de edad y recién vio la luz. 
En mis conversaciones con algunos amigos o con interlocutores circunstanciales suelo mencionarlo al cuento pero no lo publiqué antes. Me pareció que era tiempo de hacerlo y así forma parte de este blog desde hoy.


domingo, 7 de julio de 2013

Cuento: AL RINCÓN...



Don Roberto Fuentes, llegado el día de las elecciones nacionales, fue a votar. Le tocaba sufragar en la misma institución donde cursó sus estudios primarios. Haciendo la fila para acceder a la urna recordó viejas historias de la infancia. Por momentos se lo veía sonreír, de a ratos el ceño aparecía fruncido y nervioso. Esto empezó a llamar la atención de uno de los funcionarios que atendía en la mesa de votación.
   Llegado el turno de don Roberto presentó la Credencial Cívica, el fiscal buscó en la lista que disponía ante sus gafas y lo autorizó a ingresar al cuarto secreto, al aula de clases que tan bien conocía don Roberto, pero de lo cual nada dijo en ese momento.
   Ingresó, buscó su lista y dirigió la mirada hacia los bancos, hacia la mesa del maestro de cuarto año de la escuela primaria. Parecía estar allí el viejo Rigoberto, al que tantos como él, le temían en la niñez. Rigoberto y su hermano, habían creado una malísima relación con la mayoría de sus alumnos y el tiempo no había borrado los malos momentos.   
   El fiscal de mesa miraba insistentemente su reloj pues el hombre adentro demoraba más de lo prudencial, más que lo que cualquier otra persona que hubiese pasado en sus casi veinte años de servicio a la democracia, como fiscal, como testigo de elecciones nacionales, de lo cual estaba muy orgulloso. Miró su reloj por enésima vez y cuando estaba a punto de ir a ver qué demoraba al votante, éste salió sonriendo.
   Uno de los integrantes de la mesa, el que se había percatado temprano de la sonrisa y el nerviosismo del votante lo miró y con muy poco tacto le espetó: “¿Por qué tardó tanto? ¿No vio que hay muchas personas esperando por entrar y seguir con su actividades?”. Don Roberto Fuentes con su mirada más calma y con una paz que brotaba de su interior,  expresada en una cordial sonrisa le contestó, con voz entrecortada pero alegre:
   -  Es que… recordé algunas anécdotas de mi niñez… Fui alumno de esta institución, cursé en este salón el cuarto año escolar. Y gran parte del año lo pasé parado en un rincón… al lado del pizarrón que está allí –dijo, señalado hacia la puerta.
   Las personas que estaban allí no entendían nada, pero poco a poco iban haciendo el esfuerzo de escuchar lo que el hombre contaba.
  - Entiendo… pero también podía recordar esos momento aquí afuera ¿no?
    ̶    Sí… pero es que hice algo más que le parecerá ridículo…
  -  Bueno, si es que le parece mejor cuéntenos, pues nos tiene intrigados… -todos parecieron asentir la idea con la cabeza.
   ̶   Bueno, pues me paré en el mismo rincón donde pasé tantas tardes en mi infancia, cuando cursé el cuarto año.
   La risa escapó de los oyentes -como de altoparlantes- y quien contaba la anécdota también echó a reír y sintió un alivio enorme. Lo miró al fiscal y le dijo:
   ̶    Gracias… esto fue muy liberador, no me había sentido tan bien desde quién sabe cuánto tiempo. Esto fue liberador… gracias.
   Caminando rumbo a la salida iba con una amplia sonrisa y recordó a los dos maestros: Rigoberto al que llamaban “Rigor” y a su hermano Justo, a quien se referían como “El injusto”. Ambos lo habían marcado en la niñez de un modo u otro. Uno le había dejado una cicatriz al romperle una regla en la cabeza, la cual tuvo que pagar el padre de don Roberto Fuentes. El señor Fuentes de Vida, quien no dudó un instante en atender la solicitud del maestro. Éste era considerado toda una institución, el ejemplo de rectitud y buen ejemplo.
   Eran tiempos en que la autoridad del maestro era incuestionable, donde los derechos de los niños era algo que si existía, nadie escuchaba su voz, pues el adulto era quien tenía la única palabra. El otro maestro le dejó una huella más profunda, una casi imperceptible, lo había hecho sentir humillado ante todos al no poder contener la orina a la salida de clases. Lo que se manifestó en los pantalones mojados. Toda la clase lo observó, después que el docente le recriminó la incontinencia. El niño quiso explicar que no había podido ir al baño por estar castigado, por estar parado en el rincón, el mismo rincón de cada día, el mismo al que había acudido minutos antes como en una suerte de purificación, de purga de un mal recuerdo reemplazado ahora por la sonrisa compartida con los ciudadanos que elegían a sus representantes.
   La herida empezaba a cerrar, era algo pendiente, y se sabía feliz, pues como profesional de la salud sabía que las heridas curan si nos ocupamos de ellas. Siguió sus pasos hacia la calle y mentalmente expulsaba a los malos recuerdos al rincón.

Pedro Buda 2012

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