Mostrando entradas con la etiqueta cuentos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cuentos. Mostrar todas las entradas

martes, 25 de octubre de 2022

Las huellas del escritor loco (Cuento)

 

Tras 500 años de la llegada de los españoles a América dos hombres se encuentran. Uno es descendiente del líder de Abya Yala1, Moctezuma, y el otro es descendiente de Cortés, un líder de los soldados españoles que salieron a ampliar los horizontes de la tierra por ellos conocida. Todo en su encuentro parece normal y se vuelcan a participar de charlas y conversaciones pertinentes a ese encuentro de culturas que se produjo 5 centurias antes.

El descendiente de uno de aquellos primeros exploradores -al que llaman conquistador – inicia una de las disertaciones, más o menos así: “La imagen dominante que podemos tener de ese siglo XV es el de unas carabelas partiendo con apenas una centuria de hombres - mal armados, acompañados por un par de religiosos, un alfabeto y pocos libros- munidos de hambre de posesiones, algunos caballos y perros y la creencia de que su Dios era el verdadero creador y benefactor. Hombres que salieron a recorrer aquellas aguas extendidas más allá del puerto de Palos, con la firme intención de dejar sus huellas, en playas, más allá de la tierra conocida. Porque casi que no hubo mujeres en las expediciones, y eso jugó, parece, un rol importante en lo que se dio tras la llegada de estos hombres blancos a las tierras que llamaron Indias…” “Y es importante decir: ‘Perdón’ Porque alguna que otra cosa, se dio fuera de lo encomendado…”

El otro descendiente, no lo dice, pero no puede perdonar, sino simplemente aceptar, que los hechos ocurrieron, de la forma más inimaginable para la conciencia actual, pero no para esos tiempos pasados. Y sabe, lo sabe bien, que en los tiempos previos a la conquista, por miles se descabezaban a los enemigos, en honor a los dioses. Sus corazones eran extraídos del cuerpo y regadas las paredes de templos con sus sangre para evitar posibles castigos divinos. Y sabe que hubo encuentros, de hombres y mujeres de ambas culturas, las que fueron forzadas en su mayoría, no consentidas.

Las tertulias pasaron rápidas, de una a otra, pero en el medio se dio otro encuentro, quizás más raro, quizás no habitual y de lo que -los descendientes- no recuerdan cómo entraron. A la audiencia de estos descendientes de líderes, se sumaron otros, que siempre estuvieron allí, esos que eran representados como el Dios sol (Inti, Ra, Tonatiuh; Huitzilopochtli; Helios; Apolo, Febo; Tsohanoai; Amaterasu; Balder; Tañe; Baal; Malina) o como el Dios único, el cristiano, o como el rayo o el dios serpiente Amaru. Y a ese encuentro no fueron invitados estos descendientes, pero sí participaron, aún no consintiéndolo. Y se encontraron, en un mismo espacio-tiempo, con sus ancestros y con aquellas carabelas, con esos aventureros y desposeídos hombres blancos, que nada tenían por perder… Y también estaban, aquellos hombres de pieles descubiertas, algunos -sin embargo- con delicados tejidos sobre sus fornidos cuerpos, otros con pieles y botas de cuero amarrados con trozos de cuerdas de fibras.

Estos seres -los representados como dioses- se comunicaron con estos descendientes de un modo que les fue posible comprender, sin hablar, como que les leyeran sus pensamientos y les contestaran de igual modo -¿sin un medio común de comunicación?- excepto los pensamientos, imágenes. Pero imágenes y pensamientos que sintieron como propios, comunes. Les pareció algo raro casi un tanto antojadizo.

Uno y otro se mostraron sorprendidos, maravillados. El espectáculo ante sí fue, a las claras, increíble. Se respira -pensaron- un aire fresco, aromas de frutas como la chirimoya muy aromática, con sabor dulce ligeramente ácido que recuerda a una mezcla de piña y plátano o al sabor de la pera y también percibieron el olor reconfortante de la vainilla, aunque así también olores desagradables de animales, de sus heces. Los colores ocres de las naves de navegación marítima del siglo XV contrastan con los multicolores de otras naves, o eso parecen, que se deslizan ante sí, sin emitir sonido alguno. Todo sucede muy rápido aunque al mismo tiempo, no hay indicadores del paso del tiempo. No oscurece, no aumenta ni disminuye la luz. Todo parece estable, quieto, inmutable, aunque ante sí, ocurren cientos de movimientos, de un conglomerado variopintos de seres, que cruzan en un sentido y en otro, interactúan entre sí y con ellos, pero parecen ser espectadores sentados en primera fila, observadores y objetos observados, a la misma vez.

Imágenes se despliegan ante sí. Como una suerte de pantalla sin que exista tal. Como los hologramas que representamos hoy. Muestran jinetes corriendo con perros por delante, como cazando humanos de a pie. Hombres degollando a otros, por cientos y arrojando sus cabezas por el borde de una suerte de pirámides, los grandes templos del pasado. Hombres de túnicas, leyendo libros, construyendo edificios, enseñando y aprendiendo.

Letras, signos, rutas, estrellas, calendarios… Surgen centurias de voces y textos, palabras, signos: aguacate/ testículos de árbol; cacahuete; chicle; tiza; tomate/agua gorda; naná naná/ananá; yacaré/sobre el agua sólo la cabeza; kapiÿva/ señor de la hierba (carpincho); (cancha) kancha /recinto, cercado; chakra/granja; (cura)Kuraq/jefe de una comunidad en el Imperio Incaico; (maíz) mahís/ fuente de vida; carpa; chiripa; pisco; mate; pampa; papa; coca; choclo; quinoa; alpaca; canoa; iguana; carey; yuca; hamaca; sabana; huracán; chinchilla; poroto; cholo; taita; colibrí,

Y después, aunque podría ser que lo vieron antes -pues parecía un sueño todo, se mezclaron imágenes, sensaciones, olores, no existía silencio, pero ellos, los dos descendientes, no podían hablar, sólo sentían – vieron largos textos, cifras, números, planetas, estrellas, galaxias, y otras civilizaciones, nunca vistas, pero habían, claramente, otros seres - ninguno existente en esta tierra del siglo XXI, por ellos conocidos.

Vale decir, que los descendientes, tampoco recuerdan como salieron de aquellos encuentros multitudinarios, multiculturales y multiespacio/tiempo. No lo recuerdan, pero sí que participaron, sí que sintieron, vivieron, olieron y hasta degustaron comidas y bebidas, incluso sienten que viajaron más allá de lo que se animan a pensar, porque el sólo pensar, cuesta. Mucho menos poder explicar.

Continuó, entre ellos, esa suerte de comunicación de pensamientos, eso que mantuvieron con esos seres de naves vistosas y silenciosas. Cuando quisieron expresar con sus voces, casi que no pudieron, menos quisieron. Y entre ellos, sólo atinaron a pensar: “¿Fue cierto, vimos lo que vimos?” -dijo el descendiente de Cortés. Y el otro respondió: “Parece que sí, pero nunca podremos contarlo, hacerlo nos llevaría al encierro en un hospital psiquiátrico, ¿No te parece...?” Fue la respuesta del descendiente de Moctezuma. Sí, pero quizás, quizás -pensó el descendiente de Cortés- quizás podamos dejar unas huellas en un escritor loco, que acaso no le importe, o no entienda, los signos, las huellas que deja en el papel o en ese computador que simula la alba sustancia. Quizás ese... Ese escritor... Loco, no sea; pero quizás se haga pasar por tal, para evitar las represalias”.


Pedro Buda

2022

1Abya Yala es el nombre más antiguo actualmente conocido que hace referencia al territorio americano. Literalmente significaría tierra en plena madurez o tierra de sangre vital.

*Este cuento se presentará para el libro del Taller A.L.A.S.  del año 2022, coordinado por Lucy Díaz Tauber. 

domingo, 23 de febrero de 2020

La señal

La señal es el título del cuento que comparto más abajo. Forma parte del libro "Cosas curiosas en los caminos de las cumbres". Si bien todo lo escrito en el libro es ficción, algunos pobladores dicen haber escuchado o visto cosas extrañas en la zona del salar de Uyuni, y fue eso lo que me motivó a escribir este libro de cuentos.

La imagen fue registrada por Walter Rotela 

La señal


Salió la travesía por la zona de volcanes el tercer día de las tan planificadas vacaciones. Estaba fresco y parcialmente nublado. El pronóstico indicaba momentos de lluvia, pero serían periodos cortos, donde la mayor probabilidad era de agua nieve. Eso es raro para quienes no vivimos en zonas de alta montaña, pero no para quienes habitan arriba de los 3.500 o 4.000 metros sobre el nivel del mar, en la zona de la precordillera.
Salimos a las 4,30 de la madrugada para poder registrar la salida del sol. Eso era un esfuerzo importante por cuanto estuvimos bebiendo un vino de la región hasta entrada las dos de la madrugada. Pero el cuerpo aguanta, aguanta y aguanta. Un trago de café bien amargo siempre repone de aventuras nocturnas. La salida se pospuso una media hora por nuestra culpa. Era difícil despertar y aprontar lo necesario para el día. Una mochila cargada con lo básico para darse un baño en las zonas de aguas termales, un poco de crema hidratante para el sol y las gafas oscuras.
Con ganas, pero también con paso lento, nos dirigimos a las camionetas que nos llevarían a recorrer los más de 200 kilómetros de distancia por la zona de volcanes y montañas. Gruesas nubes nos acecharon por doquier a lo largo del camino. Pocas veces la luz fue total. En medio de una zona de rocas extrañas, con forma de árbol, según el guía, nos detuvimos para hacer registros fotográficos. Alguien se adormeció, le pusieron música con más volumen del disfrutable y pronto se despabiló.
El aire estaba de fresco a frío, pero seco. La vegetación parece no existir, pero sí hay, sólo que en una forma que no es tan posible visualizar para quienes no conocemos estos parajes, tan particulares. Al punto que al ver comer a las vicuñas o a las llamas, alguien preguntó: ¿De qué se alimentan? El conductor y guía contestó rápido y con picardía: “Comen piedritas, no ven como comen las que hay ahí. Y la verdad que había millones de piedras y parecían comer las mismas, pero no, era una ilusión. Unas hierbas muy escasas, apenas visible, habían entre piedra y piedra.
Bajamos casi sin ganas pero, tan pronto tomamos contacto con el aire matutino, todo cambió. Un poco de mate amargo -que unas argentinas, de la provincia de Formosa, llevaron consigo- nos despabiló, finalmente. Las imágenes que logramos fueron excelentes, nada parecido hasta ese día. Pero eso es poco decir con respecto a lo que una vez con los pies en la tierra ocurrió. Es decir, bajar… habíamos bajado, pero el despertar fue lento.
El contacto con tanta belleza, con esas nubes al alcance de la mano, parecía irreal. Cada color, cada textura era sumamente disfrutable. Sí, lo interesante es que nosotros, los de ese grupo, nos sentíamos dispuestos a disfrutar. Mas, nos costó más de mil bolivianos, asimilar aquellos rayos de luces que partiendo tras las nubes se depositaban sobre el árido suelo que se extendía a todo lo largo y ancho de nuestra experiencia sensible visual. No podía ser, sin embargo, era simplemente hermoso. Por otro lado, algo no estaba del todo comprensible. Aquella luz era parecida a cualquier rayo de luz, pero tenía una suerte de cosa rara, extraña, difícil de explicar con palabras.
Uno de los jóvenes del grupo lo expuso así: “El sol ilumina a algunas rocas y luego se desvanece. Incide sobre algunas porciones del terreno y se va. Como quien alumbra con una linterna una porción de superficie, pero no cualquiera, una superficie determinada, una y otra vez, como resaltando el lugar”. La zona estaba a poca distancia, sin ser posible precisar a cuánto. Cerca sí, pero indeterminable, a simple vista. Los rayos partían de una nube que parecía no moverse, a pesar del escaso viento en superficie. Pero esta superficie sobre la que posábamos los pies estaba a tanta altura como suele estar alguna nube, cualquiera. Y cual señal del tipo de las de clave morse aquella luz comenzó a titilar, a encenderse y apagarse. El haz de luz aparecía y desaparecía, con un ritmo, con una frecuencia que no medimos, pero era rápido primero y lento después. Todo duró unos diez minutos. No más.
Las fotografías no se hicieron esperar y realizamos el registro pertinente, pero el viaje debía continuar. No fue posible chequear las imágenes enseguida. Sólo en la paz de la noche recordamos aquellas porciones de luz, su ritmo. Alguien propuso que eran una suerte de señal. Pero la pregunta que surgió entonces fue: ¿Quién emitía la señal? A lo que seguían preguntas como: ¿con qué fin?; ¿Por qué nosotros y no otros podíamos ver esa suerte de señal?
Las preguntas aún hoy, tres años después, siguen sin respuestas. Con el grupo observamos varias veces las imágenes fijas. Nadie pudo filmar aquellos haces de luz. Si bien encendieron sus cámaras, no pudieron filmar. Ninguno. Hicimos revisiones cruzadas de los aparatos y nada. Algo pasó aquel día y no nos pareció prudente compartirlas con el servicio de vigilancia estatal…




Pedro Buda


jueves, 13 de febrero de 2020

Cosas curiosas en los caminos de las cumbres




Cosas curiosas en los caminos de las cumbres es el título de mi reciente publicación en Bubok.

 Cosas curiosas se ven por los caminos de las cumbres bolivianas. Eso dicen algunos que han recorrido sus sinuosos caminos entre montañas y valles. Los relatos que aquí se presentan son un puñado de historias que nos quieren ilustrar sobre sonidos que quizás no creemos deban escucharse, pero que oímos, incómodos silencios, extraños cementerios de humanos y de trenes, ubicados a más de tres mil metros sobre el nivel del mar, donde precisamente es la altura la que provoca ese malestar conocido como “mal de altura”.

Historias de desapariciones de personas tragadas por la tierra o de apariciones de fantasmales seres en cementerios ubicados a la par de las nubes. Percepción de extraños objetos en movimientos y su desintegración instantánea son sólo algunas de las cosas extrañas que se ven y escuchan en los caminos de las cumbres.

Este libro reúne nueve cuentos cortos que tiene como común denominador al camino. Más que sus personajes que dan vida al relato es el propio camino quien los mantiene unidos a esos seres. Ellos salen buscando una aventura y se hallan a sí mismos experimentando los límites a cada paso del sinuoso derrotero por las cumbres, entre cielo y tierra, las mismísimas nubes cobijan sus sueños y sus creencias, sus ideas de lo real e irreal.


Los relatos fueron escritos entre el mes de enero y febrero de 2020.  

Este libro está dedicado a: Adriana, Bety, Carol, Mónica, Pedro, Silvia, Lily, Larissa, Magvz, Ana Lía, Daniel, Tony, Fernando, Sofía, Luis, Carmen, Javier, Pati, Gonzalo, JG, Guido, Rodrigo, Jessica, Evelyn y otros que no aparecen aquí, como los choferes y otras pero que son parte de una treintena de personas maravillosas con quienes compartí un hermoso viaje donde la sal, el frió, los volcanes, las vicuñas y las llamas nos permitieron conocer algo de lo que el país andino tiene para ofrecer. Su riqueza oculta está bajo su superficie que brilla con el sol y titila al son de las estrellas; pero también en su gente que peregrina por esos territorios a gran altura.

Agradezco a Silvia, mi hermana, por creer en mí, por estar a mi lado en esto de la escritura. El libro comenzó a gestarse en nuestra tierra natal, Formosa y se terminó en Montevideo, Uruguay. Tan largo es el camino a veces, pero paso a paso, las huellas van creando un camino  y ese nos permite comunicarnos, mucho más de lo que creemos, y con más seres de lo que podamos tener conciencia. 

Este libro puede descargarse gratis de la plataforma de Bubok Argentina, Bubok Colombia, Bubok España, Bubok Mexico

Más información sobre el libro en mi blog Universo Creativo de Pedro Buda. 

viernes, 21 de junio de 2019

LOS PASOS DE JAGUARETÉ MICHÍ Y OTROS CUENTOS

Imagen de portada 
La imagen de portada es una gentileza de mi hermana Silvia Carolina. Muchas gracias por tu contribución. 

Estimados cybernautas que visiten esta entrada les presento mi último libro publicado en Editorial Bubok. Más abajo les informo de qué trata el libro. Arriba pueden visualizar la portada del mismo. Se puede descargar en .pdf gratuitamente de la plataforma de la Editorial Bubok. Está disponible en Argentina, Colombia, México y España. 

El libro está conformado por cuatro cuentos. En Los pasos de "jaguareté michí" el personaje principal es una mujer que participó de la Guerra del Chaco primero como criada, ayudando al patrón, y luego curando las heridas de los caídos en combate. Luego se hizo enfermera tras la guerra.
En el cuento "Pe salvador… (Eduvigis)" doña Tomasina, relata las vivencias de una mujer (Eduvigis) que para acompañar a su esposo se rapa la cabellera y lo sigue al combate (bajo el nombre de soldado Fulgencio González). En una de las batallas su hombre muere en sus manos y ella sigue en combate hasta que la trasladan a la retaguardia y allí descubre la enfermera Tomasina que, en realidad, es una mujer.
 En el relato "Chiquito" también se narra sobre una mujer que se hizo pasar por hombre para participar de la guerra, pues no se les permitía hacerlo como soldados, sino como enfermeras. Con una participación destacada fue conocida por su menuda complexión que le valió el mote de “chiquito”. Pero eran sus dotes como curandera, chamán e inteligencia poco común las marcas más profundas que aún en la vejez conserva, en momentos que el periodista de un medio local la entrevista y es en ese contexto que se narran sus peripecias.


En "Silencios de la guerra" un comunicador entrevista a un hombre mayor que es arisco a compartir sus vivencias en la Guerra del Chaco. Sobre todo, porque no logra conciliar el sueño como quisiera, y se repiten, noche tras noche, una serie de pesadillas de la guerra. 



miércoles, 3 de octubre de 2018

El mejor amigo de Juan


Portada del libro: Variaciones sobre vientos


Lo que transcribo más abajo me fue narrado por Juan. Él deambula por la ciudad y, a veces, pasa a pedir comestibles por la puerta de la capilla. Yo tenía un chiche nuevo y quise probarlo. Me dijo que tenía una historia que compartir. Le pregunté si podía grabar su relato y me autorizó, entusiasmado. En realidad, en ese momento no sabia si usaría o no el material; pero resultó interesante.
Juan es un hombre al que le gusta leer y siempre consigue libros usados. Muchos le regalan viejos textos que no pueden vender. Así que ahí va. El producto de la comunicación mediada fue casi un monólogo de Juan, donde él da rienda suelta a su lunfardo y mezcla de expresiones en varios idiomas que le gusta usar cuando me cuenta sus historias.   
¡Buenas tardes Juan! ¿Cómo anda hoy? -le dije al verlo llegar con su paso cansino.
‒ Bien… Bien -contestó con voz entrecortada, por la emoción, según comprendí después.
‒ Sabe que le dejaron una manta. Lo trajo doña Eusebia, específicamente para usted. Hace una semana -le conté. 
¡Bien, bien! Nos viene al pelo… [Se refería a él y a su perro, al que llama Thor] Sabe… Le voy a contar lo que nos pasó la tarde del viento este, el de la semana pasada.
>Venía por la zona del ‘porto’. Y esta ‘coisa’ nos sorprendió. Empezó a volar cuanto ‘pelpa’ había en la ‘lleca’. Volaban cartones, plásticos de los carteles de las elecciones y hasta alguna chapa suelta.
Venía con mi amigo Thor de visitar a los viejos compas del ‘topuer’.
 Nadie nos arrimó un veintén. Los del ‘porto’ dijeron que la pesca anduvo mal toda la semana. “Brutta giornata…” Y a los ojitos estirados ni les pido. Esos comen perro asado, así que ni me acerco con Thor. 
>Las tripas de mi Thor y las mías parecían cantar… de tanto ruido que hacían.
Media hora después que empezó la ventisca Thor desapareció. Venía detrás de mí, como a veinte pasos, más menos. Me sujetaba de las paredes y entreabría los ojos para seguir el camino. La tierra y las pelusas jodían la vista. De pronto Thor se esfumó.
Pensé y pensé a dónde podía estar. Y me dije: el viento me lo trajo y el viento me lo quita. Si por eso lo llamé Thor. Pucha digo, cómo son las ‘coisas’.
>Lo llamé a los gritos... Lo busqué, lo busqué y na… No estaba en los lugares conocidos. No aparecía en las esquinas, ni en las entradas de los galpones, ni en las puertas de los bares donde paramos el ‘corpo’, la carne, cada día. Un agujero negro se lo tragó, pensé.
Las nubes se volvieron oscuras, negras. El aire quedó frío y húmedo. Me refugié bajo un alero, en los flancos de la vieja estación de trenes, en un rincón junto a una puerta abandonada, tapiada con tablones. Lo esperé toda la tarde. Desde mi posición podía otear hacia el sur como hacia el norte.
>Fue una interminable tarde gris. Una locura. Recordé cada día del tiempo transcurrido desde que empezamos a ‘patiar’ juntos… Muchos días y muchas noches compartidas, pucha digo. Tantos aguaceros que soportamos juntos. Y ahora, este viento maldito me encontraba más sólo que el uno. Recordé las frías noches de invierno, recostados junto al fueguito. Tantas cosas se comparten y no nos ponemos a pensar hasta que nos falta el ‘gomia’. Pasaron las horas. El tiempo se volvió interminable. La oscuridad lo envolvió todo. La soledad… Y como la publicidad del ‘pucho’ aquél: “La noche se cerró sobre la Bastilla…” No sé por qué me acuerdo de ese ‘faso’, de esa propaganda en la tele, de cuando yo tenía una, en blanco y negro. Quizás porque la situación se me antojó similar. Porque no siempre tuve ‘tirao’ che. No. Una vez tuve casa, mujer, laburo. Pero de eso hace más de un siglo, sabés. Otro día te cuento.
 ‒ ¿Y qué pasó después? ¿Cómo, cuándo lo encontraste a tu perro? Contame -le sugerí.
‒ Como te decía, no se podía ver más allá de los portones de la nueva estación del ferrocarril, que como sabes está a cien metros de la antigua y abandonada. La luz mortecina, de los faroles de la ‘lleca’, no ayudaban. Las ramas de los plátanos se movían y parecían manos de fantasmas. Espectros. El corazón me daba vueltas. Parecía que iba a dejar de ‘funcar’. 
>El viento seguía. Golpeaba con fuerza. Me cubrí con un cartón. Finalmente, me dormí. Me venció el cansancio. Mi amigo había desaparecido. Yo lo esperé, lo esperé y me rendí.
‒ Pero hoy, aquí, están juntos… -Le señalé, mirándolo a los dos. Juan y Thor estaban, uno sentado junto al otro, frente a mí.
‒ Sí… ‘Grazie a Dio’. Desperté en la madrugada, de esa ventosa noche, y Thor me lamía la ‘geta’, acurrucado a mi lado. Del lado que soplaba el viento.
Walter H. Rotela G.
                                                                                                                                      Pedro Buda
*Este cuento forma parte del libro: Variaciones sobre vientos

miércoles, 1 de agosto de 2018

Remolinos en la siesta

"REMOLINOS EN LA SIESTA" es el título de uno de los relatos que conforman el libro de cuentos <<VARIACIONES SOBRE VIENTOS>> recientemente publicado en Bubok. 

 Descarga gratis el libro en archivo .pdf

Les dejo más abajo el texto completo. Sin embargo, la descarga del libro es gratuita desde la plataforma de la Editorial Bubok Argentina. 

  
Remolinos en la siesta

Lo que voy a relatar a continuación ocurrió en tiempos de mi niñez, en las tierras de las largas siestas. En esa hora que el sol expresa toda su furia sobre los habitantes; sobre los ralos pastos; sobre las aves que se atreven a recorrer el vasto territorio, de quebrado suelo por la sequedad. En esos momentos donde el sonido ensordecedor de las chicharras puebla toda la atmósfera.  
El sol seca los charcos que se forman tras las lluvias que ocurren, intermitentes y escasas, en los meses de verano. Cuando la temperatura llega a los cincuenta grados sobre el cero, a eso del medio día, empieza a soplar el viento norte. Irremediable, cada día, se repite igual. Una y otra vez, todos los santos días de la estación calurosa.
El viento surge, salido de quién sabe dónde y carretea -cual avión de caza- sobre la llanura ardiente y doliente. Como quejidos se escucha, a veces, el crepitar del pasto cuando unida al viento, se enciende, se quema y tiñe de negro la faz gris del lodazal. Cual niño travieso, corretea en zigzag, gambeteando, como jugando a la pelota tatá[1].
Sobre la vasta planicie se forman remolinos, que tan pronto se inician desaparecen. Así, las calles polvorientas son como pistas donde el viento juega.
Los caracoleros, una especie de aves muy característica de la zona del norte argentino, vigilan desde la cima de los postes del cableado de corriente eléctrica. Al primer movimiento de sus presas, caen con furia y precisión. Lo toman con sus garras y los llevan hasta lo más alto… Las aves pequeñas se refugian en los arbustos, entre los espinillos, o donde pueden. Las gallinas, obedientes, se esconden a la sombra en los gallineros. El picoteo es intenso y parece que a nada conducirá; pero, de tanto en tanto, alguna lombriz es extraída de la lodosa tierra seca. Nada parece moverse, sólo el canto de las cigarras inunda el aire. La gente hace la siesta. Los niños se revelan, pero el cansancio los vuelve tumba y desaparecen sobre la tierra mojada y a la sombra de los mangos, los limoneros o cualquier trazo de sombra posible.      
Durante la tarde en cuestión, un vehículo cuatro ruedas, de un viajante -esos vendedores ambulantes que ofrecen aquellos objetos que sólo se consiguen en las capitales de las provincias más importantes- se avecinó por el camino que lleva a la isla. Allí viven unas escasas veinte almas. Y él, el viajante, provee a la mujer que atiende el almacén-cantina. Pocos son los que llegan a la isla Jagua Piru[2].
El viajante alcanzó el final del polvoriento caminó y estacionó el auto. Se acercó a la orilla y subió a la canoa para que, el canoero, lo llevara hasta Jagua Piru. Levantó el pedido y entregó cierta mercancía encargada el mes anterior. En una hora y media, poco más o menos, estuvo de regreso dentro de su auto. El calor fue particularmente intenso ese día. La temperatura había trepado a los 48 grados, anunció el locutor de la radio local, en el informativo del medio día. Sin embargo, afuera, sobre el camino de tierra y piedras, la temperatura era mayor. Los remolinos giraban alocados esa siesta. Delante del parabrisas un ardiente paisaje era la más clara expresión del infierno. El cansancio acumulado tomaba forma de largos bostezos.
Esa siesta, el viajante quiso volver rápido al camino asfaltado. Encendió el motor, que rugió con fuerza, y salió debajo de la escasa sombra del árbol de paraíso bajo el cual lo dejó.

El sol quemaba los campos y a las bestias que andaban por ahí. Algunos lagartos, y otros bichos, yacían al costado del camino. Otros, atropellados o a medio devorar, eran la evidencia de que la muerte asolaba aquellos olvidados territorios. Los remolinos cruzaban, de un lado al otro, los caminos polvorientos. Los cincuenta kilómetros que hay hasta la ruta asfaltada parecían interminables, imposibles de recorrer a salvo. Las chicharras ayudaban a aturdir los sentidos. Enervaban, debilitaban la concentración.   
A mitad de camino hacia la civilización, el viento tiró con fuerza a un caracolero sobre el parabrisas. El impacto fue tal que sorprendió al experimentado conductor. Hizo una brusca maniobra y terminó con el vehículo en un zanjón, cinco metros más allá de la banquina. Quedó contenido entre pastizales secos y tierra cuarteada.
El ruidoso chillido de las chicharras se detuvo un instante. Quizás fue un segundo, quizás una hora. El viajante reparó en que veía todo desde arriba como un caracolero, pero el todo giraba como un remolino. Confusión, aturdimiento y, al mismo tiempo, la certeza, la verdad que asoma cuando menos la esperas, en medio de un extraño silencio.    
Dos días después se inició la búsqueda en la zona debido a una denuncia por desaparición, tramitada por el compañero del viajante, quien lo esperaba, aquella siesta, en otro almacén, en la periferia de la ciudad.
El viento arreciaba del norte. El mismo aire en movimiento esparció los olores de un cuerpo en descomposición hasta los órganos olfativos de los sabuesos de la patrulla de uniformados. En las inmediaciones del auto nada indicaba robo o signos de violencia.
Un caracolero sobrevolaba, como errante, el monte cercano. En tanto, un grupo de buitres montaba guardia en inmediaciones del auto siniestrado, al momento de hallarse el cuerpo sin vida de un masculino de entre treinta y treinta y cinco años, el viajante, que reposaba inclinado sobre el volante.
Walter H. Rotela G.
                                                                                                                                          Pedro Buda


[1] Juego de pelota que se realiza con un balón de fuego, confeccionado con trapo embebido en material combustible al que se le prende fuego y se tira a la concurrencia y que para evitarla la patean a cualquier parte. 
[2] “Perro flaco” en lengua guaraní.

jueves, 2 de noviembre de 2017

El olor de la muerte



Cuando doña Juana llegó el martes para visitar al santito, como de costumbre, me percaté del asunto. Sin embargo, preferí mantenerme alerta y sin decir nada. Podría estar equivocado.
Doña Juana es muy devota del santito. Viene cada mes en la misma fecha y me compra las velas. Tengo el puesto justo en frente a la entrada del templo. Después de jubilarme como enfermero, se me ocurrió esto de la venta de velas. Con el tiempo agregué estampitas, libritos, postales, fotos del templo y de la imagen del santito. Así conocí, en estos años, a mucha gente; incluso demasiada, para mi gusto.
El último martes pasó algo raro, o no tanto; aunque sí particular. Doña Juana vino y compró las siete velas rojas de costumbre. Inmediatamente percibí el olor.
Ella estaba algo agitada, pálida. Si bien se expresó correctamente en forma oral, sentí que sus palabras no las pronunciaba con total fluidez. Parecía faltarle el aire, arrastraba las vocales. Pero ella siguió, como siempre, hacia el templo, aunque con paso titubeante. Se detuvo, más veces que lo habitual, en cada escalón.  
Me quedé pensando. Ella tenía todos los signos de quien está en ese punto sin retorno, en el camino hacia la muerte. El olor que emanaba de su cuerpo era, sin duda, el olor de la muerte.
Al día siguiente me enteré que, ese martes, doña Juana había partido al encuentro del santito. Sus cenizas, sin embargo, quedaron depositadas junto a la imagen de su devoción.
Pedro Buda
2016
                                                                                                                                      Walter H. Rotela


martes, 27 de junio de 2017

El hombre de la cloaca



Una tarde, mientras caminaba por la ciudad, con mi hija pequeña de la mano, vimos a un hombre dentro de una gran fosa.
   El hombre parecía un ser pequeño, un minúsculo grano de arena en medio un enorme médano  informe. Casi imperceptible, en medio del todo. Una pieza visible, sólo gracias a una suerte de gracia celestial, puesto que sobresalía por delante de su rostro, un par de gafas oscuras que no disimulaban su enorme nariz.
   Lo miramos por un inacabable minuto para luego olvidarlo para siempre. Sin embargo, en ese instante fue imposible no verlo, pues cual cucaracha salía de la fosa, de una cloaca. Este es un sistema que recibía las heces y orines de un importante edificio de gentes significativas, que trabajaba en sus prestigiosos puestos del buró central.
   Casi disculpándose por su presencia allí intentó esgrimir alguna frase o saludo, mas no fue así. Simplemente seguimos, casi, sin mirar atrás.
    Mi hija, sin embargo, miró una vez más y dijo - casi balbuceando - ¿quién es él, papi?
     ̶   Soy yo, aunque no te des cuenta, soy yo –contesté, sin querer contestar.
     ̶  No, tú estás aquí. No eres tú.
    ̶  Soy yo, en un momento que aún no llega, pero está ahí, en medio del espacio tiempo, en un cruce del camino, de las huellas del destino…
Walter Rotela
2014

Puedes leer también, en este blog <<Parte de su cerebro>>

domingo, 30 de abril de 2017

El hombre del monte

En la tercera visita a la zona de la laguna Rodríguez tuve la oportunidad de conocer a una cuadrilla de obreros de las vías férreas. Estos hombres recorren varios kilómetros del sistema reparándolas. Sus pieles están curtidas por el trabajo a la intemperie. A veces cambian porciones de rieles, tramos cortos que están en mal estado. Otras veces reponen los durmientes viejos, que se están quebrando y pueden poner en riesgo la circulación.
En uno de los extremos  de la laguna Rodríguez hay un hermoso puente de acero y cemento armado revestido con piedras. Los pilares son de hormigón, en tanto, el puente en sí es de acero, chapones gruesos, bulones y remaches grandes y los durmientes de madera dura, noble, como la del quebracho colorado. Estaba siendo reparado y don Sebastián Cano, dueño de algunos de los campos de la zona convidó con un cordero a los trabajadores, en su segundo día de labor en la zona del puente.
Dos de los obreros de la cuadrilla que viajaban en una zorra con motor habían hecho el relevamiento de lo que se precisaba, en el transcurso de los últimos meses. Ellos le comentaron al capataz de lo avistado en uno de las incursiones por el tramo cercano al puente: "Andaba un hombre raro por los alrededores. Lo extraño era que parecía estar cubierto por abundante pelaje, sea que llevase encima algún cuero de vaca o que él mismo estuviese cubierto por abundante pelo..." Esta era la declaración hecha por los trabajadores en una suerte de bitácora que llevan adelante en su recorrido. En la misma anotan tanto el material que se precisa, como el estado de lo que deben reparar, llevan una máquina de fotos con la cual ilustran el texto que van elaborando.



Salí con mi cámara a registrar el hermoso paisaje que en parte conocía, pero que parecía cambiar con cada estación en que la fuimos visitando, con los amigos de la pesca y caza. El atardecer fue un momento increíble. Fui hasta el puente donde los obreros terminaban de reemplazar algunos durmientes y un sector de riel. Ellos me contaron sobre las zonas donde habían visto al "hombre" que corría medio erguido, medio encorvado entre arbustos del monte y más allá, sobre la pradera.  Ellos se referían al ser extraño como "bicho" y otras como  "hombre". Aseguraban que lo habían visto recientemente y más de cerca, no tanto, pero sí para distinguir que se semejaba más a un ser humano. "Anda parado, es un bicho raro. Parece un hombre porque lo vimos de pie, pero su abundante pelo no coincide con un hombre común. Lo vimos perderse entre los arbustos, caminaba veloz y por momentos como agachado, rengueando..."−comentaron los obreros.      
  El atardecer estaba increíble. El sol se ponía tras la colina. Hice foco sobre la parte alta de la colina más cercana. Me pareció una imagen increíblemente bella. Anaranjados, rojizos tonos que se mezclan con la negrura de los arbustos y sus ramas. Sin embargo, la imagen fue doblemente increíble, cuando la vi en la pantalla de mi notebook días después. Había capturado la imagen del ser al que se referían los obreros. Era una persona, un tipo erguido. Y no un paisano del lugar. No, se veía una figura negra, como los arbustos, una silueta distinta de los árboles; pero que no pude distinguir en la pantalla de la cámara de foto y video. Hice varias tomas de la puesta de sol y esa figura oscura se movió en esos instantes. No era un árbol con sus ramas, era algún tipo de animal erguido y cuando vi las fotos en la computadora conocía el secreto que encerraban. Pero no me adelantaré, amigo lector.

Al día siguiente que registré las fotos nos visitó don Sebastián Cano. Lucía un tanto perturbado, se frotaba el bigote reiteradamente. Dio algunos rodeos hasta que por fin desembuchó: "Anoche alguien mató dos ovejas del puesto de arriba. Son unos vecinos amables y están indignados. Les mataron los bichos y sólo se llevaron el cuarto trasero de uno y dos cuartos delanteros del otro animal..." –aclaró, en un tono angustiado y hasta amenazante por momentos.
     ̶ Pero... ¿ Y quién pudo ser? –le dije, con la voz más firme que pude lograr. El hombre parecía enfurecerse a medida que relataba lo acontecido. Los obreros habían partido la noche anterior, rato después que yo había hablado con ellos. Don Sebastián los había convidado con un asado de cordero como recompensa por la labor, pues también él usa el ferrocarril para llevar parte de su ganado. La noche en cuestión estaba tranquila, fresca. Cuando llegaron don Sebastián en compañía del peón no hicieron ruido alguno, sino hasta que estuvieron demasiado cerca. Después, sólo después, se me ocurrió que quizás buscaban atraparnos con las manos en la masa, pero no fue así. Habían tenido mala experiencia con otros acampantes y estaban algo desilusionados. En el fuego hervía la olla con la buseca cocinándose a fuego lento. Era el producto del trabajo de Gustavo, Chino y Eduardo pues cada uno había hecho algo para lograr que la olla estuviese llena.  El aroma inundaba todo el monte. Después de un rato de charla la tensión bajó y ellos se despidieron. Antes compartieron un trago de wiski.  Era de mañana y ellos aceptaron participar de unas partidas de truco en la noche.
̶ Vendré acompañado con don Rubito y algún peón para hacer un pequeño campeonato de truco –dijo, con un tono mucho más amable que el usado cuando llegó.
De tardecita, vino el peón que conocíamos y trajo un cuarto de venado que ellos habían cazado días antes en los campos de don Rubito. Era para compartir durante la noche.   Gustavo y el Chino se encargaron de prepararlo.
Sobre las diez treinta de la noche, un poco más o menos, don Sebastián, don Rubito y el peón se acercaron al campamento a orillas de la laguna. Sobre la parrilla se cocía, a fuego muy lento, el trozo de venado, dos colitas de cuadril, en tanto en una olla de hierro cuadrada se cocinaban dos calabacines que se rellenaron con queso, cuatro boniatos y un kilo de papas blancas con cáscara. El aroma llenaba todo el lugar y se extendía más allá de la laguna. Se había terminado la bebida sobre el medio día, por lo que Omar y Gustavo fueron al pueblo a conseguir más provisiones. Trajeron suficiente como para un regimiento sediento.
Don Sebastián, apenas llegó aclaró que traía un rifle con un dardo provisto de un poderoso sedante. Lo hizo ante nuestra mirada un tanto incrédula. Comentó que tenía la firme intención de cazar al bicho del monte ese, fuese lo que fuese. Un par de semanas atrás había consultado con un amigo veterinario y éste le había conseguido dardos y rifle. Todos los chacareros de la zona estaban en sobre aviso. El arma en sí no llamaba la atención, aunque sí los dardos. Nos pareció increíble la idea de querer cazar, capturar con vida al bicho; sin embargo, como me habían relatado los obreros, era el bicho muy parecido a una persona normal, aunque peludo. Yo había compartido lo que me relataron a mis compañeros de campamento.
Las carnes chillaban sobre la parrilla. Los calabacines y la bebida comenzaron a correr enseguida. Se sucedieron anécdotas y cuentos de todo tipo y color. Historias de pescadores y cazadores. Fue muy divertido escuchar y darse cuenta de quién exageraba más sobre el animal o pescado capturado. Incluso uno, el Hugo, recordó que tenía grabado un relato de un tipo que dijo conocía a unos viejos polis que habían cazado aborígenes a orillas de un río al norte del país vecino. Recuerdo que el relato llevaba por título "cacería en enero". Y lo tenía grabado en el celular y nos hizo escuchar.  
Como un par de horas después de empezar los partidos de truco y comida vimos como, sigilosamente, el peón, "Orosindo", se acomodaba sigilosamente detrás de don Sebastián. Pensamos que había enloquecido. Sin embargo, nadie dijo mucho. Bueno, los rostros eran muy expresivos, al menos los nuestros, los acampantes. Don Sebastián con un gesto nos convocó a seguir como si nada pasase. Y sin entender mucho, le seguimos el juego. Después supimos que Orosindo había visto moverse el follaje en la orilla de enfrente y podría ser la presa de caza. Esperó en su posición casi media hora, mientras el juego continuó, así como la bebida.
Cuando don Rubito cantó un "truco" se escuchó un disparo al unísono y fue certero. La mira telescópica de visión nocturna que tenía adosado el rifle lo permitió. El bote inflable que esta vez funcionaba, pues se lo había mandado reparar, tras no poder usarse la primera vez que fuimos a la laguna, permitió que linterna en mano, don Sebastián, Eduardo y el peón cruzaran al otro lado. Veinte, eternos,  minutos después colocaban el cuerpo del hombre del monte sobre el bote para cruzarlo.
El hombre era un tipo bajo, con abundante bello, casi como un simio, pero no tanto realmente. Llevaba un cuero de vaca cruzado a la espalda y un pantalón vaquero muy gastado y sucio. Durmió como dos horas. Tras despertar descubrimos que no hablaba, en realidad era casi como un gruñido fuerte lo que emitía. Pero se le caían los párpados producto de los efectos del tranquilizante que poseía el dardo. De a rato parecía balbucear algo. Lucía un buen estado físico.
La partida de truco no siguió. Sí corrieron más bebidas y carnes asadas. En poco rato se hicieron más de un centenar de fotografías. Se lo cubrió al hombre con una manta y se lo inmovilizó con cuerdas, aunque se evitó producirles alguna lastimadura. Don Sebastián dio parte a la policía. Ellos traerían un médico para examinar al masculino, en la mañana. No llegarían antes de las diez u once la mañana.
Tras este caso, ninguna historia de cacería o pesquería quedaba grande. Esta era "la historia", la más fantástica y, sin embargo, verdadera que todos tendríamos para contar de ahí en más. Sería la anécdota de cuando hallamos al hombre del monte. Las fotografías no nos permitirían olvidar... ni exagerar.
Pedro Buda
Walter H. Rotela G.
2017   

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...