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lunes, 19 de septiembre de 2016

La mujer del pañuelo verde


Esto que compartiré es lo que la memoria me permite recordar de lo ocurrido en mi vida, desde aquella madrugada en que mi madre me subió a las ancas de su caballo y nos pusimos en marcha a la casa de un pariente. Uno que estaba al sur del río rojo sangre, y aún más allá de otro río. El que supe después llaman Pirané.
Aquella madrugada yo estaba pronto. Mi madre, dos días antes, me contó que haríamos un viaje; pero me aclaró: “De esto no le digas a nadie che ra’y1” No recuerdo que me haya explicado nada más; pero sus palabras me quedaron grabadas, máxime porque pocas cosas más me dijo… o comentó durante el viaje o después. Ello debido a que después de dejarme en casa del tío Dionisio, al regresar a nuestra casa, una bala de la guerra civil la alcanzó, a pocos kilómetros de nuestro rancho.
Mi padre sabía que mi madre y yo haríamos el viaje, sabía por qué y para qué lo haríamos; pero le pidió a ella que no le dijera el destino, por mi propia seguridad. Él fue apresado, y liberado pocos días después, tras el fin de la guerra. Supo de mi madre cuando nuestro caballo llegó solo a la casa. Así que con cautela recorrió el camino al sur de la casa. Unos lugareños al verlos, a él y al caballo, reconocieron al animal.
“A este animal lo montaba una bella mujer blanca, de larga cabellera negra, hace un par de días” –le dijo una lugareña a mi padre. Mientras cabalgaba fue alcanzada por el fuego de un grupo de vecinos armados que, al verla con el pañuelo verde al cuello, le dispararon y la hirieron de muerte. El caballo dio varias vueltas en derredor del cuerpo caído y luego se perdió de vista. El cuerpo de la mujer -el de mi madre- fue enterrado debajo de un árbol. Ellos le mostraron el sitio a mi padre. Sin embargo, eso lo sé porque un vecino de mi padre me lo contó hace pocos años, cuando cumplí los sesenta y seis años. Es decir, sesenta años después de llegar a estas tierras en las ancas de aquél caballo y con mi madre conduciendo por entre medio de esos campos
Recuerdo que durante el viaje hicimos varias paradas, en los tres días que duró. En general andábamos de tardecita o en la madrugada, al menos los dos primeros días. El tercero viajamos todo el tiempo, incluso en horas de la calurosa siesta. Llevábamos lo puesto y nada más. Por momentos mi madre lloraba y poco más. No decía palabra. Es claro hoy que ella intuía que no nos volveríamos a ver. Su intuición la llevó a salvar mi vida, pero volvía junto a mi padre para enfrentar juntos esos tiempos difíciles. No pudo llegar pero cumplió con su objetivo. Es decir, me salvó del conflicto armado y sobreviví a la guerra.
Cuando pienso en ella se me ocurre que sería interesante saber dónde fue sepultada. Reconocer aquél árbol, al lado de cuyas raíces fue depositado su cuerpo inerte. Pero bueno, quizás no importe tanto eso como saber, sí, que hubo unas personas que se ocuparon de darle cristiana sepultura. Y la historia de esos últimos momentos me llegó por boca de vecinos de mi padre –quien prosiguió su vida. Volvió a casarse, unos años después de la guerra.

Crecí como un criadito en casa del tío Dionisio. Allí con el tiempo tuve como compañeros de juego y de vida a otros cómo yo. Niños que fuimos dejados a cargo de este tío que tenía un buen trabajo, pero que también exigía de nuestra parte ayuda. Así nos puso a trabajar a todos cuántos vivíamos con él y la tía. Éramos cinco los que fuimos a ayudar a casa de vecinos y, como contrapartida, le dábamos dinero al tío. Él, cada sábado, nos entregaba una parte. Así, desde los doce años, fui al cine y a los encuentros de boxeo, junto con un primo mayor.
Aquellas noches de boxeo eran particularmente interesantes para mí; pues cuánto hubiera dado por tener la edad, la habilidad y la oportunidad de salvar la vida de aquella mujer con el pañuelo verde al cuello que hizo un peregrinaje de tres días a caballo para salvar mi vida.
Pedro Buda
2016
Walter H. Rotela
               
Voces guaraníes usadas
che ra’y1: Mi hijo




La mujer del pañuelo verde - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 

 *Este cuento integra la serie de relatos de ficción que conforman el libro Criados... en la Tierra Roja 
Visita la pagina del autor en Bubok Argentina.


miércoles, 27 de julio de 2016

Marito Pirú

Fotografía y edición de Walter H. Rotela G.   

Don Mario disfrutaba de una helada cerveza. Tenía una docena de latas en la heladera y tres cajas más en el galponcito del fondo. Miraba la televisión distraídamente cuando escuchó el titular de la noticia: "Niña muerta por golpiza propinada por el adulto responsable de su cuidado". Apagó el televisor y encendió la radio donde pasaban polcas paraguayas.
Marito, como lo llamaban, conocía perfectamente el tema. Él había sido un criadito en casa de un veterano de la Guerra del Chaco. Este hombre de oficio albañil, se había asociado con un emprendedor hombre que conocía el arte de la elaboración de distintas cerámicas, como tejas o losetas. Varios productos de la tierra roja.   
El padre de Marito fue soldado reservista y actuó durante la guerra a las órdenes del sargento don Tránsito, el veterano albañil. Cuando supo que su antiguo superior estaba al frente de una empresa no dudó en visitarlo y pedirle que albergara a uno de sus hijos, en su casa o en la empresa, para que pudiera ir a la escuela.
El hombre que había quedado pensativo, ante la noticia de la niña muerta, era el quinto hijo de los nueve que habían engendrado su padre con su madre; pero sabía que había otros hijos, con otra mujer. Un motivo por el cual sus padres reñían cuando él era muy chico, un tiempo antes de que él fuese entregado a las órdenes de don Tránsito, en la fábrica de cerámicas. La cual no era más que un grupo reducido de casitas y unos galpones, más los tinglados sin paredes, de palos y tejas, donde depositaban las cerámicas.    
Marito quedó pensativo. Recordó sus primeros años en la fábrica, durmiendo de mita'i1 en uno de los galpones, pasando frío muchas veces, y otras, calores impensables con mosquitos que no paraban ni con cien espirales. En esos tiempos, cuando tenía entre nueve y diez años, sentía el estar apartado de sus padres. Sin embargo, no era el único en esa situación. Varios de los que trabajaban con él eran criaditos y sus padres los habían confiado a don Tránsito, que si bien no era malo, los ponía a trabajar duro todo el día. Eso sí, cada noche se aparecía y les contaba anécdotas de la guerra, muchas inventadas. Después de su relato les decía que ellos tenían suerte de estar allí y  no en medio de un campo de batalla, donde el machete, angaú2, era su mejor amigo.
Una noche, uno de los mita'i se reveló. Esa fue la vez que a Marito le quedó claro que nunca debía contradecir al viejo sargento. Tránsito tomó un palo que estaba a su alcance y lo golpeó,  angá3, al criadito gonzalito; con tanta fuerza y violencia que lo tuvieron que llevar a la casa del enfermero del barrio. El viejo le gritaba... "Añá Membî, Aña Membî4, mita'i carapé5". Lo trajo de vuelta, todavía vendado, una semana después. La golpiza no volvió a repetirse, y por un largo  tiempo, tampoco los relatos del viejo sargento.
Las polcas seguían sonando pero Marito no las escuchaba. Su mirada quedó perdida en un punto más allá de la puerta de entrada a la casa donde vivía ahora, que era el encargado de la fábrica. El viejo Tránsito había muerto años atrás y el que más conocía el negocio era él. El veterano, cuando cumplió sus setenta y cinco años, viéndose sin hijos, le dejó su parte de la fábrica.
Marito sentía un gran dolor, pero no entendía muy bien porqué. Recordaba vívidamente la golpiza que había sufrido Gonzalito, y también que, a pesar de ser mayor que el mita'i ese, no hizo nada por defenderlo. El viejo Tránsito era como un padre, sin serlo. Su palabra era sagrada, y todos le debían respeto. Lo que se materializaba en esa devoción diaria al trabajo, en el pedirle su bendición cada mañana, para empezar el día. La sumisión era parte de su idiosincrasia, algo incuestionable. Pero esa noche, la imagen fue tan fuerte que le hizo pensar en que, quizás, aquella rebelión de Gonzalito fue justa. Más cuando pensó en las veces que Gonzalito lo había salvado del maltrato de otros criaditos que lo llamaban "Marito Pirú6".
Un grito se le escapó cuando pensó nuevamente en la niña muerta y salió corriendo hasta donde dormitaba el ahora hombre, Gonzalito. Lo llamó y lo abrazó con fuerza. Después volvió a su rancho de encargado y tomó el resto de cervezas que estaban en la heladera.
Media hora después de la última lata don Mario se durmió.  El viejo Tránsito se le apareció en sueños y le habló: "Marito pirú Ñandejára7 te ilumine... Yo nicó8 viví como che gente9 he-í10. Y terminé cuelelé11 y medio tabî12..."  De un salto se despertó. El silencio, sólo interrumpido por algún grillo, dominaba la noche. Volvió a dormirse. Una vez más, el ex sargento se le apareció, vestido con su uniforme de soldado y le dijo en guaraní: "Guapicha oikutu va'e, oepy va'era13".

  Pedro Buda
Walter H. Rotela G.
 
  

Marito Pirú - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 
    
Voces en guaraní usadas en este cuento.
1 Mita'i: Niño 
2 Angaú: Supuestamente, "como qué"  
3Pobrecito,
4 Aña Membî: Hijo del diablo
Mita'i carapé: niño de baja estatura, petiso
6 Pirú: Flaco
7 Ñandejára: Dios, Nuestro señor
8 Nicó: Ciertamente, efectivamente
9 Che gente: Mi gente
10 He-i: Dice
11 Cuelelé: Viejo, destruido
12 Tabî: Loco
13  Guapicha oikutu va'e, oepy va'era: "El que hiere a su semejante debe pagar su culpa"

*Este texto forma parte del libro Criados... En la Tierra Roja  

**Puedes visitar mi página en bubok Argentina

domingo, 17 de julio de 2016

Sy, sy, sy1


Fotografía de muñeca en cerámica. (Obra realizada por Tega)


En plena siesta de un caluroso domingo de enero, mientras las chicharras aturdían, de tal modo que casi te despabilan del atontamiento provocado por las altas temperaturas asociadas a la humedad, en el patio trasero de una gran casa arbolada, Mariana jugaba con una muñeca que perdió un brazo.  
La navidad había pasado y ella soñaba con volver a ver a sus hermanos y padres. Eso le habían prometido cuando llegó a la casona de Ña2 Ruperta. Apenas comprendía el porqué debió irse de la casa de sus padres con sólo seis años y ayudar en las tareas domésticas en casa de extraños.
̶ Le pediré a mi hermano Robertito que te haga las manitos que te faltan  ̶  dijo Marianita mientras acariciaba su mutilada muñeca. En dos meses sería su cumpleaños. Lo único que esperaba, cada día del caluroso enero, era ese en que le avisaran que sus padres la venían a buscar para volver a casa y ver a sus hermanos, por unos días. Pues había comprendido que seguiría en la casona por un largo tiempo. Se sentía sola, y aunque ya no lloraba por las noches, le molestaba el pecho al pensar en su familia.
̶ Mitakuña'i3 ¿qué hacés ahí? Vení y cebame el tereré4. Este calor me está matando  ̶ ordenó con ronca voz el patrón, don Casildo. A quien había que llamar "señor". Y cada mañana al verlo, juntar las palmas de las manos y pedirle su bendición. Costumbre que la niña traía de su casa, en la cual su padre pronunciaba, igual que don Casildo, la frase: "Mi bendición".

La niña concurrió a la escuela los primeros meses del año, pero sobre mediados de Julio le dijeron, los dueños de la casona, que no iría más, pues no estaba cumpliendo con sus tareas de la casa. Y así, de un día para el otro, Mariana dejó de ir a la escuela. Allí, si bien jugaba con otros niños, era tratada con desdén por algunos. La llamaban Tití, por subirse a los árboles con gran habilidad. Esto era algo que compartía con sus hermanos en el campo.
Había llegado a la ciudad con su madre -que traía en su cuello una medalla de la santísima Virgen María, de quien era muy devota- tras medio día de andar en carreta y otro tanto de recorrer caminos asfaltados en un colectivo que las dejó en la terminal de la capital. Venía con la ilusión –compartida por su madre ̶  de ir a la escuela. Al bajar le aturdió el gentío, la voz chillando en los parlantes que anuncian las salidas y llegadas de colectivos; los vendedores de chipás, de relojes y cuanta cosa más. Se desplomó, tanto por el cansancio como por el extraño ruido, tan distinto al silencio del monte.                    
 Al bullicio de la ciudad se acostumbró con rapidez, como a los vendedores en los puestos, al amontonamiento de gente, ropa o basura en calles y en los colectivos. Y lo hizo al tener que acompañar a doña Ruperta en su marcha al mercado 4. Si bien no tenía que cargar grandes bolsos -si los medianos- debía escoger las verduras más frescas, las frutas más sanas, tal como solía hacer al ayudar a sus padres en el campo, al recolectar o cosechar, unos junto a otros. La recompensaba generalmente, doña Ruperta, con un chipá; en ocasiones con un chipá so'o5. Marianita, aunque no lo dijera, preferiría una de los grandes chupetines, esas paletas de colores que les compraba a sus hijos la señora.

Esa siesta en que Mariana soñaba despierta, con su muñeca desmembrada en un rincón, porque debía cebarle el tereré a don Casildo, pasó algo que no olvidó.
̶  Marianita  ̶  le habló casi susurrando el señor Casildo  ̶  vení y sentate aquí. Al tiempo que le indicaba que se subiera a su regazo.
̶ No, no hace falta señor. Estoy bien así. Aquí está su tereré  ̶ balbuceó la niña.
̶ Sí ... Pero vení aquí Marianita  ̶ reiteró el patrón, al tiempo que la levantaba sobre su falda de un tirón. Luego pasó sus manos sobre los muslos de la niña. Ella se soltó, dio un salto y trepó con destreza el árbol de mango del patio. Arriba quedó mirando al Yasì-Yaterè 6 cortando el zumbido de la siesta; con su emisión a viva voz: sy, sy, sy. 
   
Pedro Buda
Walter H. Rotela


Voces de la lengua guaraní usadas en este cuento.
1 Sy, sy, sy: Mamá, mamá, mamá
2 Ña: Modismo popular que reemplaza a la expresión "Doña"
3 Mitakuña'iNiña
4Tereré: Infusión de yerba mate y agua fría, generalmente con yuyos refrescantes. El contenedor de la yerba es una guampa (cuerno de vaca, cortada, con base de madera); se acompaña de una bombilla de metal o sorbete de madera.
Chipá so'o: Masa horneada de almidón, harina de maíz y leche relleno de carne.
6 Yasì-Yaterè : Dios tutelar de Yasi o "ñande sì" La Madre Luna, creadora de la raza guaraní. Es un enano rubio. Él simboliza la belleza y su representación lo confirma, pues le atribuyen singular encanto, "Luz de luna en los ojos, largo cabello rubio ensortijado, extraña sugestión en la sonrisa, irresistibles propiedades para conquistar mozas a las que rapta y ama, dejándoles un hijo que heredará su condición de Yasì-Yaterè".
 
Sy sy sy - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 

miércoles, 13 de julio de 2016

Cuento - El libro del abuelo Jesús




Siendo niño me gustaba oír las historias de mi abuelo. Él, a su modo, jugaba con nosotros, sus nietos. No como jugaría un adulto mayor tal como vemos en una tanda televisiva de publicidad o en una imagen fotográfica de un medio cualquiera. No, así no.
Don Jesús era el modo como se referían a él sus vecinos. Y de eso estaba muy orgulloso. Es decir, buscaba hacer honor al nombre que eligieron sus padres. Era el séptimo hijo. En realidad el noveno, pero dos de sus hermanos habían fallecido al poco de nacer. Los padres querían hijos varones pero, sin embargo, la vida les dio en su mayoría, mujeres.
Siendo chicos siempre lo llamamos señor, por la costumbre que teníamos en la zona de las tierras color sangre. Cada mañana, al verlo al abuelo le pedíamos su bendición. Él accedía siempre y nos regalaba algún caramelo, generalmente. Pasábamos mucho tiempo sin verlo, pues por temporadas se ausentaba por razones de trabajo. A veces, su ausentaba un par de meses. Cuando volvía nos traía regalos. Eso, según contaba mi abuela, fue siempre así. Pero sus ausencias, en mi niñez no se debían a motivos laborales, sino a una costumbre muy arraigada. Esas razones me fueron reveladas por mis tías sólo al llegar a mi juventud, no antes.
Una tarde conversando con él, bajo un árbol de mango, me animé a preguntarle por un libro que guardaba en un cajón de la cómoda de su habitación. Le mencioné que de niño lo había descubierto, que leí algo de su contenido, pero nunca capté el verdadero significado de cuanto estaba allí anotado.
Mi abuelo sonrió. Luego de una pausa me ilustró sobre una realidad totalmente desconocida por mí.     
̶ No es ningún secreto. Pero es sí información comprometedora, o al menos que sería relevante en alguna suerte de investigación... Contiene información, detalles sobre gente muy joven, niños que estuvieron a cargo, como yo, de don Pascual.
̶ Interesante  ̶ dije, alentándolo a proseguir.
El abuelo se puso serio, pero confesó estar feliz por poder compartir sobre el asunto. Así que ingresó a su habitación y trajo el libro. Él era un lector ávido. De todo lo que encontraba en sus viajes siempre comentaba o incluso traía algunos libros que le regalaban pues en su mayoría no podía comprárselos. Sin embargo, eso no impedía que accediera a ellos. Era veloz leyendo. Esa lectura le permitía tener una conversación interesante y con ello ganaba la buena voluntad de sus interlocutores que le permitían leer esos libros que no estaban a su alcance comprarlos.     
Jesús, mi abuelo, volvió con el libro que yo había visto siendo niño. Me pareció más pequeño de lo que lo recordaba. Era un viejo libro de asientos contables que tenía información sobre una empresa y  además figuraban nombres y fechas. No eran muchos, una treintena.
 ̶ Los nombres que ves aquí son de niños que el señor Pascual recibió, con la promesa a sus padres de enviarlos a la escuela, ocuparse de su alimentación, de brindarles un lugar en su vivienda. Y lo que hizo, en realidad, fue usarlos como mano de obra barata, en sus campos o en la ciudad  ̶ Jesús comentó.

̶ ¿Y tú cómo conseguiste este libro abuelo?
̶ Mirá... Esto quedará entre nosotros. Lo tomé del escritorio del señor Pascual  un año antes de dejar la hacienda. Nos castigaron cuando no se encontró pero no dije nada. Consideré que era algo valioso, que serviría como prueba de lo que me parecía no estaba bien. Pero...
̶ ¿Pero... ?  ̶ Insistí.
̶ No, no sirvió. Aún no. Pues poco se sabe y todo lo que se dice sobre el laburo de los mita'i "se maquilla", como dicen ahora. Y antes las condiciones eran peores. Había menos posibilidades de conocer lo que hacían los dueños de estancias o de las grandes casas de la ciudad. Parte de nuestra cultura, quizás.  
̶  ¿Y la lista de nombres?
̶ Son los nombre s de los niños y adolescentes que pasaron por la estancia y la casa en los años en que se registró en el libro. Desde 1909 hasta 1930, aproximadamente. Pero la cosa siguió después e incluso aumentó la cantidad de niños que pasaron por las manos del viejo Pascual y su familia.
̶ ¿Y qué hacían los niños abuelo? Pues supongo que no todos hacían los mismo.      ̶ propuse. 
̶ Pareces un periodista con tus preguntas che  ̶ replicó mi abuelo. 
̶ Bueno... Quizás pueda hacer algo, quizás pueda continuar con lo que empezaste, me refiero a darle luz a lo que sucedía. Este libro es parte, como una prueba ¿No? Tengo un amigo que quizás pueda ayudarme. Eso si tú lo crees conveniente, claro...
̶ Sí, quizás sea una buena idea. Bien... Te contaré qué hacíamos los niños en esos tiempos. Algunos trabajaban en la agricultura, otros con el ganado, otros en la ladrillería y unos cuantos en las casas de la ciudad. Había más de una. Pero, en todos lados, pasábamos mal en general.
Algún día me gustaría contar las cosas que pasamos en esos campos. Pero la vida se me está pasando y quizás no pueda. Por eso...  ̶ en este punto se le quebró la voz.
̶ Por eso conservaste el libro... ̶ le mencioné.
̶ Sí, claro. Es una prueba de lo que pasó allí. Están anotadas incluso las defunciones. ¿Ves aquí esta señal?  ̶ me mostró una cruz, apenas visible al costado de un nombre, que estaba acompañada de una fecha.   
̶ Interesante... ̶ le dije para entusiasmarlo y que me cuente más.
̶ Pues eso indica que un niño o adolescente murió. No era lo común. Pero sí las golpizas, el castigo. Y el domingo íbamos a misa. Y ahí, a callarse.
̶ ¡Qué historia Jesús! ¡Qué historia! Abuelo te agradezco que me hayas confiado todo esto.
̶ Bueno... Pero no pude hacer nada por esos chicos. Por los que vinieron después de mí.
̶ Abuelo, cuenta esta historia. Cuéntala. Cuéntala como cuando éramos niños nos contabas cosas mientras hacías los bodoques. Seguro que tu historia, tarde o temprano, se conocerá como "El libro del abuelo Jesús".
̶ Suena pretencioso. Me bastaría con que se sepa y no quede en el olvido.
Pedro Buda
                                                                                                                                                      2016  
*Este cuento forma parte del  libro Criados... En la Tierra Roja 
Puedes ver más libros de mi autoría en bubok Argentina

jueves, 7 de julio de 2016

Criadazgo

Sinopsis de siete cuentos sobre un mismo tema: Criadazgo

En esta entrada voy a dejar las sinopsis de siete cuentos recientemente creados. Todos giran en torno a un mismo tema. 
Más adelante compartiré los cuentos en algún formato que aún no tengo definido. Seguramente, será en un libro digital, pero eso aún lo estoy trabajando. 
Creo que es mi manera de aportar a una campaña por sensibilizarnos más con un tema que por estar tan delante de nuestros ojos, no lo vemos. 
Los invito a leer, entonces, las sinopsis de los  siete cuentos.


Eusebio se fue

Un hombre se encuentra en la calle con dos niños. Uno de ellos llora desconsoladamente y el otro le cuenta al hombre la causa. Días después sueña con el niño que lloraba;  éste, en el sueño, le dice "adiós".
  
Eusebio se fue - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 

 

La dueña es la criadita

Dos amigas están de compra en un mercado. Una de ellas comenta con la otra que una criadita, a la que conocieron de niña, ahora es la dueña de un hotel importante, llamado Hotel Esperanza.
 
La dueña es la criadita - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 


Marito Pirú

Don Mario escucha en la televisión sobre la brutal muerte de una criadita a manos de su cuidador. Eso le recuerda su propia historia como criadito, las golpizas y la aceptación de todo eso como parte del folklore.
 
Marito Pirú - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 



Sy, sy, sy

Mariana es una criadita, una niña cuyos padres la pusieron a cargo de otros adultos, con mayores posibilidades económicas, quienes prometieron enviarla a la escuela y brindarle sostén necesario. Una siesta calurosa, asustada, trepa a un árbol y desconsolada llama a su madre, ante la insistencia del patrón de que suba a su falda.
 
Sy sy sy - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 


Victoria

Victoria es una mujer mayor, sin hijos, que carga con un pasado de dolor, con recuerdos infelices de su niñez como criadita. Una mañana tras mirar, como es su costumbre, la salida del sol, acude, sin querer, a un templo. Conversa con el párroco y le cuenta sobre ese fastidioso pasado.
 
Victoria - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 


Don Estanislao

Salvatore es un joven que está a punto de casarse. Fue un criado de don Abelino y su familia  desde los cinco años y trabajó desde los seis. Le solicita a su actual empleador que lo ayude a encontrar a su familia. Por intermedio de un sacerdote, amigo de su empleador,  se entera que su padre, don Estanislao, aún vive.
 
Don Estanislao - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 


El libro del abuelo Jesús

Don Jesús fue un criadito que conservó un libro donde figuraban los datos de niños, cuyos padres dejaron a sus hijos a cargo de otros adultos con condiciones económicas mejores. Su nieto, de niño, descubrió el libro y ahora, en su adultez, el abuelo le narra sobre el contenido del mismo y sobre su deseo de que el relato de la realidad no se maquille para presentarla mejor.   
 
El libro del abuelo Jesús - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 



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