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viernes, 27 de noviembre de 2020

Presentación del libro: Criados... En la Tierra Roja

 Este viernes 27 de noviembre de 2020 después de las 16:15 horas (Emisión en directo) por el canal en Youtube del Primer Festival Iberoamericano de la Palabra   se presenta el Libro Criados... En la Tierra Roja de mi autoría. Estará precedido por las presentaciones de las escritoras: Silvia Favaretto (Italia) y Mary Rogers (Chile). 


Desde este sitio vaya mi agradecimiento sincero a toda la gente que hace posible este evento en línea. Y en especial a Daniel Omar Luppo y Patricio Rojas, como así también a Carlos Contreras y Fernanda Hamberg por sus gestiones. 



Criados... En la Tierra Roja está en Bubok




miércoles, 14 de marzo de 2018

Mis libros en Bubok - Algunos cambios

Estimados lectores, amigos, seguidores y personas que casualmente  llegaron a este blog en algún momento de su navegación por el cyberespacio, hoy, quiero compartir con ustedes una novedad respecto de mis libros editados y publicados en la editorial Bubok.

   A partir de este día que se inicia algunos de los libros en formato .pdf que podían descargarse gratis, ahora tienen un costo. La mitad del costo del mismo texto impreso. Siempre hay excepciones a la regla ¿no?. Bueno, la excepción es, por ejemplo, el libro: OLIVOL Y MUNDIAL UN SOLO CLUB, que sigue siendo gratis su descarga en formato .pdf; así también: CORO ESPERANZA 1985-2015 30 años de actuaciones. Y además, otros dos libros: Líneas Paralelas - Relato de viaje y Huellas de mis pensamientos.
   Gracias por compartir esta aventura de escribir y leer, reinventar y recrear espacio-tiempos comunes, donde cada uno se desliza a su manera. 
     Espero que entre huella y huella nos podamos cruzar y compartir... 


jueves, 17 de noviembre de 2016

Portada de Criados... En la Tierra Roja



Puedes, amable lector, descargar el .pdf de la plataforma de la Editorial Bubok 
También puedes comprar el libro impreso en el mismo sitio. 


jueves, 22 de septiembre de 2016

Criados... En la Tierra Roja

Imagen de la portada del libro: Criados... en la Tierra Roja


Estimados acompañantes de esta aventura que llevo adelante con la escritura les dejo enlace para comprar o descargar gratis en archivo .pdf mi último libro Criados... en la Tierra Roja. 

Criados... En la Tierra Roja - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 

En este libro de cuentos encontrarán textos que, desde la ficción, buscan que nos detengamos en el tema del criadazgo.    Por ejemplo, en el cuento “Eusebio se fue” un hombre se encuentra en la calle con dos niños. Uno de ellos llora desconsoladamente y el otro le cuenta al hombre la causa. Días después sueña con el niño que lloraba;  éste, en el sueño, le dice "adiós". En Sy, sy, sy: Mariana es una criadita, una niña cuyos padres la pusieron a cargo de otros adultos, con mayores posibilidades económicas, quienes prometieron enviarla a la escuela y brindarle sostén necesario. Una siesta calurosa, asustada, trepa a un árbol y desconsolada llama a su madre, ante la insistencia del patrón de que suba a su falda.
Los otros cuentos son La Dueña es la criadita, Marito Pirú, Victoria, Don Estanislao, El libro del abuelo Jesús y La mujer del pañuelo verde. 

lunes, 19 de septiembre de 2016

La mujer del pañuelo verde


Esto que compartiré es lo que la memoria me permite recordar de lo ocurrido en mi vida, desde aquella madrugada en que mi madre me subió a las ancas de su caballo y nos pusimos en marcha a la casa de un pariente. Uno que estaba al sur del río rojo sangre, y aún más allá de otro río. El que supe después llaman Pirané.
Aquella madrugada yo estaba pronto. Mi madre, dos días antes, me contó que haríamos un viaje; pero me aclaró: “De esto no le digas a nadie che ra’y1” No recuerdo que me haya explicado nada más; pero sus palabras me quedaron grabadas, máxime porque pocas cosas más me dijo… o comentó durante el viaje o después. Ello debido a que después de dejarme en casa del tío Dionisio, al regresar a nuestra casa, una bala de la guerra civil la alcanzó, a pocos kilómetros de nuestro rancho.
Mi padre sabía que mi madre y yo haríamos el viaje, sabía por qué y para qué lo haríamos; pero le pidió a ella que no le dijera el destino, por mi propia seguridad. Él fue apresado, y liberado pocos días después, tras el fin de la guerra. Supo de mi madre cuando nuestro caballo llegó solo a la casa. Así que con cautela recorrió el camino al sur de la casa. Unos lugareños al verlos, a él y al caballo, reconocieron al animal.
“A este animal lo montaba una bella mujer blanca, de larga cabellera negra, hace un par de días” –le dijo una lugareña a mi padre. Mientras cabalgaba fue alcanzada por el fuego de un grupo de vecinos armados que, al verla con el pañuelo verde al cuello, le dispararon y la hirieron de muerte. El caballo dio varias vueltas en derredor del cuerpo caído y luego se perdió de vista. El cuerpo de la mujer -el de mi madre- fue enterrado debajo de un árbol. Ellos le mostraron el sitio a mi padre. Sin embargo, eso lo sé porque un vecino de mi padre me lo contó hace pocos años, cuando cumplí los sesenta y seis años. Es decir, sesenta años después de llegar a estas tierras en las ancas de aquél caballo y con mi madre conduciendo por entre medio de esos campos
Recuerdo que durante el viaje hicimos varias paradas, en los tres días que duró. En general andábamos de tardecita o en la madrugada, al menos los dos primeros días. El tercero viajamos todo el tiempo, incluso en horas de la calurosa siesta. Llevábamos lo puesto y nada más. Por momentos mi madre lloraba y poco más. No decía palabra. Es claro hoy que ella intuía que no nos volveríamos a ver. Su intuición la llevó a salvar mi vida, pero volvía junto a mi padre para enfrentar juntos esos tiempos difíciles. No pudo llegar pero cumplió con su objetivo. Es decir, me salvó del conflicto armado y sobreviví a la guerra.
Cuando pienso en ella se me ocurre que sería interesante saber dónde fue sepultada. Reconocer aquél árbol, al lado de cuyas raíces fue depositado su cuerpo inerte. Pero bueno, quizás no importe tanto eso como saber, sí, que hubo unas personas que se ocuparon de darle cristiana sepultura. Y la historia de esos últimos momentos me llegó por boca de vecinos de mi padre –quien prosiguió su vida. Volvió a casarse, unos años después de la guerra.

Crecí como un criadito en casa del tío Dionisio. Allí con el tiempo tuve como compañeros de juego y de vida a otros cómo yo. Niños que fuimos dejados a cargo de este tío que tenía un buen trabajo, pero que también exigía de nuestra parte ayuda. Así nos puso a trabajar a todos cuántos vivíamos con él y la tía. Éramos cinco los que fuimos a ayudar a casa de vecinos y, como contrapartida, le dábamos dinero al tío. Él, cada sábado, nos entregaba una parte. Así, desde los doce años, fui al cine y a los encuentros de boxeo, junto con un primo mayor.
Aquellas noches de boxeo eran particularmente interesantes para mí; pues cuánto hubiera dado por tener la edad, la habilidad y la oportunidad de salvar la vida de aquella mujer con el pañuelo verde al cuello que hizo un peregrinaje de tres días a caballo para salvar mi vida.
Pedro Buda
2016
Walter H. Rotela
               
Voces guaraníes usadas
che ra’y1: Mi hijo




La mujer del pañuelo verde - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 

 *Este cuento integra la serie de relatos de ficción que conforman el libro Criados... en la Tierra Roja 
Visita la pagina del autor en Bubok Argentina.


viernes, 16 de septiembre de 2016

Victoria




Victoria mira el puerto desde la ventana de su cocina. El sol sube rápido por el éste cada mañana. Y ella disfruta ese instante. Después de ver la salida del sol toma el mate de la mañana. Se apronta y sale a buscar algún libro en las tiendas de libros usados. Canjea los que ya leyó, aunque suele guardar algunos, cual reliquia. Es su pasatiempo predilecto.
Un mañana de mayo, después de la salida del sol, se quedó con la mirada perdida. En la radio sintonizada en AM pasaban una noticia del día anterior. Una niña había muerto a manos del adulto a cuyo cargo estaba. Inmediatamente recordó, a sus setenta años, situaciones vividas en su niñez. Palizas, corridas. Recuerdos que consideraba enterrados en lo profundo de la rojiza tierra.
Victoria vive sola. Nunca quiso casarse o tener hijos. Se había jurado eso  ̶ y lo cumplió   ̶  de no traer niños al mundo. Era la séptima hija de un total de catorce hermanos. Su niñez la había pasado como criada en una y otra casa, como la mayoría de sus hermanas. Desde muy chica tuvo un carácter fuerte. Era muy rebelde y no se quedaba callada ante nadie. Para bien o para mal.
La mañana en cuestión, tras la rutina de ver salir el sol se dio un baño y salió como de costumbre, pero no visitó ninguna tienda de libros, no recorrió el micro-centro, no subió a ningún colectivo, sólo caminó. Y sus pasos la llevaron a la entrada de un templo, una pequeña capilla a donde concurría a oír misa, los primeros años tras su llegada a la ciudad capital. Pero hacía muchos años que no pisaba el interior del lugar. Esa mañana encontró abierto el templo e ingresó. Se persignó y vio que un sacerdote estaba cerca del confesionario. Se acercó y le dijo: "Necesito contarle".
̶ Bien, bien... Lo que quieras decir.  Pero sentémonos en un banco.
̶ Sí, sí. Estoy cansada. Gracias.
Lo que Victoria tenía para decir le llevó una hora, que le pareció corta al sacerdote. Ella parecía muy cansada al principio, sin embargo, el hombre de canas intuyó que ella necesitaba decir más, pero quizás en otra ocasión. Era mucho para un solo día.
La mañana estaba hermosa, el sol se colaba por entre las hojas, el bullicio de la ciudad iba creciendo; pero dentro de la capilla reinaba la calma. Sólo un murmullo era audible, donde ellos se encontraban. A un costado, hacia el frente, una mujeres rezaban el rosario, tenían un ritmo, un punto de inicio y otro de cierre, siempre el mismo, casi como el lub dub del corazón.
El sacerdote la miró y casi susurrando le mencionó que la recordaba, pero que hacía años no venía, como solía hacerlo los domingos.
̶ Sí, dejé de venir... dejé de venir pero sigo creyendo... Sabe el sol.... El sol me da esperanzas  ̶ se animó a comentar.
̶ Cada día es un regalo del señor... Y tú eres una mujer fuerte, luchadora  ̶ Expresó él mirando hacia ella y hacia una entrada de luz que provenía de lo alto de una pared.
̶ Creo padre, que al contarle esto que tenía aquí guardado... Al contarle me saqué... Me saqué un gran peso.
̶ Haz cargado demasiados años con este lastre y ya es hora... Es hora de dejarlo atrás. Tu nombre hace honor a esto que es tu vida: una victoria. Vive, vive y sé feliz. El sufrimiento no te doblegó, pero cargaste por demás con ese equipaje.
No dejes de visitar nuestra capilla, otras personas podrían aprender mucho de tus caminos en esta tierra color sangre.
̶ Lo haré. Seguramente mis pasos volverán a traerme, como lo hicieron hoy, después de tantos años.
Pedro Buda
Walter H. Rotela G.
2016 
*Este texto forma parte del libro de cuentos Criados... En la Tierra Roja 
Visita la página del autor en bubok 

miércoles, 27 de julio de 2016

Marito Pirú

Fotografía y edición de Walter H. Rotela G.   

Don Mario disfrutaba de una helada cerveza. Tenía una docena de latas en la heladera y tres cajas más en el galponcito del fondo. Miraba la televisión distraídamente cuando escuchó el titular de la noticia: "Niña muerta por golpiza propinada por el adulto responsable de su cuidado". Apagó el televisor y encendió la radio donde pasaban polcas paraguayas.
Marito, como lo llamaban, conocía perfectamente el tema. Él había sido un criadito en casa de un veterano de la Guerra del Chaco. Este hombre de oficio albañil, se había asociado con un emprendedor hombre que conocía el arte de la elaboración de distintas cerámicas, como tejas o losetas. Varios productos de la tierra roja.   
El padre de Marito fue soldado reservista y actuó durante la guerra a las órdenes del sargento don Tránsito, el veterano albañil. Cuando supo que su antiguo superior estaba al frente de una empresa no dudó en visitarlo y pedirle que albergara a uno de sus hijos, en su casa o en la empresa, para que pudiera ir a la escuela.
El hombre que había quedado pensativo, ante la noticia de la niña muerta, era el quinto hijo de los nueve que habían engendrado su padre con su madre; pero sabía que había otros hijos, con otra mujer. Un motivo por el cual sus padres reñían cuando él era muy chico, un tiempo antes de que él fuese entregado a las órdenes de don Tránsito, en la fábrica de cerámicas. La cual no era más que un grupo reducido de casitas y unos galpones, más los tinglados sin paredes, de palos y tejas, donde depositaban las cerámicas.    
Marito quedó pensativo. Recordó sus primeros años en la fábrica, durmiendo de mita'i1 en uno de los galpones, pasando frío muchas veces, y otras, calores impensables con mosquitos que no paraban ni con cien espirales. En esos tiempos, cuando tenía entre nueve y diez años, sentía el estar apartado de sus padres. Sin embargo, no era el único en esa situación. Varios de los que trabajaban con él eran criaditos y sus padres los habían confiado a don Tránsito, que si bien no era malo, los ponía a trabajar duro todo el día. Eso sí, cada noche se aparecía y les contaba anécdotas de la guerra, muchas inventadas. Después de su relato les decía que ellos tenían suerte de estar allí y  no en medio de un campo de batalla, donde el machete, angaú2, era su mejor amigo.
Una noche, uno de los mita'i se reveló. Esa fue la vez que a Marito le quedó claro que nunca debía contradecir al viejo sargento. Tránsito tomó un palo que estaba a su alcance y lo golpeó,  angá3, al criadito gonzalito; con tanta fuerza y violencia que lo tuvieron que llevar a la casa del enfermero del barrio. El viejo le gritaba... "Añá Membî, Aña Membî4, mita'i carapé5". Lo trajo de vuelta, todavía vendado, una semana después. La golpiza no volvió a repetirse, y por un largo  tiempo, tampoco los relatos del viejo sargento.
Las polcas seguían sonando pero Marito no las escuchaba. Su mirada quedó perdida en un punto más allá de la puerta de entrada a la casa donde vivía ahora, que era el encargado de la fábrica. El viejo Tránsito había muerto años atrás y el que más conocía el negocio era él. El veterano, cuando cumplió sus setenta y cinco años, viéndose sin hijos, le dejó su parte de la fábrica.
Marito sentía un gran dolor, pero no entendía muy bien porqué. Recordaba vívidamente la golpiza que había sufrido Gonzalito, y también que, a pesar de ser mayor que el mita'i ese, no hizo nada por defenderlo. El viejo Tránsito era como un padre, sin serlo. Su palabra era sagrada, y todos le debían respeto. Lo que se materializaba en esa devoción diaria al trabajo, en el pedirle su bendición cada mañana, para empezar el día. La sumisión era parte de su idiosincrasia, algo incuestionable. Pero esa noche, la imagen fue tan fuerte que le hizo pensar en que, quizás, aquella rebelión de Gonzalito fue justa. Más cuando pensó en las veces que Gonzalito lo había salvado del maltrato de otros criaditos que lo llamaban "Marito Pirú6".
Un grito se le escapó cuando pensó nuevamente en la niña muerta y salió corriendo hasta donde dormitaba el ahora hombre, Gonzalito. Lo llamó y lo abrazó con fuerza. Después volvió a su rancho de encargado y tomó el resto de cervezas que estaban en la heladera.
Media hora después de la última lata don Mario se durmió.  El viejo Tránsito se le apareció en sueños y le habló: "Marito pirú Ñandejára7 te ilumine... Yo nicó8 viví como che gente9 he-í10. Y terminé cuelelé11 y medio tabî12..."  De un salto se despertó. El silencio, sólo interrumpido por algún grillo, dominaba la noche. Volvió a dormirse. Una vez más, el ex sargento se le apareció, vestido con su uniforme de soldado y le dijo en guaraní: "Guapicha oikutu va'e, oepy va'era13".

  Pedro Buda
Walter H. Rotela G.
 
  

Marito Pirú - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 
    
Voces en guaraní usadas en este cuento.
1 Mita'i: Niño 
2 Angaú: Supuestamente, "como qué"  
3Pobrecito,
4 Aña Membî: Hijo del diablo
Mita'i carapé: niño de baja estatura, petiso
6 Pirú: Flaco
7 Ñandejára: Dios, Nuestro señor
8 Nicó: Ciertamente, efectivamente
9 Che gente: Mi gente
10 He-i: Dice
11 Cuelelé: Viejo, destruido
12 Tabî: Loco
13  Guapicha oikutu va'e, oepy va'era: "El que hiere a su semejante debe pagar su culpa"

*Este texto forma parte del libro Criados... En la Tierra Roja  

**Puedes visitar mi página en bubok Argentina

miércoles, 13 de julio de 2016

Cuento - El libro del abuelo Jesús




Siendo niño me gustaba oír las historias de mi abuelo. Él, a su modo, jugaba con nosotros, sus nietos. No como jugaría un adulto mayor tal como vemos en una tanda televisiva de publicidad o en una imagen fotográfica de un medio cualquiera. No, así no.
Don Jesús era el modo como se referían a él sus vecinos. Y de eso estaba muy orgulloso. Es decir, buscaba hacer honor al nombre que eligieron sus padres. Era el séptimo hijo. En realidad el noveno, pero dos de sus hermanos habían fallecido al poco de nacer. Los padres querían hijos varones pero, sin embargo, la vida les dio en su mayoría, mujeres.
Siendo chicos siempre lo llamamos señor, por la costumbre que teníamos en la zona de las tierras color sangre. Cada mañana, al verlo al abuelo le pedíamos su bendición. Él accedía siempre y nos regalaba algún caramelo, generalmente. Pasábamos mucho tiempo sin verlo, pues por temporadas se ausentaba por razones de trabajo. A veces, su ausentaba un par de meses. Cuando volvía nos traía regalos. Eso, según contaba mi abuela, fue siempre así. Pero sus ausencias, en mi niñez no se debían a motivos laborales, sino a una costumbre muy arraigada. Esas razones me fueron reveladas por mis tías sólo al llegar a mi juventud, no antes.
Una tarde conversando con él, bajo un árbol de mango, me animé a preguntarle por un libro que guardaba en un cajón de la cómoda de su habitación. Le mencioné que de niño lo había descubierto, que leí algo de su contenido, pero nunca capté el verdadero significado de cuanto estaba allí anotado.
Mi abuelo sonrió. Luego de una pausa me ilustró sobre una realidad totalmente desconocida por mí.     
̶ No es ningún secreto. Pero es sí información comprometedora, o al menos que sería relevante en alguna suerte de investigación... Contiene información, detalles sobre gente muy joven, niños que estuvieron a cargo, como yo, de don Pascual.
̶ Interesante  ̶ dije, alentándolo a proseguir.
El abuelo se puso serio, pero confesó estar feliz por poder compartir sobre el asunto. Así que ingresó a su habitación y trajo el libro. Él era un lector ávido. De todo lo que encontraba en sus viajes siempre comentaba o incluso traía algunos libros que le regalaban pues en su mayoría no podía comprárselos. Sin embargo, eso no impedía que accediera a ellos. Era veloz leyendo. Esa lectura le permitía tener una conversación interesante y con ello ganaba la buena voluntad de sus interlocutores que le permitían leer esos libros que no estaban a su alcance comprarlos.     
Jesús, mi abuelo, volvió con el libro que yo había visto siendo niño. Me pareció más pequeño de lo que lo recordaba. Era un viejo libro de asientos contables que tenía información sobre una empresa y  además figuraban nombres y fechas. No eran muchos, una treintena.
 ̶ Los nombres que ves aquí son de niños que el señor Pascual recibió, con la promesa a sus padres de enviarlos a la escuela, ocuparse de su alimentación, de brindarles un lugar en su vivienda. Y lo que hizo, en realidad, fue usarlos como mano de obra barata, en sus campos o en la ciudad  ̶ Jesús comentó.

̶ ¿Y tú cómo conseguiste este libro abuelo?
̶ Mirá... Esto quedará entre nosotros. Lo tomé del escritorio del señor Pascual  un año antes de dejar la hacienda. Nos castigaron cuando no se encontró pero no dije nada. Consideré que era algo valioso, que serviría como prueba de lo que me parecía no estaba bien. Pero...
̶ ¿Pero... ?  ̶ Insistí.
̶ No, no sirvió. Aún no. Pues poco se sabe y todo lo que se dice sobre el laburo de los mita'i "se maquilla", como dicen ahora. Y antes las condiciones eran peores. Había menos posibilidades de conocer lo que hacían los dueños de estancias o de las grandes casas de la ciudad. Parte de nuestra cultura, quizás.  
̶  ¿Y la lista de nombres?
̶ Son los nombre s de los niños y adolescentes que pasaron por la estancia y la casa en los años en que se registró en el libro. Desde 1909 hasta 1930, aproximadamente. Pero la cosa siguió después e incluso aumentó la cantidad de niños que pasaron por las manos del viejo Pascual y su familia.
̶ ¿Y qué hacían los niños abuelo? Pues supongo que no todos hacían los mismo.      ̶ propuse. 
̶ Pareces un periodista con tus preguntas che  ̶ replicó mi abuelo. 
̶ Bueno... Quizás pueda hacer algo, quizás pueda continuar con lo que empezaste, me refiero a darle luz a lo que sucedía. Este libro es parte, como una prueba ¿No? Tengo un amigo que quizás pueda ayudarme. Eso si tú lo crees conveniente, claro...
̶ Sí, quizás sea una buena idea. Bien... Te contaré qué hacíamos los niños en esos tiempos. Algunos trabajaban en la agricultura, otros con el ganado, otros en la ladrillería y unos cuantos en las casas de la ciudad. Había más de una. Pero, en todos lados, pasábamos mal en general.
Algún día me gustaría contar las cosas que pasamos en esos campos. Pero la vida se me está pasando y quizás no pueda. Por eso...  ̶ en este punto se le quebró la voz.
̶ Por eso conservaste el libro... ̶ le mencioné.
̶ Sí, claro. Es una prueba de lo que pasó allí. Están anotadas incluso las defunciones. ¿Ves aquí esta señal?  ̶ me mostró una cruz, apenas visible al costado de un nombre, que estaba acompañada de una fecha.   
̶ Interesante... ̶ le dije para entusiasmarlo y que me cuente más.
̶ Pues eso indica que un niño o adolescente murió. No era lo común. Pero sí las golpizas, el castigo. Y el domingo íbamos a misa. Y ahí, a callarse.
̶ ¡Qué historia Jesús! ¡Qué historia! Abuelo te agradezco que me hayas confiado todo esto.
̶ Bueno... Pero no pude hacer nada por esos chicos. Por los que vinieron después de mí.
̶ Abuelo, cuenta esta historia. Cuéntala. Cuéntala como cuando éramos niños nos contabas cosas mientras hacías los bodoques. Seguro que tu historia, tarde o temprano, se conocerá como "El libro del abuelo Jesús".
̶ Suena pretencioso. Me bastaría con que se sepa y no quede en el olvido.
Pedro Buda
                                                                                                                                                      2016  
*Este cuento forma parte del  libro Criados... En la Tierra Roja 
Puedes ver más libros de mi autoría en bubok Argentina
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