En la tercera visita a la zona de la laguna Rodríguez
tuve la oportunidad de conocer a una cuadrilla de obreros de las vías férreas.
Estos hombres recorren varios kilómetros del sistema reparándolas. Sus pieles
están curtidas por el trabajo a la intemperie. A veces cambian porciones de
rieles, tramos cortos que están en mal estado. Otras veces reponen los
durmientes viejos, que se están quebrando y pueden poner en riesgo la
circulación.
En uno de los
extremos de la laguna Rodríguez hay un
hermoso puente de acero y cemento armado revestido con piedras. Los pilares son
de hormigón, en tanto, el puente en sí es de acero, chapones gruesos, bulones y
remaches grandes y los durmientes de madera dura, noble, como la del quebracho
colorado. Estaba siendo reparado y don Sebastián Cano, dueño de algunos de los
campos de la zona convidó con un cordero a los trabajadores, en su segundo día
de labor en la zona del puente.
Dos de los
obreros de la cuadrilla que viajaban en una zorra con motor habían hecho el
relevamiento de lo que se precisaba, en el transcurso de los últimos meses.
Ellos le comentaron al capataz de lo avistado en uno de las incursiones por el
tramo cercano al puente: "Andaba un hombre raro por los alrededores. Lo
extraño era que parecía estar cubierto por abundante pelaje, sea que llevase
encima algún cuero de vaca o que él mismo estuviese cubierto por abundante
pelo..." Esta era la declaración hecha por los trabajadores en una suerte
de bitácora que llevan adelante en su recorrido. En la misma anotan tanto el
material que se precisa, como el estado de lo que deben reparar, llevan una
máquina de fotos con la cual ilustran el texto que van elaborando.
Salí con mi cámara a registrar el hermoso paisaje que
en parte conocía, pero que parecía cambiar con cada estación en que la fuimos
visitando, con los amigos de la pesca y caza. El atardecer fue un momento
increíble. Fui hasta el puente donde los obreros terminaban de reemplazar
algunos durmientes y un sector de riel. Ellos me contaron sobre las zonas donde
habían visto al "hombre" que corría medio erguido, medio encorvado
entre arbustos del monte y más allá, sobre la pradera. Ellos se referían al ser extraño como
"bicho" y otras como
"hombre". Aseguraban que lo habían visto recientemente y más
de cerca, no tanto, pero sí para distinguir que se semejaba más a un ser
humano. "Anda parado, es un bicho raro. Parece un hombre porque lo vimos
de pie, pero su abundante pelo no coincide con un hombre común. Lo vimos
perderse entre los arbustos, caminaba veloz y por momentos como agachado,
rengueando..."−comentaron los obreros.
El atardecer estaba increíble. El sol se
ponía tras la colina. Hice foco sobre la parte alta de la colina más cercana.
Me pareció una imagen increíblemente bella. Anaranjados, rojizos tonos que se
mezclan con la negrura de los arbustos y sus ramas. Sin embargo, la imagen fue
doblemente increíble, cuando la vi en la pantalla de mi notebook días después.
Había capturado la imagen del ser al que se referían los obreros. Era una
persona, un tipo erguido. Y no un paisano del lugar. No, se veía una figura
negra, como los arbustos, una silueta distinta de los árboles; pero que no pude
distinguir en la pantalla de la cámara de foto y video. Hice varias tomas de la
puesta de sol y esa figura oscura se movió en esos instantes. No era un árbol
con sus ramas, era algún tipo de animal erguido y cuando vi las fotos en la
computadora conocía el secreto que encerraban. Pero no me adelantaré, amigo
lector.
Al día siguiente que registré las fotos nos visitó don
Sebastián Cano. Lucía un tanto perturbado, se frotaba el bigote reiteradamente.
Dio algunos rodeos hasta que por fin desembuchó: "Anoche alguien mató dos
ovejas del puesto de arriba. Son unos vecinos amables y están indignados. Les
mataron los bichos y sólo se llevaron el cuarto trasero de uno y dos cuartos
delanteros del otro animal..." –aclaró, en un tono angustiado y hasta
amenazante por momentos.
̶
Pero... ¿ Y quién pudo ser? –le dije, con la voz más firme que pude lograr. El
hombre parecía enfurecerse a medida que relataba lo acontecido. Los obreros
habían partido la noche anterior, rato después que yo había hablado con ellos.
Don Sebastián los había convidado con un asado de cordero como recompensa por
la labor, pues también él usa el ferrocarril para llevar parte de su ganado. La
noche en cuestión estaba tranquila, fresca. Cuando llegaron don Sebastián en
compañía del peón no hicieron ruido alguno, sino hasta que estuvieron demasiado
cerca. Después, sólo después, se me ocurrió que quizás buscaban atraparnos con
las manos en la masa, pero no fue así. Habían tenido mala experiencia con otros
acampantes y estaban algo desilusionados. En el fuego hervía la olla con la
buseca cocinándose a fuego lento. Era el producto del trabajo de Gustavo, Chino
y Eduardo pues cada uno había hecho algo para lograr que la olla estuviese
llena. El aroma inundaba todo el monte.
Después de un rato de charla la tensión bajó y ellos se despidieron. Antes
compartieron un trago de wiski. Era de mañana
y ellos aceptaron participar de unas partidas de truco en la noche.
̶ Vendré
acompañado con don Rubito y algún peón para hacer un pequeño campeonato de
truco –dijo, con un tono mucho más amable que el usado cuando llegó.
De tardecita,
vino el peón que conocíamos y trajo un cuarto de venado que ellos habían cazado
días antes en los campos de don Rubito. Era para compartir durante la
noche. Gustavo y el Chino se encargaron de
prepararlo.
Sobre las diez
treinta de la noche, un poco más o menos, don Sebastián, don Rubito y el peón
se acercaron al campamento a orillas de la laguna. Sobre la parrilla se cocía,
a fuego muy lento, el trozo de venado, dos colitas de cuadril, en tanto en una
olla de hierro cuadrada se cocinaban dos calabacines que se rellenaron con
queso, cuatro boniatos y un kilo de papas blancas con cáscara. El aroma llenaba
todo el lugar y se extendía más allá de la laguna. Se había terminado la bebida
sobre el medio día, por lo que Omar y Gustavo fueron al pueblo a conseguir más
provisiones. Trajeron suficiente como para un regimiento sediento.
Don Sebastián,
apenas llegó aclaró que traía un rifle con un dardo provisto de un poderoso
sedante. Lo hizo ante nuestra mirada un tanto incrédula. Comentó que tenía la
firme intención de cazar al bicho del monte ese, fuese lo que fuese. Un par de
semanas atrás había consultado con un amigo veterinario y éste le había
conseguido dardos y rifle. Todos los chacareros de la zona estaban en sobre
aviso. El arma en sí no llamaba la atención, aunque sí los dardos. Nos pareció
increíble la idea de querer cazar, capturar con vida al bicho; sin embargo,
como me habían relatado los obreros, era el bicho muy parecido a una persona
normal, aunque peludo. Yo había compartido lo que me relataron a mis compañeros
de campamento.
Las carnes
chillaban sobre la parrilla. Los calabacines y la bebida comenzaron a correr
enseguida. Se sucedieron anécdotas y cuentos de todo tipo y color. Historias de
pescadores y cazadores. Fue muy divertido escuchar y darse cuenta de quién
exageraba más sobre el animal o pescado capturado. Incluso uno, el Hugo, recordó
que tenía grabado un relato de un tipo que dijo conocía a unos viejos polis que
habían cazado aborígenes a orillas de un río al norte del país vecino. Recuerdo
que el relato llevaba por título "cacería en enero". Y lo tenía
grabado en el celular y nos hizo escuchar.
Como un par de
horas después de empezar los partidos de truco y comida vimos como,
sigilosamente, el peón, "Orosindo", se acomodaba sigilosamente detrás
de don Sebastián. Pensamos que había enloquecido. Sin embargo, nadie dijo
mucho. Bueno, los rostros eran muy expresivos, al menos los nuestros, los
acampantes. Don Sebastián con un gesto nos convocó a seguir como si nada
pasase. Y sin entender mucho, le seguimos el juego. Después supimos que
Orosindo había visto moverse el follaje en la orilla de enfrente y podría ser
la presa de caza. Esperó en su posición casi media hora, mientras el juego
continuó, así como la bebida.
Cuando don
Rubito cantó un "truco" se escuchó un disparo al unísono y fue
certero. La mira telescópica de visión nocturna que tenía adosado el rifle lo
permitió. El bote inflable que esta vez funcionaba, pues se lo había mandado
reparar, tras no poder usarse la primera vez que fuimos a la laguna, permitió
que linterna en mano, don Sebastián, Eduardo y el peón cruzaran al otro lado.
Veinte, eternos, minutos después
colocaban el cuerpo del hombre del monte sobre el bote para cruzarlo.
El hombre era un
tipo bajo, con abundante bello, casi como un simio, pero no tanto realmente.
Llevaba un cuero de vaca cruzado a la espalda y un pantalón vaquero muy gastado
y sucio. Durmió como dos horas. Tras despertar descubrimos que no hablaba, en
realidad era casi como un gruñido fuerte lo que emitía. Pero se le caían los
párpados producto de los efectos del tranquilizante que poseía el dardo. De a
rato parecía balbucear algo. Lucía un buen estado físico.
La partida de
truco no siguió. Sí corrieron más bebidas y carnes asadas. En poco rato se
hicieron más de un centenar de fotografías. Se lo cubrió al hombre con una
manta y se lo inmovilizó con cuerdas, aunque se evitó producirles alguna
lastimadura. Don Sebastián dio parte a la policía. Ellos traerían un médico
para examinar al masculino, en la mañana. No llegarían antes de las diez u once
la mañana.
Tras este caso,
ninguna historia de cacería o pesquería quedaba grande. Esta era "la
historia", la más fantástica y, sin embargo, verdadera que todos
tendríamos para contar de ahí en más. Sería la anécdota de cuando hallamos al hombre del monte. Las fotografías no nos
permitirían olvidar... ni exagerar.
Pedro
Buda
Walter
H. Rotela G.
2017
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Atte. Pedro Buda