martes, 25 de octubre de 2022

Las huellas del escritor loco (Cuento)

 

Tras 500 años de la llegada de los españoles a América dos hombres se encuentran. Uno es descendiente del líder de Abya Yala1, Moctezuma, y el otro es descendiente de Cortés, un líder de los soldados españoles que salieron a ampliar los horizontes de la tierra por ellos conocida. Todo en su encuentro parece normal y se vuelcan a participar de charlas y conversaciones pertinentes a ese encuentro de culturas que se produjo 5 centurias antes.

El descendiente de uno de aquellos primeros exploradores -al que llaman conquistador – inicia una de las disertaciones, más o menos así: “La imagen dominante que podemos tener de ese siglo XV es el de unas carabelas partiendo con apenas una centuria de hombres - mal armados, acompañados por un par de religiosos, un alfabeto y pocos libros- munidos de hambre de posesiones, algunos caballos y perros y la creencia de que su Dios era el verdadero creador y benefactor. Hombres que salieron a recorrer aquellas aguas extendidas más allá del puerto de Palos, con la firme intención de dejar sus huellas, en playas, más allá de la tierra conocida. Porque casi que no hubo mujeres en las expediciones, y eso jugó, parece, un rol importante en lo que se dio tras la llegada de estos hombres blancos a las tierras que llamaron Indias…” “Y es importante decir: ‘Perdón’ Porque alguna que otra cosa, se dio fuera de lo encomendado…”

El otro descendiente, no lo dice, pero no puede perdonar, sino simplemente aceptar, que los hechos ocurrieron, de la forma más inimaginable para la conciencia actual, pero no para esos tiempos pasados. Y sabe, lo sabe bien, que en los tiempos previos a la conquista, por miles se descabezaban a los enemigos, en honor a los dioses. Sus corazones eran extraídos del cuerpo y regadas las paredes de templos con sus sangre para evitar posibles castigos divinos. Y sabe que hubo encuentros, de hombres y mujeres de ambas culturas, las que fueron forzadas en su mayoría, no consentidas.

Las tertulias pasaron rápidas, de una a otra, pero en el medio se dio otro encuentro, quizás más raro, quizás no habitual y de lo que -los descendientes- no recuerdan cómo entraron. A la audiencia de estos descendientes de líderes, se sumaron otros, que siempre estuvieron allí, esos que eran representados como el Dios sol (Inti, Ra, Tonatiuh; Huitzilopochtli; Helios; Apolo, Febo; Tsohanoai; Amaterasu; Balder; Tañe; Baal; Malina) o como el Dios único, el cristiano, o como el rayo o el dios serpiente Amaru. Y a ese encuentro no fueron invitados estos descendientes, pero sí participaron, aún no consintiéndolo. Y se encontraron, en un mismo espacio-tiempo, con sus ancestros y con aquellas carabelas, con esos aventureros y desposeídos hombres blancos, que nada tenían por perder… Y también estaban, aquellos hombres de pieles descubiertas, algunos -sin embargo- con delicados tejidos sobre sus fornidos cuerpos, otros con pieles y botas de cuero amarrados con trozos de cuerdas de fibras.

Estos seres -los representados como dioses- se comunicaron con estos descendientes de un modo que les fue posible comprender, sin hablar, como que les leyeran sus pensamientos y les contestaran de igual modo -¿sin un medio común de comunicación?- excepto los pensamientos, imágenes. Pero imágenes y pensamientos que sintieron como propios, comunes. Les pareció algo raro casi un tanto antojadizo.

Uno y otro se mostraron sorprendidos, maravillados. El espectáculo ante sí fue, a las claras, increíble. Se respira -pensaron- un aire fresco, aromas de frutas como la chirimoya muy aromática, con sabor dulce ligeramente ácido que recuerda a una mezcla de piña y plátano o al sabor de la pera y también percibieron el olor reconfortante de la vainilla, aunque así también olores desagradables de animales, de sus heces. Los colores ocres de las naves de navegación marítima del siglo XV contrastan con los multicolores de otras naves, o eso parecen, que se deslizan ante sí, sin emitir sonido alguno. Todo sucede muy rápido aunque al mismo tiempo, no hay indicadores del paso del tiempo. No oscurece, no aumenta ni disminuye la luz. Todo parece estable, quieto, inmutable, aunque ante sí, ocurren cientos de movimientos, de un conglomerado variopintos de seres, que cruzan en un sentido y en otro, interactúan entre sí y con ellos, pero parecen ser espectadores sentados en primera fila, observadores y objetos observados, a la misma vez.

Imágenes se despliegan ante sí. Como una suerte de pantalla sin que exista tal. Como los hologramas que representamos hoy. Muestran jinetes corriendo con perros por delante, como cazando humanos de a pie. Hombres degollando a otros, por cientos y arrojando sus cabezas por el borde de una suerte de pirámides, los grandes templos del pasado. Hombres de túnicas, leyendo libros, construyendo edificios, enseñando y aprendiendo.

Letras, signos, rutas, estrellas, calendarios… Surgen centurias de voces y textos, palabras, signos: aguacate/ testículos de árbol; cacahuete; chicle; tiza; tomate/agua gorda; naná naná/ananá; yacaré/sobre el agua sólo la cabeza; kapiÿva/ señor de la hierba (carpincho); (cancha) kancha /recinto, cercado; chakra/granja; (cura)Kuraq/jefe de una comunidad en el Imperio Incaico; (maíz) mahís/ fuente de vida; carpa; chiripa; pisco; mate; pampa; papa; coca; choclo; quinoa; alpaca; canoa; iguana; carey; yuca; hamaca; sabana; huracán; chinchilla; poroto; cholo; taita; colibrí,

Y después, aunque podría ser que lo vieron antes -pues parecía un sueño todo, se mezclaron imágenes, sensaciones, olores, no existía silencio, pero ellos, los dos descendientes, no podían hablar, sólo sentían – vieron largos textos, cifras, números, planetas, estrellas, galaxias, y otras civilizaciones, nunca vistas, pero habían, claramente, otros seres - ninguno existente en esta tierra del siglo XXI, por ellos conocidos.

Vale decir, que los descendientes, tampoco recuerdan como salieron de aquellos encuentros multitudinarios, multiculturales y multiespacio/tiempo. No lo recuerdan, pero sí que participaron, sí que sintieron, vivieron, olieron y hasta degustaron comidas y bebidas, incluso sienten que viajaron más allá de lo que se animan a pensar, porque el sólo pensar, cuesta. Mucho menos poder explicar.

Continuó, entre ellos, esa suerte de comunicación de pensamientos, eso que mantuvieron con esos seres de naves vistosas y silenciosas. Cuando quisieron expresar con sus voces, casi que no pudieron, menos quisieron. Y entre ellos, sólo atinaron a pensar: “¿Fue cierto, vimos lo que vimos?” -dijo el descendiente de Cortés. Y el otro respondió: “Parece que sí, pero nunca podremos contarlo, hacerlo nos llevaría al encierro en un hospital psiquiátrico, ¿No te parece...?” Fue la respuesta del descendiente de Moctezuma. Sí, pero quizás, quizás -pensó el descendiente de Cortés- quizás podamos dejar unas huellas en un escritor loco, que acaso no le importe, o no entienda, los signos, las huellas que deja en el papel o en ese computador que simula la alba sustancia. Quizás ese... Ese escritor... Loco, no sea; pero quizás se haga pasar por tal, para evitar las represalias”.


Pedro Buda

2022

1Abya Yala es el nombre más antiguo actualmente conocido que hace referencia al territorio americano. Literalmente significaría tierra en plena madurez o tierra de sangre vital.

*Este cuento se presentará para el libro del Taller A.L.A.S.  del año 2022, coordinado por Lucy Díaz Tauber. 

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