Portada del libro: Variaciones sobre vientos
Lo que transcribo
más abajo me fue narrado por Juan. Él deambula por la ciudad y, a veces, pasa a
pedir comestibles por la puerta de la capilla. Yo tenía un chiche nuevo y quise
probarlo. Me dijo que tenía una historia que compartir. Le pregunté si podía
grabar su relato y me autorizó, entusiasmado. En realidad, en ese momento no
sabia si usaría o no el material; pero resultó interesante.
Juan es un hombre
al que le gusta leer y siempre consigue libros usados. Muchos le regalan viejos
textos que no pueden vender. Así que ahí va. El producto de la comunicación
mediada fue casi un monólogo de Juan, donde él da rienda suelta a su lunfardo y
mezcla de expresiones en varios idiomas que le gusta usar cuando me cuenta sus
historias.
‒
¡Buenas tardes Juan! ¿Cómo anda hoy? -le dije al verlo llegar con su paso cansino.
‒ Bien… Bien
-contestó con voz entrecortada, por la emoción, según comprendí después.
‒ Sabe que le
dejaron una manta. Lo trajo doña Eusebia, específicamente para usted. Hace una
semana -le conté.
‒
¡Bien, bien! Nos viene al pelo… [Se refería a él y a su perro, al que llama
Thor] Sabe… Le voy a contar lo que nos pasó la tarde del viento este, el de la
semana pasada.
>Venía por la
zona del ‘porto’. Y esta ‘coisa’ nos sorprendió. Empezó a volar cuanto ‘pelpa’
había en la ‘lleca’. Volaban cartones, plásticos de los carteles de las
elecciones y hasta alguna chapa suelta.
Venía con mi amigo
Thor de visitar a los viejos compas del ‘topuer’.
Nadie nos arrimó un veintén. Los del ‘porto’
dijeron que la pesca anduvo mal toda la semana. “Brutta giornata…” Y a los
ojitos estirados ni les pido. Esos comen perro asado, así que ni me acerco con
Thor.
>Las
tripas de mi Thor y las mías parecían cantar… de tanto ruido que hacían.
Media hora después que empezó la
ventisca Thor desapareció. Venía detrás de mí, como a veinte pasos, más menos.
Me sujetaba de las paredes y entreabría los ojos para seguir el camino. La
tierra y las pelusas jodían la vista. De pronto Thor se esfumó.
Pensé y pensé a
dónde podía estar. Y me dije: el viento me lo trajo y el viento me lo quita. Si
por eso lo llamé Thor. Pucha digo, cómo son las ‘coisas’.
>Lo llamé a los
gritos... Lo busqué, lo busqué y na… No estaba en los lugares conocidos. No
aparecía en las esquinas, ni en las entradas de los galpones, ni en las puertas
de los bares donde paramos el ‘corpo’, la carne, cada día. Un agujero negro se
lo tragó, pensé.
Las nubes se
volvieron oscuras, negras. El aire quedó frío y húmedo. Me refugié bajo un
alero, en los flancos de la vieja estación de trenes, en un rincón junto a una
puerta abandonada, tapiada con tablones. Lo esperé toda la tarde. Desde mi
posición podía otear hacia el sur como hacia el norte.
>Fue una
interminable tarde gris. Una locura. Recordé cada día del tiempo transcurrido
desde que empezamos a ‘patiar’ juntos… Muchos días y muchas noches compartidas,
pucha digo. Tantos aguaceros que soportamos juntos. Y ahora, este viento
maldito me encontraba más sólo que el uno. Recordé las frías noches de invierno,
recostados junto al fueguito. Tantas cosas se comparten y no nos ponemos a
pensar hasta que nos falta el ‘gomia’. Pasaron las horas. El tiempo se volvió
interminable. La oscuridad lo envolvió todo. La soledad… Y como la publicidad
del ‘pucho’ aquél: “La noche se cerró sobre la Bastilla…” No sé por qué me
acuerdo de ese ‘faso’, de esa propaganda en la tele, de cuando yo tenía una, en
blanco y negro. Quizás porque la situación se me antojó similar. Porque no
siempre tuve ‘tirao’ che. No. Una vez tuve casa, mujer, laburo. Pero de eso
hace más de un siglo, sabés. Otro día te cuento.
‒ ¿Y qué pasó después? ¿Cómo, cuándo lo
encontraste a tu perro? Contame -le sugerí.
‒ Como te decía,
no se podía ver más allá de los portones de la nueva estación del ferrocarril,
que como sabes está a cien metros de la antigua y abandonada. La luz mortecina,
de los faroles de la ‘lleca’, no ayudaban. Las ramas de los plátanos se movían
y parecían manos de fantasmas. Espectros. El corazón me daba vueltas. Parecía
que iba a dejar de ‘funcar’.
>El viento
seguía. Golpeaba con fuerza. Me cubrí con un cartón. Finalmente, me dormí. Me
venció el cansancio. Mi amigo había desaparecido. Yo lo esperé, lo esperé y me
rendí.
‒ Pero hoy, aquí,
están juntos… -Le señalé, mirándolo a los dos. Juan y Thor estaban, uno sentado
junto al otro, frente a mí.
‒ Sí… ‘Grazie a
Dio’. Desperté en la madrugada, de esa ventosa noche, y Thor me lamía la
‘geta’, acurrucado a mi lado. Del lado que soplaba el viento.
Walter H. Rotela G.
Pedro
Buda
*Este cuento forma parte del libro: Variaciones sobre vientos.
Qué bueno escribir sobre vientos. Es una idea muy original. El episodio narrado tiene la virtud de recordar que en la desdicha siempre es triste recordar la felicidad. La pérdida del perro le hizo acordar que un día tuvo casa, mujer, trabajo. Muy bueno el breve relato.
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