domingo, 21 de febrero de 2010

Cuento: EL Ciudadano Nº


¡Compre aquí! ¡Pague en tres cuotas sin recargo! ¡Viaje a Cancún hoy... y pague después!... rezaban los carteles luminosos que titilaban, una y otra vez, en la mente del ciudadano número 30.500.201.
Acostado en su cama, no podía dormir. Veía desfilar ante sus ojos cerrados todo tipo de vidrieras, toda clase de mensajes publicitarios en carteles, radio, TV. o prensa.
Él juntaba todo lo que podía, según le quedara del sueldo que percibía por su trabajo en la fábrica número Z 002, que pronto entraría en quiebra. Pero de lo que nada sabía, aunque las noticias no eran alentadoras para el funcionario 1825 de la sección AS23.
Los medios hablaban del derrumbe, pero los del comité decían que todo iba a mejorar: “No te preocupes ciudadano número 30.500.001, todo se arreglará”-le decían.
El dueño del puesto de la esquina había mandado al hijo a buscar trabajo y lo encontró. Ya no atendía la sección de la frutería, manejaba un camión por unos pocos pesos, en la compañía que alguna vez él también había trabajado. Sí, cuando era joven y la cintura estaba aún intacta. Cuando los riñones eran nuevos y los camiones aquellos viejos Leyland.
“Aunque los camiones son otros, éstos que hasta aire acondicionado tienen, su sueldo, sin embargo, es igualmente bajo como antaño, pero es lo que encuentra”–le comentó el puestero al funcionario 1825 cuando pasó a comprar un par de papas y un huevo.
El presidente de la nación aseguró que todo está en un proceso de transición, pero que para el fin del año las cosas estarán mucho mejor. Así dijo: “Ciudadanos... les prometo, que aunque el camino no sea fácil, llegaremos a nuestro modelo de país en el transcurso de los días venideros...”
Pensando en todo esto, el ciudadano, comenzó a soñar con el viaje a Cancún, con las playas y el calor, con las chicas bonitas y las bebidas tropicales. El calor de la arena le quemaba los pies y prefirió ir al quincho en busca de música suave y un refresco.
Una hermosa mujer lo observaba desde el otro extremo de la barra, hecha con troncos de palmera. Sus ojos celestes irradiaban una inusitada energía. El ciudadano se sentía en el aire, volando, en el paraíso... pero de pronto, se sintió helado...
Mientras el ciudadano 30.500.201 soñaba, alguien -un reciente compañero de trabajo- ingresó a la habitación. Lo había conocido hace muy poco en una fiesta, y gracias a una estupenda borrachera cometió la torpeza de mostrarle el lugar donde guardaba sus magros ahorros. Precisamente, en la cajita del toma corriente de la cocina. Había entrado por la puerta posterior del apartamentito.
Sin prender la luz - el infiel - se dirigió al toma corriente -sabiendo a su compañero de trabajo dormido- hurtó lo que quedaba de los aguinaldos, asignaciones, presentismos y el sueldo entero del mes de enero y febrero pasados -los cuales había podido guardar porque usó el dinero obtenido por realizar changas. Lo puso en una bolsa de arpillera vieja que tomó de donde estaba colgada en la pared y se fue, dejando la puerta abierta.
El ciudadano 30.500.201 sintió frío, estaba helado. Sin embargo, se encontraba tapado con frazadas... ¡Qué pasaba!
Se levantó y cruzó el pequeño corredor hacia la cocina, de donde sintió que venía una corriente de aire helada. Prendió la luz y vio, inmediatamente, la puerta abierta. Enloqueció. Miró la caja fuerte, es decir, el toma corriente donde guardaba sus ahorros... Su rostro se paralizó. Su escondite había sido violado, abierto. Había sido robado en medio de sus dulces sueños.
Los carteles que titilaban quedaron en blanco. Todo se paralizó. El sol comenzó a subir vertiginosamente. La luz inundó la cocina.
En la puerta del frente se escuchó un par de golpes, firmes. Hacia allá acudió deprisa.
-Buenos días, ¿el ciudadano número 30.500.201 es usted?
-Sí... sí, ¿por qué pregunta?
-Esta carta es para usted. Buenos días.
Era una carta de la empresa que decía: “Funcionario Nº 1825, cumplimos en informarle que, a partir del día de la fecha, no precisará más presentarse a su puesto de trabajo, pues la empresa, se declara en quiebra. Cuando tengamos alguna novedad le comunicaremos. Atentamente LA EMPRESA.”
En ese momento, el cuerpo del ciudadano número 30.500.201 cayó al suelo fulminantemente. Hizo un fuerte ruido, que nadie escuchó. Nadie vino a levantarlo. Su mutual médica, ese mismo día, lo había dado de baja.
Al cabo de una hora, se presentó el mismo cartero anterior, traía: tres cartas, de diferentes casas crediticias. Lo invitaban a suscribirse. Una de ellas, incluso, le obsequiaba un viaje, con todos los gastos pagos, a Cancún. El cartero, nuevamente, golpeó la puerta y sin esperar contestación dijo: “¿El ciudadano número 30.500.201 vive aquí?” Luego, introdujo la correspondencia por debajo de la puerta y se retiró.
Pedro Buda

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