A
raíz del hallazgo, en una fotografía, de la imagen de una persona que caminaba
por un bosquecillo que corre paralelo al río Cebollatí es que inicié la
búsqueda de esa persona. "¿Cómo?, ¿de qué trata este relato?" –Estas
podrían ser las expresiones del lector que se aventure a leer este texto. A él
o ella, debo explicarle, que días atrás, al mirar unas fotografías tomadas en el
interior de un bosquecillo que corre paralelo al río Cebollatí, en Uruguay,
descubrí la presencia de alguien que, al momento de tomar la foto -de eso estoy
seguro- no estaba.
En la mañana que paseaba por el
bosquecillo la luz del sol se colaba entre el tupido entretejido de ramas, en
forma de inclinados haces. En determinadas partes creaba un haz muy
interesante, agradable. Permitía ver tanta gama de verdes que era como una
explosión de color. El aire estaba algo húmedo, fresco, cargado de olores a
tierra húmeda.
Realicé varias tomas de ese mundo verde.
Y digo "mundo"porque al interior del bosquecillo la atmósfera era
otra, el silencio, los aromas... Todo era muy diferente al afuera, a la costa
sin árboles, al camino de acceso.
Haciendo compras en un pueblo cercano,
conocimos a un lugareño que nos sugirió otros lugares para visitar, también a
orillas del Cebollatí. Como
intercambiamos números telefónicos y direcciones de correo, tras el hallazgo de
aquella imagen de una persona en la fotografía, lo contacté.
El carnicero, de nombre Elías, respondió
muy rápido a mi correo -apenas una hora después de enviarle mi primera nota. Lo
que me contó superó mis expectativas.
En su epístola Elías decía:
"Estimado Pedro, supongo que el hombre
que vio, perdón, cuya imagen registró su cámara, no es otro que el Don
Orosindo.
Hace
años que está desaparecido y suponíamos que vivía en los campos. Alguien más comentó, hace algún tiempo atrás, que creyó ver a una persona caminando a
orillas del
Cebollatí, con sombrero de ala ancha y una bolsa colgada a la
espalda.
Don Orosindo, hace unos siete u ocho años
atrás, tuvo una gran decepción amorosa. Es o era, el estanciero dueño de
grandes superficies de campo, por cuyo interior corre libre el Cebollatí. Pero
después de aquella desilusión desapareció. No se despidió, ni nada que se le parezca. Se lo tragó la tierra –decían los lugareños.
Hoy
que usted cuenta esto que vio, debo decir que coincide con el relato de esas
otras personas que vieron a un hombre bajito, de sombrero. Son las señas
particulares de él. Es
decir, el viejo, aunque no pasaba de los cincuenta y
pocos, era muy bajito, muy curtido por el sol y el aire del campo, de las
sierras. Andaba siempre a caballo y por ahí esa chuequera tan característica de él. Esto último lo ponía como una persona más baja que lo normal.
Me
temo, estimado Pedro, que usted fotografió nada más y nada menos que a don
Orosindo. Y es la prueba de que sigue vivo, vagando por los campos, sus campos.
Espero
estos pocos datos le sirvan para aclarar sus dudas.
Respetuosamente
lo saluda Elías.
P. D.: Cuando pasen por
estos lares, seguro que, si me avisan, les tendré algún carpincho pa´ ustedes".
No tengo, de momento, más que creer en
los datos, en las referencias brindadas por Elías. Lo cierto es que las fotos
con esa persona allí, en ese bosquecillo, son las únicas pruebas que dispongo.
Don Orosindo caminando
Otra vez Don Orosindo en las sendas
Don Orosindo alejándose
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Atte. Pedro Buda