Estimado lector, lo que estás a punto de leer en principio fue un simple relato de
viaje, como corolario de una experiencia compartida con personas agradables. Un
viaje a las costas del río Cebllatí. Serían unas notas simples sobre el viaje,
la estadía, la escasa pesca, sobre el disfrute del singular entorno a orillas de un río bordeado por un característico bosquecillo y las serranías extendiéndose a lo largo y ancho del territorio. Sin
embargo, algo cambio eso.
El río Cebollatí deja correr sus aguas entre
rocas, piedras de mayor o menor tamaño, y riega los valles que se extienden hasta
los límites que imponen los cerros.
La vista descansa y la mente se deja
adormilar por el suave murmullo del agua cruzando entre tanta piedra. Las aves
se posan en los árboles o a orillas del río. Son habitantes permanentes: las
bandurrias, los teros, gorriones, pavitas de monte que se pierden entre el follaje.
Sobre las aguas pasan rozando algún Martin Pescador. Muy por encima, a una altura a donde la vista
apenas permite visualizar con claridad, cuervos de negras alas extendidas se
deslizan sobre las corrientes de aire, cual si fuesen surfistas tomando una
ola. Pero ese placer es solo de ellos, nosotros, los acampantes debemos
conformarnos con verlos o fotografiarlos.
Provistos de una canoa de fibra de vidrio,
que hace agua por doquier, intentamos circular,
nosotros a nuestro modo, por el espejo de agua, cual si fuésemos aquellos
curvos que vigilan desde la altura sus dominios. Y girábamos, en algunos
momentos, no por voluntad propia, sino por capricho del agua o por nuestra
impericia en el manejo de la embarcación.
Todo esto veíamos y hacíamos, en el fin de
semana, pero al mismo tiempo ocurría algo que estuvo fuera de nuestro
conocimiento. En el bosquecillo que bordea el río, en su espesura, se movía uno
de sus habitantes, pero al cual nunca vimos. De hecho, solo gracias a un par de
fotografías que vi al repasar detenidamente todo el material registrado pude
notar que no estuvimos solos en aquella zona. Alguien nos observaba mientras
nosotros acampamos.
En un par de paseos que realicé por el
interior del bosquecillo nada noté, excepto rastros de visitantes ocasionales,
como nosotros. Algunos de estos rastros eran bastante llamativos: ropa interior
de hombres y mujeres, colgados en ramas de árboles, o sueltos en el suelo. No
parecía que hubiesen llegado allí producto de una inundación o algo parecido.
Algo sonaba raro.
Pero, amigo lector, paso a detallarle lo que
vi en un par de las fotografías. De las tomadas en el interior del bosquecillo
de verdes musgos o grises algo azulados líquenes, variedad de verdes en las muy
diferentes plantas que viven a expensas de las ramas de los árboles, cabe
destacar las que capturaron un ser de forma humanoide. De lo que no me percaté
en el momento de realizar las fotografías. En esos instantes breves que
deambulé por allí solo noté los senderos, vestigios de fogatas, pero nada inusual.
El o los senderos iban en todas direcciones, pero las que estaban más nítidas
eran las que corrían paralelas al río Cebollatí, no así las que se internaban
al interior del bosquecillo.
Un hombre y su mujer, al poco de nuestra
llegada, se presentaron como los ocupantes permanentes del campamento, casi
dueños. En sus recorridas del río, en su búsqueda de presas inmovilizadas por
trampas o espineles, ellos pasaban por allí.
Cuando vi las fotos, al principio no creí, y
menos porque al tomar las fotografías nada noté. Hoy con la evidencia en la
pantalla del monitor creo, firmemente creo, que el verdadero ocupante,
habitante permanente del campamento era este hombrecillo. Y digo hombrecillo porque
calculando su estatura al compararla con los árboles, me da que debe medir
cerca del metro cuarenta, poco más, poco menos. Pero ¿quién es? y ¿por qué se mantiene oculto? Creo serán
preguntas que dificilente pueda responder.
Mis compañeros de aventura*: Hugo, Daniel,
Eduardo, José "El Chino" y su hijo Samuel y Pedro nada saben aún de
estos hechos, será para ellos na sorpresa, como para mí al ver las fotos en el
monitor de mi computadora la mañana siguiente del regreso.
*Gracias
por permitirme compartir con ustedes compañeros de aventura, ese fin de semana.
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Atte. Pedro Buda