“Formosa, tierra de
largas siestas e interminables tererés”
Su himno – marcha dice que se
hace curva en el costado norte de la
patria y tantas cosas que me identifican y me hacen recordar el suelo arcilloso. Ese que cuando sopla el cálido
viento norte se transforma en polvo que todo lo cubre, que todo lo pinta con
ese gris, tierra.
Formosa tiene esa vinculación estrecha con el río Paraguay,
por ser el punto de llegada de los primeros buscadores de nuevas tierras, con
esas personas que buscaban su lugar en el mundo y en esa precisa “curva”
edificaron, plantaron sus raíces y se establecieron. En tandas u oleadas
diferentes, esas personas llegaron y le fueron dando su impronta, marcaron sus
huellas y construyeron sus senderos.
El calor, el viento, el paisaje condiciona, quiérase
o no, a quien habita esa porción del mundo que llamamos Formosa. Esa Formosa de
Argentina, distinta de esa de Brasil o de Oriente. Formosa es sinónimo de calor
y de viento norte; pero también de tereré. Pues la hidratación se hace
necesaria para sobrellevar la pérdida de líquido por las altas temperaturas. Y
no existe mejor remedio contra la pérdida de líquido con ingerir el tereré, con
limón, con hojas de mango, con hojas de pata de buey, con zarza parrilla, con
perdudilla, con lo que corresponda.
Formosa es siesta, con sus chicharras, con sus
leyendas de duendes de la siesta (El Pombero y otros tantos más), con sus
personajes característicos que conocí en mi infancia, como Baldomero.
Formosa es sombra, es agua y árboles bajo cuyas
sombras se adormilan los sentidos cuando el sol está en el cenit, cuando el
calor acusa los 40 o 48 grados. Es compartir esa agua fresca servida en cuernos
de ganado vacuno que llamamos “guampa”, en jarritas de aluminio o en vasos de
mil formas y termos de cien colores y tamaños. De allí lo de ‘Formosa, tierra
de largas siestas e interminables tererés’.
Volver de la escuela al medio día es un trago
amargo, cuando las fuerzas no te dan para luchar contra el viento norte, que te
sopla en contra. Lo recuerdo bien… cuántas
veces vi bajarse a los que marchaban en bicicleta por no poder seguir
pedaleando. Y en sentido contrario ver pasar, como bólidos, a los que venían
con viento a favor.
Formosa es el sonido de las ranas cuando el agua
están pidiendo o anunciando, según la versión de cada quien. Es ese
interminable chillido en tanto esteral que se extiende por diestra y siniestra.
Es el trino o canto de las palomas silvestres, tan características en esas
horas de la siesta.
Formosa es también, desde que existe el pavimento,
ese mar o río incandescente que se ve mirando a lo lejos sobre esa masa de asfalto
que empieza, o termina, en la plaza principal de la ciudad capital, o de cada
pueblo donde el pavimento está presente. Pero es también ese gris-marrón polvo
que se levanta con el paso de cualquier vehículo andando a más de cuarenta
kilómetros la hora.
Formosa es eso y es mucho más. Es ese habitante
primero de estas tierras: los Wichis, Pilagás y Tobas.
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Atte. Pedro Buda