Relato
sobre extraños fenómenos que se dan en un grupo de grutas pero sobre las cuales
pocos saben y quien lo conoce prefiere no comentar.
Código: 1505144089724
Fecha 14-may-2015 16:37 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution 3.0
Fecha 14-may-2015 16:37 UTC
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Hace poco tiempo atrás, de esto hará
unos cuatro o cinco meses, visité una zona de cerros chatos donde, en una de
sus laderas, se formaron unas grutas. Una de ellas está abierta al público,
otras permanecen sin aparente visitas. Al punto que ni el dueño de los campos
se aproxima. Sobre ella me referiré en un rato, pero primero deseo contar sobre
la primera gruta que conocí y fotografié: la gruta abierta a la visita del
público.
En la gruta de acceso libre puede verse, en
una de las paredes interiores de la cara cóncava de la masa rocosa, una suerte
de imagen. Es algo similar a la representación de un humano pero con un aspecto
más alargado, tanto en sus extremidades como en su tronco o cuello. Son como
manchas, apenas un poco más oscuras que el resto de la superficie rocosa.
La
vegetación es importante en un sector particular de la ladera, y solo en esa
zona. La cima es casi una planicie rocosa, apenas cubierta en porciones por un
pasto amarillento, ralo. La tierra se compacta entre grietas de la piedra y de
allí surgen formas de vida vegetal.
Observé, varias veces, las fotografías
registradas en tan hermoso entorno. Me intrigaba particularmente la imagen que
parecía la figura de un humano. Ese fue el motivo por el cual le acerqué las
fotos a un amigo docente de la facultad de arqueología. A él también le pareció
interesante y me propuso visitar el lugar nuevamente, pero juntos y además,
visitar la otra u otras grutas. Él conocía al dueño de los campos y logró
contactarlo.
Visitamos la gruta de acceso público
durante una mañana, hace una semana atrás. Nos detuvimos a mirar con cuidado la
zona antes registrada por mi cámara. Todo estaba igual.
Pasado el medio día nos dirigimos hacia la
otra gruta, pero no pudimos acceder sino hasta la tardecita, puesto que la
autorización no había llegado del capataz al encargado del puesto. Se precisó
una llamada al celular del dueño por parte de mi amigo el profesor. El
encargado del puesto de estancia no había recibido la comunicación sobre
nuestra visita, pero al escuchar la voz del dueño, respondió que con gusto nos
llevaría hasta el pie del cerro.
Por momentos la señal de los celulares se
cortaba. Lo cierto es que al cabo de un par de horas estábamos a los pies del
cerro. Tuvimos que subir muy despacio. En una sección esto implicó el uso de
arnés de seguridad y cuerdas. Una aventura a la que no estoy acostumbrado pero
el entusiasmo era inmenso.
El ingreso a la zona de la cueva fue
dificultoso pero la belleza superó mis expectativas. Es mayor en tamaño, en
variedad de colores visibles, de entrada de luz y en una serie de aspectos más,
como la rica variedad vegetal que tapiza algunas zonas de la ladera por donde
accedimos. Una pequeña fuente de agua que desfila fría y permanente me motivó a
seguirla, corriente arriba. El delgado curso se perdía al interior de la cueva,
en medio de una grieta de reducidas dimensiones. La semejanza con la otra gruta
era llamativa. Como esculpidas en serie y por un mismo cincel.
En determinado momento, cansados,
miramos hacia la parte superior y notamos una abertura, similar a la otra
cueva. Pero en esta pudimos ver no la luz del día como en la otra, sino las
estrellas, pues la noche cubría como un manto todo aquel lugar. La tarde había
pasado rápido y en pleno otoño, la oscuridad se impone sobre las seis y poco
más. Así nos dimos cuenta que el reloj marcaba la siete.
Finalmente, optamos por pernoctar allí.
Nuestro baqueano guía, el puestero, traía algunas cosas para asar. Entendió
claramente que aquello nos llevaría más tiempo del que pensamos en un primer
momento. El silencio era como un manto que todo lo cubría. Las estrellas
estaban en lo alto, visibles por aquella superficie excavada en el techo de la
cueva. Pero también en la abertura amplia de la entrada que miraba al sur podía
visualizarse el firmamento, la extensión de la vía láctea.
Armamos campamento a un lado de la
cueva, debajo de su entrada. Fotografiamos las paredes y nos quedamos conversando hasta tarde. Estaban cubiertas, como las paredes de la otra cueva,
por figuras con aspecto humano, aunque alargados.
Sobre las tres de la madrugada nos
quedamos sin Internet, sin señal en los teléfonos. Estábamos subiendo las
fotografías y se cortó todo.
Había una gran piedra, igual qe en la
otra cueva, justo en el medio de la misma, debajo de la superficie abierta en
el techo.
Súbitamente, una potente luz se coló por
la abertura cenital de la cueva. Provenía del exterior del cerro, por fuera de
la concavidad de la cueva, claramente como la luz del sol que entraba en la
tarde y desde el medio día. Sin embargo, eran las tres de la mañana.
Se nos ocurrió que la potencia de la luz
era como la de un reflector de un helicóptero, sin embargo ningún ruido de las
aspas o motor se oía, sino un silencio total. No escuchábamos grillos u otro
sonido que es habitual.
Una particularidad de la luz que notamos,
solo al superar nuestra sorpresa primera, fue que la misma se proyectaba en
haces muy unidos que seguían un patrón en forma de espiral. Se proyectaban los
haces sobre la superficie de la piedra debajo de la abertura cenital, desde
donde provenían los haces. La luz era de un color blanca al comienzo pero luego
viró al azul, después al verde y finalmente al rojo. Todo eso duró quizás tres
minutos o cuatro, más o menos. Finalmente el haz de luz despareció y estábamos
como cegados. Ningún ruido, ningún movimiento, solo la luz. La luz
proyectándose sobre la roca del medio de la cueva.
Al cabo de un rato, tras el apagón de
las señales de teléfono todo volvió a la normalidad. Los ruidos típicos, los
casi silbidos de algunos insectos y aves del campo se instalaron y casi nos
ensordecen por casi una media hora, luego, poco a poco, se apaciguaron las
emisiones sonoras.
Afuera de la cueva, a hasta donde nuestra
vista lograba captar desde la altura donde se encuentra la entrada a la cueva,
en la ladera del cerro, nada parecía anormal, nada parecía haber cambiado, y
quizás nada debía hacerlo, pero buscábamos una suerte de explicación.
El puestero fue el primero en decir
algo.
̶
¿De dónde vino esa luz? Nunca
había visto una tan grande.
̶
¿Cómo dice? -Le preguntó mi amigo, el profesor. ¿Acaso alguna vez vio
alguna luz así en la zona?
̶
Parecida, pero no tan brillante. Hace unos años, cuando vinimos con el
patrón. Pero no volvimos a subir en todos estos años...
̶ ¿ Quién y por qué emitió esa luz?
Pregunté, sin esperar respuesta de parte de nadie.
̶ ¿ Por qué esta gruta se parece tanto a
la otra? –Comentó el profesor, rascándose la barbilla. Creo que quizás el dueño
de los campos algo sabe y... o quizás su experiencia fue fuerte y prefirió no
indagar más.
̶
¿ Y por qué nos dejó subir? –Pregunté muy rápido.
̶ Me conoce bien. Hace muchos años fue alumno mio. Sabe como
soy.
̶ Persistente, sí. Lo entiendo ̶ dije con una sonrisa que terminó en una carcajada
compartida.
̶
Yo diría que porfiado, pero no importa. Eso nos lleva a conocer ¿no?
–Respondió el docente, que con cara de cansado consideró que era tiempo de
descansar.
Lo que nos dio una alegría enorme fue
que, por descuido nuestro y en buena hora, una de las tres cámaras seguía
grabando. Todo el fenómeno quedó registrado. Un golpe de suerte.
Pedro Buda
2015
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Atte. Pedro Buda