EL RUGIR DE UN JEEP -
CC by -
Walter Hugo Rotela González
El 1° de mayo fuimos con unos amigos a
pescar a un lago artificial, cerca de un pueblo al que llaman Serrano.
El día se presentó espléndido, soleado
pero fresco y sin nada de viento. Fuimos en auto hasta las cercanías.
Solicitamos permiso a un encargado del campo donde está el espejo de agua. Así
lo llamó uno de los amigos que fuimos, pues realmente estaba la superficie muy
quieta y era tal cual un espejo. El lugar es una represa, de un lado el lago y
del otro casi un hilo de agua, aunque no tanto.
Hace
unos cuarenta años atrás, más o menos, la represa abastecía de energía a un
complejo industrial, una fábrica de azúcar, pero cayó en desuso al cerrarse la
industria. Gracias a la fábrica se
construyó la represa, de lo contrario la zona no hubiese conocido la luz
eléctrica. Pero fue sino hace poco, cuando la luz vino para quedarse. Llegó
después de varios trámites burocráticos, pedidos, juntas de firmas y demás. El
lago tiene en su zona más profunda unos 12 metros.
Decidimos
que no sólo estaríamos ese día, sino que permaneceríamos hasta el siguiente
atardecer. Al principio la pesca no fue muy buena, pero al llegar la nochecita,
con la caída del sol, todo cambió. Unos pescados de buen peso se dejaron
atrapar y terminaron en la parrilla esa misma noche. El vino estaba sin tocar,
así que la noche empezó con brindis.
Cuando fueron las dos de la madrugada,
un poco antes en realidad, escuchamos algo. Los árboles de la zona que rodean
al lago y la gran extensión de campo que se extiende en subida hacia afuera del
lago, conforman casi un anfiteatro natural. Cualquier sonido aparece
amplificado, magnificado exponencialmente.
Lo que oímos parecía el sonido de un
motor en marcha. Uno de mis amigos que es mecánico comentó: "Es como el
motor de un Jeep". Al ruido siguió
un espeso silencio, incómodo. Como un cuarto de hora después volvimos a
escuchar el mismo ruido.
Juan José, mi amigo mecánico, tomó la
palabra nuevamente: "Es el rugir de un Jeep, no hay dudas..."
̶
No se ven luces por ningún lado ̶
comenté.
̶ Debe ser de la ruta... Pero está
lejos. No sé, no sé ̶ dijo Luis, que conocía
muy bien el lugar y también algunos rumores sobre la zona donde decidimos
acampar. Él nos contó, recién en ese instante, que en las noches oscuras de la
historia del país, allí fueron a parar algunos jóvenes. De los que nunca más se
supo.
Casi a las 3 de mañana, mientras terminábamos
de comer los sabrosos pescados a la parrilla, volvimos a escuchar el ruido.
Solo que un poco más fuerte, un poco más nítido. Todos, absolutamente todos,
estuvimos de acuerdo en que el sonido era de un motor, un motor de Jeep. Esto
lo pudimos asegurar puesto que unos de los muchachos buscó en Internet con su
celular y lo reprodujo. Era exactamente el ruido que oíamos.
Aburridos, después de un intervalo de
silencio, decidimos encender unos cigarros y la pipa que trajo uno de los
muchachos. Una vieja pipa de un abuelo suyo. El perfume achocolatado de tabaco
inundó la atmósfera. Hicimos bromas sobre el origen de aquel ruido en la
tranquilidad de la noche, solo por momentos, interrumpida por el ulular de
algún búho y algunos ruidos de corridas entre los pastos que intuimos eran de
algún pequeño animal. Y de repente, otra vez, el motor rugiendo.
Escuchar con atención fue el modo que
elegimos de pasar el tiempo por el resto de la madrugada. Todos retiramos las
líneas de pesca. Nos reunimos en derredor del fuego, que ardía tranquilo
provocando sombras a nuestras espaldas sobre la masa informe de los árboles. El
crepitar de la leña parecía marcar el tiempo, que transcurría como en cámara
lenta.
El rugido volvió a eso de las 4:25
horas. Nos sorprendió nuevamente, aunque no era la primera vez que lo
escuchábamos. Lo extraño de esta vez fue que pareció surgir del interior del
lago. Donde creímos, también, ver el destello de una luz. Pero nos convencimos
de que no podía ser. Supusimos que, en realidad, el vino, la acústica particular
del lugar y el cansancio nos jugaba una mala pasada.
Pedro Buda 2015
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Atte. Pedro Buda