domingo, 23 de febrero de 2020

La señal

La señal es el título del cuento que comparto más abajo. Forma parte del libro "Cosas curiosas en los caminos de las cumbres". Si bien todo lo escrito en el libro es ficción, algunos pobladores dicen haber escuchado o visto cosas extrañas en la zona del salar de Uyuni, y fue eso lo que me motivó a escribir este libro de cuentos.

La imagen fue registrada por Walter Rotela 

La señal


Salió la travesía por la zona de volcanes el tercer día de las tan planificadas vacaciones. Estaba fresco y parcialmente nublado. El pronóstico indicaba momentos de lluvia, pero serían periodos cortos, donde la mayor probabilidad era de agua nieve. Eso es raro para quienes no vivimos en zonas de alta montaña, pero no para quienes habitan arriba de los 3.500 o 4.000 metros sobre el nivel del mar, en la zona de la precordillera.
Salimos a las 4,30 de la madrugada para poder registrar la salida del sol. Eso era un esfuerzo importante por cuanto estuvimos bebiendo un vino de la región hasta entrada las dos de la madrugada. Pero el cuerpo aguanta, aguanta y aguanta. Un trago de café bien amargo siempre repone de aventuras nocturnas. La salida se pospuso una media hora por nuestra culpa. Era difícil despertar y aprontar lo necesario para el día. Una mochila cargada con lo básico para darse un baño en las zonas de aguas termales, un poco de crema hidratante para el sol y las gafas oscuras.
Con ganas, pero también con paso lento, nos dirigimos a las camionetas que nos llevarían a recorrer los más de 200 kilómetros de distancia por la zona de volcanes y montañas. Gruesas nubes nos acecharon por doquier a lo largo del camino. Pocas veces la luz fue total. En medio de una zona de rocas extrañas, con forma de árbol, según el guía, nos detuvimos para hacer registros fotográficos. Alguien se adormeció, le pusieron música con más volumen del disfrutable y pronto se despabiló.
El aire estaba de fresco a frío, pero seco. La vegetación parece no existir, pero sí hay, sólo que en una forma que no es tan posible visualizar para quienes no conocemos estos parajes, tan particulares. Al punto que al ver comer a las vicuñas o a las llamas, alguien preguntó: ¿De qué se alimentan? El conductor y guía contestó rápido y con picardía: “Comen piedritas, no ven como comen las que hay ahí. Y la verdad que había millones de piedras y parecían comer las mismas, pero no, era una ilusión. Unas hierbas muy escasas, apenas visible, habían entre piedra y piedra.
Bajamos casi sin ganas pero, tan pronto tomamos contacto con el aire matutino, todo cambió. Un poco de mate amargo -que unas argentinas, de la provincia de Formosa, llevaron consigo- nos despabiló, finalmente. Las imágenes que logramos fueron excelentes, nada parecido hasta ese día. Pero eso es poco decir con respecto a lo que una vez con los pies en la tierra ocurrió. Es decir, bajar… habíamos bajado, pero el despertar fue lento.
El contacto con tanta belleza, con esas nubes al alcance de la mano, parecía irreal. Cada color, cada textura era sumamente disfrutable. Sí, lo interesante es que nosotros, los de ese grupo, nos sentíamos dispuestos a disfrutar. Mas, nos costó más de mil bolivianos, asimilar aquellos rayos de luces que partiendo tras las nubes se depositaban sobre el árido suelo que se extendía a todo lo largo y ancho de nuestra experiencia sensible visual. No podía ser, sin embargo, era simplemente hermoso. Por otro lado, algo no estaba del todo comprensible. Aquella luz era parecida a cualquier rayo de luz, pero tenía una suerte de cosa rara, extraña, difícil de explicar con palabras.
Uno de los jóvenes del grupo lo expuso así: “El sol ilumina a algunas rocas y luego se desvanece. Incide sobre algunas porciones del terreno y se va. Como quien alumbra con una linterna una porción de superficie, pero no cualquiera, una superficie determinada, una y otra vez, como resaltando el lugar”. La zona estaba a poca distancia, sin ser posible precisar a cuánto. Cerca sí, pero indeterminable, a simple vista. Los rayos partían de una nube que parecía no moverse, a pesar del escaso viento en superficie. Pero esta superficie sobre la que posábamos los pies estaba a tanta altura como suele estar alguna nube, cualquiera. Y cual señal del tipo de las de clave morse aquella luz comenzó a titilar, a encenderse y apagarse. El haz de luz aparecía y desaparecía, con un ritmo, con una frecuencia que no medimos, pero era rápido primero y lento después. Todo duró unos diez minutos. No más.
Las fotografías no se hicieron esperar y realizamos el registro pertinente, pero el viaje debía continuar. No fue posible chequear las imágenes enseguida. Sólo en la paz de la noche recordamos aquellas porciones de luz, su ritmo. Alguien propuso que eran una suerte de señal. Pero la pregunta que surgió entonces fue: ¿Quién emitía la señal? A lo que seguían preguntas como: ¿con qué fin?; ¿Por qué nosotros y no otros podíamos ver esa suerte de señal?
Las preguntas aún hoy, tres años después, siguen sin respuestas. Con el grupo observamos varias veces las imágenes fijas. Nadie pudo filmar aquellos haces de luz. Si bien encendieron sus cámaras, no pudieron filmar. Ninguno. Hicimos revisiones cruzadas de los aparatos y nada. Algo pasó aquel día y no nos pareció prudente compartirlas con el servicio de vigilancia estatal…




Pedro Buda


Mis libros en Escritores.org

Captura de pantalla 

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Mis libros también aparecen en Escritores.org en Espacio de Promoción - Libros, dentro del género Literatura y novela. 

La mayoría de mis libros pueden descargarse en formato .pdf desde la plataforma de Bubok
Con la publicación de "Cosas curiosas en los caminos de las cumbres" llevo publicados en Bubok siete libros de cuentos. Desde el primero que publiqué mi primer libro de cuentos en 2011 pasaron varios años y sigo sintiendo que es posible seguir escribiendo mis ficciones, mis cuentos, mis relatos con un gran gusto por la actividad, por el placer de escribir y compartir. 

Los cuentos sueltos pueden leerse en Opulix, tus relatos...


jueves, 13 de febrero de 2020

Cosas curiosas en los caminos de las cumbres




Cosas curiosas en los caminos de las cumbres es el título de mi reciente publicación en Bubok.

 Cosas curiosas se ven por los caminos de las cumbres bolivianas. Eso dicen algunos que han recorrido sus sinuosos caminos entre montañas y valles. Los relatos que aquí se presentan son un puñado de historias que nos quieren ilustrar sobre sonidos que quizás no creemos deban escucharse, pero que oímos, incómodos silencios, extraños cementerios de humanos y de trenes, ubicados a más de tres mil metros sobre el nivel del mar, donde precisamente es la altura la que provoca ese malestar conocido como “mal de altura”.

Historias de desapariciones de personas tragadas por la tierra o de apariciones de fantasmales seres en cementerios ubicados a la par de las nubes. Percepción de extraños objetos en movimientos y su desintegración instantánea son sólo algunas de las cosas extrañas que se ven y escuchan en los caminos de las cumbres.

Este libro reúne nueve cuentos cortos que tiene como común denominador al camino. Más que sus personajes que dan vida al relato es el propio camino quien los mantiene unidos a esos seres. Ellos salen buscando una aventura y se hallan a sí mismos experimentando los límites a cada paso del sinuoso derrotero por las cumbres, entre cielo y tierra, las mismísimas nubes cobijan sus sueños y sus creencias, sus ideas de lo real e irreal.


Los relatos fueron escritos entre el mes de enero y febrero de 2020.  

Este libro está dedicado a: Adriana, Bety, Carol, Mónica, Pedro, Silvia, Lily, Larissa, Magvz, Ana Lía, Daniel, Tony, Fernando, Sofía, Luis, Carmen, Javier, Pati, Gonzalo, JG, Guido, Rodrigo, Jessica, Evelyn y otros que no aparecen aquí, como los choferes y otras pero que son parte de una treintena de personas maravillosas con quienes compartí un hermoso viaje donde la sal, el frió, los volcanes, las vicuñas y las llamas nos permitieron conocer algo de lo que el país andino tiene para ofrecer. Su riqueza oculta está bajo su superficie que brilla con el sol y titila al son de las estrellas; pero también en su gente que peregrina por esos territorios a gran altura.

Agradezco a Silvia, mi hermana, por creer en mí, por estar a mi lado en esto de la escritura. El libro comenzó a gestarse en nuestra tierra natal, Formosa y se terminó en Montevideo, Uruguay. Tan largo es el camino a veces, pero paso a paso, las huellas van creando un camino  y ese nos permite comunicarnos, mucho más de lo que creemos, y con más seres de lo que podamos tener conciencia. 

Este libro puede descargarse gratis de la plataforma de Bubok Argentina, Bubok Colombia, Bubok España, Bubok Mexico

Más información sobre el libro en mi blog Universo Creativo de Pedro Buda. 

lunes, 27 de enero de 2020

Viaje inconcluso



Hace un tiempo atrás, apenas a fines de 2019 me plantearon hacer un viaje. El destino era un lugar al que soñé llegar hace algunos años atrás. Todo parecía ir bien. Los preparativos, los detalles y hasta el viaje; pero entre el mal de altura y las vueltas de la vida, ese viaje quedó sin concluirse. A pocos días de iniciada la aventura, abortamos la misión. Y quizás haya mil maneras de entender o explicar, pero nada me convence. Sin embargo, la vida es así. De hecho hay un dicho que lo expresa claro: "El hombre propone y Dios dispone".  En fin. Me acostumbre, de tanto proponerme cosas que después no salieron, a que entre los sueños y la realidad que sucede hay un trecho. A veces, tanto deseo, tanta polenta no conlleva a un destino soñado, sino a algo diferente. Que puede ser peor, mejor y hasta extraordinario. De hecho, muchas de mis huellas se fueron dando en esas encrucijadas de los caminos, entre esos sueños y esas realidades en que se iban transformando. 
       Hoy dejo estas huellas porque es parte de la aventura de vivir. De mis más grandes desventuras surgieron textos de los que estoy orgulloso. Así que... sean los textos que deban ser. De hecho. Producto de este viaje surgieron hasta el presente, 27 de enero de 2020, unos tres cuentos. Por ende, no hay nada que no pueda utilizarse para crear el próximo texto. Mi vida es eso: escribir. Aunque ese escribir no me reporte "DINERO". Lo digo porque demasiada gente asocia a la felicidad con el tener dinero, al logro de  dinero con el estar o sentirse bien, en fin, son posturas. No es la mía. 
      La vida tiene esas cosas, es un camino en el cual vamos aprendiendo, vamos construyendo, vamos armando nuestro propio mapa, paso a paso. De nada estamos seguros, pero si vivimos a pleno, cada paso, cada día, valdrá la pena llegar al último paso de nuestras vidas. Vivir plenamente todos los días es la manera. 
       Me han llamado testarudo, orgulloso, y qué se yo, pero lucho cada día por lo que creo. Trato de ser consecuente con mis ideas, con mis pensamientos. Pero somos humanos, y como tales contradictorios, pero cuidado, es mejor seguir ciertos ideales, ciertas premisas a no tener rumbo, a no tener norte, a no creer en uno mismo. Mis publicaciones, mis libros, cada uno de los cuentos publicados y de los no publicados, es un sueño, es un producto, es una tarea, es un poco de esfuerzo en pos de lo mismo, expresar, mostrar eso que veo, siento, observo en mi mundo circundante, pues cada ficción se nutre, sin lugar a dudas, de los paisajes que me rodean. Y esas cosas tienen valor para mi. Cada cual hace su camino. Está el ingeniero, el albañil, el comerciante, el militar, el mendigo. Todos venimos a construir nuestros caminos, cada cual a su manera. No todo puede medirse por el dinero. La vida puede durar un instante, o casi una eternidad, pero creo, firmemente creo, que cada vida deja su huella en este mundo. El viaje puede estar inconcluso; pero cada paso que damos nos lleva a aprender algo más, conocer algo más, conocerse un poco más, compartir un poco más. 
       El dinero ayuda, claro que sí, porque de hecho, la mujer que hoy pedía dinero para comprar pan o leche en la esquina, lo precisa para sostener su organismo con vida. Todos precisamos la moneda para sustentarnos. Pero no puede ser lo más importante, ni lo único importante. Todo dinero sirve, es claro, pero sin motivaciones de toda clase, el dinero se vuelve vacío. Los logros materiales se vuelven vacíos de contenido. Dejan de ser importantes. 
      El sueño de muchos es tener mucho metal, muchas monedas, y van en pos del mismo, en el camino olvidan compartir con sus seres queridos, olvidan agradecer, olvidan sentarse y conversar, olvidan el hacerse tiempo para vivir. 
       Quizás, y sólo digo quizás, este camino inconcluso, es un camino para aprender algo, para disfrutar de algo, más allá de lo vivido, creo que hay cosas que aún no logro ver, pero que sé, irán surgiendo con el paso cierto del tiempo. Pero lo vivido fue intenso, vibrante, pleno de aventura, gratificante aunque cansador. 
           Parte de lo interesante fue el conjunto de notas que tomé mientras viajamos, las imágenes que registré, los momentos que compartí con la gente del grupo de viaje, con mi hermana. Fue un compartir con mi hermana como nunca antes lo había hecho. Eso en sí mismo fue muy bello, muy gratificante y placentero. Nunca antes habíamos tenido la oportunidad de compartir tanto. Hubo mucho que aprendimos, que compartimos, que decidimos. Y eso me resulta, por demás interesante. 
          Pregunto, entonces, cómo sé que el viaje fue inconcluso, quizás llegamos al destino que teníamos que llegar, no al que nos propusimos. 
              Finalmente, sin más vueltas, me despido estimados cybernautas, diciendo que entre tantas vueltas antes del viaje y ahora que terminó, en mi cabeza está presente Nestor García Canclini, en sus textos sobre hibridación, mensajes, culturas híbridas. Creo que profundizar mi lectura de los textos del autor me llevará a desentramar este camino que recorrí y recorro, donde vi culturas conviviendo, compartiendo el mismo espacio sociocultural, dando, creo yo, significados distintos, o similares a las experiencias cotidianas. Como lo que pude, apenas de reojo, notar al ingresar a un templo en la  ciudad de La Paz. 

jueves, 21 de noviembre de 2019

11 años de Huellas de Pedro Buda - el formoseño

Mis huellas...

Esta primera imagen que comparto aquí es una suerte de resumen -en formato de imágenes- del recorrido de mis huellas desde que inicié este camino de compartir mis huellas. Aparecen las portadas de algunos de mis libros y la ilustración que definió un sitio donde publican algunos de mis cuentos en la Web.  
  Allá por el 20 de noviembre de 2008 se inició este camino de publicaciones en este blog, que fue el primero que cree para compartir mis pensamientos, mis relatos, mis notas... 
  El camino de mis huellas comenzó mucho antes cuando fui dejando impresiones en unas hojas, antes albas, hoy amarillentas, por el paso cierto del tiempo. Eso fue allá por mediados de 1992, tras mi llegada a Uruguay. 
  Recuerdo bien la pregunta de un mozo, de un bar que frecuentaba entonces, que de tanto ir y venir, se acercó y dijo: <<¿Qué es lo que tanto escribe, si se puede saber?...>> Y realmente no supe qué contestar. Fue pasando el tiempo y de aquellas primeras impresiones sobre el lugar de residencia, sobre la gente que vivía en las calles, sobre la gente que corría en los horarios de salida de sus trabajos, sobre la gente que se reunía en un bar a tomar algo al salir de trabajar, sobre cómo eso me marcaba fui girando a crear situaciones de ficción pero donde poder mostrar algo de ese mundo circundante; pero con un poco más de sabor, con un toque de condimento, con acompañamiento o sin él. Fui buscando esas huellas, fui encontrando un camino y así se fue creando este trayecto que llevo andando desde aquellas primeras huellas sobre el papel. Tiempo después los pensamientos se posaron sobre papeles pero con letras de máquinas de escribir, después se volvieron virtuales...

Captura de pantalla de otro de mis blogs
  Así en el 2008 nace, surge esta una nueva forma para seguir andando el camino. Cursaba la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación, aún hoy no concluida. Y, poco a poco, fue tomando forma esto de escribir no sólo para alguien que esté cerca, a quien pueda mostrar un papel, una hoja, sino que fue surgiendo ese lector que está aquí, allá o acullá, como diría el autor uruguayo... Y los relatos llegaron "por su cuenta", ¿será?, hasta rincones que nunca creí llegar. Cruzaron el Atlántico, cruzaron parte de América y así siguieron. Fueron apareciendo lectores, comentarios, consejos... Así fue que me animé a publicar en la Editorial de auto publicación Bubok. Y fue por consejo de alguien del otro lado del charco grande, como podríamos llamar al Atlántico. Todo fue un lento proceso que tuvo días de mucho viento, y otros en que no soplaba nada, y parecía que el barco velero se quedaría allí sin proseguir; pero siempre hay días mejores, por venir. 
  Pasa el tiempo, ciertamente, y es un placer seguir aquí en esta aventura de escribir, de compartir, de contar. Conocí a muchas personas gracias a la red de redes, la Internet. Con algunas de esas personas compartimos espacios en sitios de escritura, con otros compartimos espacio-tiempo en sitios de publicaciones, de comentarios, de críticas. Con algunos seguimos compartiendo y con otros no se pudo, porque algunos sitios desaparecen y por otras razones, en general, debido a que en la red los sitios suelen ser de duración no tan larga. Puesto que cuesta mantener algunos sitios o la misma red considera que ya no son útiles o los empresarios no le encuentran un lado rentable, desaparecen. 
  En fin, hoy siendo que pasaron cuatro minutos del 21 de noviembre, sigo celebrando este aniversario número 11. Y voy dejando las huellas en busca de un nuevo año. Paso a paso, las huellas siguen formándose y los invito a seguir compartiendo conmigo este camino que junto hacemos posible: tú leyendo, escuchando, viendo, comentando, y yo escribiendo. Muchas gracias estimado lector de estas Huellas de Pedro Buda-el formoseño.  
    Estimado lector te invito, entonces, una vez más, a buscar en la barra de la derecha, en Etiquetas, la palabra cuentos, cuentos en Internet, o la palabra cuento o cuentos, para acceder a leer (gratis) algunas de mis creaciones. En tanto que, en la otra barra de la derecha, en la que lleva por título Mi lista de blogs podrás encontrar un enlace a mi sitio en la Editorial Bubok,  en ese sitio podrás acceder a mis libros publicados en la editorial que está presente en varios países. 
     Desde aquí quiero agradecer, muy especialmente, a las muchas personas que son responsables de sitios Web, de distintas partes del mundo, de habla hispana, que me permitieron y/o me permiten compartir mis cuentos, en los sitios donde ellos son responsables. Gracias a todos y cada uno de ellos. En otra entrada ya los mencioné, pero vaya igual mi reconocimiento y gratitud, nuevamente. 
   Son once años de compartir de modo ininterrumpido 2008-2019
   Muchas gracias.   
   


martes, 8 de octubre de 2019

Huellas de mis creaciones en 2019

Imagen registrada por Walter H. Rotela G. 

En esta entrada, estimados lectores, quiero contarles un poco sobre este año 2019. Como habrán notado es uno de los años con menos entradas, con menos dedicación a compartir mis novedades y materiales. Por ello me pareció importante contarles que no dejo de escribir, no dejo de compartir mis cuentos en distintos sitios. Y que sigo buscando hacer cosas que me gustan, y como suelo decir, todo conlleva tiempo, esfuerzo, dedicación. Pero es así como me gusta pasar el tiempo, haciendo, intentando enfrentarme a nuevos desafíos, diversos en lo posible, asegurando romper con la monotonía del diario vivir.

Por un lado, en el sitio tusrelatos.com algunos de mis cuentos pueden leerse allí. Y se leen… Tan es así que, según información que brinda el sitio, han visto mis cuentos, un total de 20.530 veces. El total de mis cuentos publicados son sólo 39. Algunos han tenido más de 400 lecturas (Adios boy, Cuidadores del monte virgen, El cuarto de Francisca, Don Estanislao…) otras más de 500 (El de la 7, Barrido por un gigante, El viento salía de la nube, El café de Gurbindo…), algunos llegaron a las 600 lecturas (Mala idea -creer o reventar-, La casa de al lado, Eusebio se fue, …), otras superaron las 700 lecturas (El olor de la muerte, Remolinos en la siesta), finalmente un par superaron las 800 lecturas (Don Orosindo, El hombre de la cloaca). Todo ello me genera una gran alegría, por cuanto esto que me gusta hacer, que es crear y escribir estos relatos llega a un público que, de una manera u otra, me da su apoyo, con cada nueva lectura, con algunos gratos comentarios que se dignan escribir, de vez en vez, lo que no hace sino alentarme a seguir este camino donde voy dejando mis huellas.

Este año, también incursioné, por un breve tiempo, en la radio. Sí, compartí un espacio de radio con un viejo conocido que me invitó a participar de un proyecto de radio. Un programa cristiano, en una radio cristiana. Fue breve; pero muy entretenido, desafiante, riquísimo, en el cual aprendí un montón de cosas que aún estoy evaluando. Me permitió pensar en nuevos proyectos, en nuevos desafíos que aún no los estoy trabajando, pero cuando sea el momento, le pondré todo mi empeño en lograrlo. De momento, puedo decir que me gustó, que me permitió conocer más, me permitió sentir que es posible hacer otras cosas.  
Imagen registrada por Walter H. Rotela G. 

Por ahora esto es algo de lo que hice este año, aunque también compartí algunas imágenes en sitios vinculados a la fotografía pues es otra de mis pasiones. Sí, registrar imágenes puedo verlo como un relato, como el contar una historia, como crear una ficción desde detrás de la lente, eligiendo el enfoque, el encuadre, decidiendo la perspectiva, el ángulo, definiendo qué porción del universo deseo capturar. Hay mucho de un relato en una imagen. En verdad así lo veo, pues algunas de esas imágenes me han inspirado a crear un cuento, otras me permitieron darle un matiz a algún cuento, o fueron una ilustración de un texto, que era narrado en cierta forma, pero que al ilustrarlo con una imagen le re-significaba, de alguna manera. 

Imagen registrada por Walter H. Rotela G. 

Me despido, hasta pronto, cuando tenga alguna novedad o hasta que comparta un nuevo cuento en estas Huellas de Pedro Buda – el formoseño, el blog que creé para compartir mis creaciones literarias y otros textos, allá por el 2008.  

jueves, 4 de julio de 2019

Los pasos de jaguareté michí (Cuento)

Conocí a “jaguareté michí” el día de su cumpleaños número ochenta. Su nombre es Dionisia y accedió a contarme algunas de las hazañas de las que participó durante la Guerra del Chaco. Ella las llama añoranzas.
Según sus familiares y amigos, ella, es esquiva a compartir sus recuerdos de la guerra del ´32. Aunque no era un hombre, participó de la guerra. No como soldado, sino a la par del ejército, curando heridas junto a los pocos médicos y enfermeros que había en el campo de batalla.
Cuando se instaló la guerra había que salir a pelear a esos campos donde el monte duerme la siesta arrullado por el sonido aturdidor de las chicharras. Y ella, cual felino, se movía entre el pajonal para llegar hasta algún doliente, hasta la posición de un herido que estaba desangrándose, enrojeciendo, aún más, esas tierras rojas, que se tornan blanquecinas, grisáceas, tras cruzar el río de las coronas.
“Así como la tierra cambia su color, después de que cruzas el río, así muta la vegetación, y también así, cambió la gente cuando en esa época de la guerra, cruzamos el río dirigiéndonos al encuentro del enemigo” -Explica Dionisia su transformación en jaguareté michí.
− ¿Y por qué dice que todo cambia al cruzar el río, doña Dionisia? -Le pregunto, aprovechando su buena predisposición para hablar.
− Mire don Roberto, usted es muy joven; pero habrá escuchado otras historias de esos tiempos. Algunos aún estamos vivos, pero yo no fui la única mujer en esos campos. Yo era una criada y vivía en la casa del coronel Sandro González. Su esposa, al momento de la partida de él a la guerra, insistió en que yo lo acompañara para ayudarle en las tareas, suponiendo que el comando estaría lejos de la zona de batalla. Pero no fue así.
− Y usted, doña Dionisia, ¿qué hacía en ese lugar? ¿cuál era su función? -Le pregunté, alentando su relato; pues sabía que le costaba referirse al asunto.
− Mire… lo que se podía. Pronto nos dimos cuenta de que volver era difícil. Y mucha de nuestra gente estaba allí. Algunos parientes, primos u otros de relación lejana, pero parientes, definitivamente… ¡Cómo no ayudar!
Una tarde, don Sandro me llamó aparte, y me dijo que estaba bien todo lo que yo estaba haciendo, pero que cada día le resultaba más difícil protegerme. Quería que me volviera a la capital. De hecho, más al sur, pues sus parientes estaban decidiendo trasladarse ante el avance del enfrentamiento armado. Reconoció mi valor. En general todos los hombres lo hicieron, pues empezaron a tratarme como un igual. No sé si por verdadero respeto, o por mi aspecto, mi apariencia física. Era yo chiquita, usaba el cabello muy corto, al ras del cuero cabelludo. Casi siempre estaba como agazapada, a punto de saltar, por eso el apodo que me pusieron.
Había heridos que venían del frente, mucha gente con dolor. Entonces, pedí que me asignaran a un puesto de avanzada, pues creí ser de más ayuda allí. Y me asignaron. Una vez allí me sorprendí… Varios de los que allí estaban, en el frente, al enterarse que estaba asignada en su lugar, se alegraron de conocerme. Resulta que muchos de los que en un momento estuvieron afectados por alguna herida, yo los había ayudado, y al recuperarse volvían al frente. Y ellos contaban cosas sobre mí. Simplemente les agradecí y continué con mis trabajos. Éramos unos cuantos los que entramos como voluntarios. Pocas mujeres, es cierto; pero ahí estábamos. La mayoría de nosotras, las mujeres, lo que hacíamos era cuidar a los varones chicos, a los mitaí, y ni bien estaban con cierta fortaleza, los mandaban a engrosar las filas de combatientes. Por suerte, esta guerra no duró tanto; sin embargo, fue lo suficiente para ver morir a muchos… [Doña Dionisia parecía algo cansada, pero al mismo tiempo le brillaban los ojos, se entusiasmaba a medida que afloraban, más y más, recuerdos].



− ¿Y qué hizo al término de la guerra? Supongo que ya no era una criada… -Le planteé buscando un poco más de aquella riquísima historia de esta mujer que celebraba sus ochenta años, y que estaba, como pocas veces, narrando su parte de vivencias de un pasado que muchos valoran y recuerdan en los actos públicos, pero que prefieren mantener en reserva en el ámbito privado.
− Y no… Habían pasado los años. Me hice mujer. Entré como una cuñataí, y era toda una cuñá, hecha y derecha, al salir. Mi aspecto cambió. Y no sabía hacer otra cosa que cuidar a los otros. Así que entré al hospital de veteranos de guerra. Estudié enfermería y continué con esos veteranos hasta jubilarme. De hecho, yo también era una veterana.
− No pudo, entonces, dejar la guerra atrás… -Comenté.
− Sí, y no. Porque formé una familia. Después vino la guerra civil y ayudé a cuantos pude desde otro lugar. Tenía la experiencia suficiente y asesoré a muchas mujeres y hombres. Esa pelea no valía la pena. Yo había visto el horror de la guerra en el Chaco, en los montes. La lucha se libraba a machete limpio y perdimos a mucha gente allá ité.
En el barro de esos campos quedaron guardados muchos de los míos. Gente de mi edad y otros, apenas unos mitaí, con toda una vida por delante cayeron ahí. Entre lodo y caraguatás, debajo de un guayacán, muchos de ellos, enriquecen las tierras de nuestro suelo. Sus nombres, quizás, se olvidaron; pero son honrados hoy en el monumento al soldado desconocido…    
Impotencia sentía, en esos tiempos, anga… La guerra es cosa fea don Roberto. Parece linda en esos libros que usted lee, en esas películas que pasan en el cine. Yo no las voy a ver. Ya vi demasiado.
− Entiendo… Pero allí, en la guerra, surgió <>. No hubiese surgido sino le tocaba ir. Sería, quizás, usted otra mujer ¿No le parece?
− A lo mejor… quizás sí. No reniego de mi vida. Aunque mucho quebranto me diera, mi vida es así porque me tocó vivir aquella guerra. Creo que es más lo que otros vieron en mí que lo que yo realmente hice. Pero me siento bien con eso de ayudar al otro. Fíjese que en tiempos de paz seguí… Me interné en el hospital y formé familia con el caraí don Estanislao. Él no fue a la guerra. Cuidaba los campos de los patrones. Estaba encerrado en medio de las vacas, con otro mitaí. Se volvió hombre allá en los campos arriando ganado, haciendo ladrillo, tareas de campo. Y después de la guerra lo mandaron a la capital para estudiar. Y fue a la escuela, sin embargo, enseguida se empleó en el hospital donde yo trabajaba. Lo trajo un médico, amigo de la familia donde trabajaba de mitaí. Así lo conocí. Me tuvo mucha paciencia, siempre. Nos hicimos buenos amigos y después novios. Yo no soy de carácter fácil; pero no soy mala. Soy firme. Hace una vida que caminamos juntos. Dejé de saltar como el jaguareté y andamos, lado a lado, paso a paso. El es muy paciente.
Mientras lo mencionaba se dio que don Estanislao llegó hasta nosotros. Sus miradas se fundieron y entendí que nuestra conversación debía terminar. Sus pasos fueron hacia la puerta de calle. La madura <> estaba cansada. La noche se presentaba calurosa, y casi no se movía el aire espeso y húmedo. El ruido de las calles del centro de la ciudad y las bocinas alejaban al trino de los pájaros y las chicharras, al silencio del monte y a las chicharras de las siestas de los campos de batalla que estaban, aun flotando en esa atmósfera de recuerdos. Se esfumaba la guerra y adquiría cuerpo el caos de la ciudad en movimiento. Las risas vinieron de la calle, una de las nietas saltaba, quizás como otra… jaguareté michí.
Pedro Buda 

Este cuento forma parte del libro <>. Descarga el libro gratis de bubok   
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