martes, 31 de agosto de 2010

Cuento: El café de Gurbindo



El café de Gurbindo


Hay un sin fin de rituales en nuestra vida social, el reunirse a beber café es nuestra práctica diaria, sea invierno o verano. Todo comenzó hace casi treinta años atrás, cuando empecé a trabajar con unos sacerdotes en su casa parroquial.
Recuerdo que era el mes de Abril del convulsionado año 1976 cuando me presenté a pedir trabajo. Expliqué que precisaba un empleo, que tenía conocimientos en reparación de artefactos eléctricos y que me defendía en la cocina también. Recuerdo que hacía frío ese otoño, pero fue el inicio de una travesía por un mundo desconocido hasta entonces.
El encargado de mantenimiento del convento se jubilaría ese año y buscaban alguien que se ocupara de las tareas. Me tomaron a prueba y ayudaría en la cocina los fines de semana. La paga era buena y, además, me dieron una habitación para vivir allí. Desde entonces han pasado muchos años. Allí conocí al “flaco” Gurbindo, el ayudante de cocina que trabajaba allí desde los ’60. Hace un par de años que se jubiló. Su apellido es de origen vasco y fue "gurbiondo", es decir, gurbiote árbol. Es un arbusto de una madera de alta densidad y tiene una particularidad que de algún modo se relaciona con el flaco, su fruto comienza a fermentar en el árbol, por lo que contiene cierta proporción de alcohol, es comestible y se utiliza para preparar agua ardiente y jaleas. En esto está el parecido con el flaco, estaba a punto de fermentar en muchas ocasiones.
El “flaco” fue ayudante de cocina toda una vida. Su hermano había trabajado como cocinero por veinte años, y él lo acompañó hasta su muerte. Tras la desaparición física del hermano, Gurbindo quedó en un estado de tristeza casi, casi permanente. Por eso la hora de compartir el café era también, el de compartir recuerdos, vivencias y anécdotas. Parecía no haber lugar para el futuro en sus conversaciones. El vapor del café se colaba entre las anécdotas y estimulaba más y más recuerdos de un pasado que no dejaba escapar.
El olor a café recién molido siempre me recuerda aquellas siestas de tertulias y café. El “flaco” realizaba la molienda cada vez que hacía café.
Los fines de semana cuando terminaba de cocinar, el “flaco” Gurbindo empezaba a girar el molinillo y rato después, seguía toda la ceremonia. Mientras los sacerdotes y los hermanos de la congregación aún estaban comiendo, la atmósfera de la cocina y el comedor adquiría, poco a poco, un tono casi irreal. Después el volumen de las voces decaía, se apagaba y desaparecía tras el último hermano que salía de la sala. Quedábamos solos en medio de los ecos y nuestras respectivas tazas. Allí compartíamos una cervecita y el café.
Un día, le pregunté al “flaco” por qué seguía moliendo, si había café molido de muchas marcas, incluso de los granos que él usaba.
-Pero es que… no se compara. Tomar esta infusión no es sólo eso. La magia está en prepararlo, en disfrutar cada parte del proceso. Lo aprendí con mi hermano y en medio de esta comunidad de curas –me contó. Sabés –continuó- el café está muy relacionado con los curas que tenían que tocar las campanas de noche. Antes, en las iglesias, se tocaban las campanas cada hora. Y es distinta la forma de tocar al medio día que a otras horas. Lo cierto, sin embargo, es que para mantenerse en vela, consumían café.
Para nosotros, el “flaco” y yo, el beber café era un tiempo para disfrutar de una charla amena. Él me contaba historias de cómo eran las cosas cuando él era joven, de cómo vestían de pulcro traje para ir a los bailes.
-Mi hermano y yo íbamos a bailar a un lugar que estaba cerca del Palacio Legislativo, ahora hay un bailongo, pero no es lo mismo. Era otra cosa. Nos peinábamos, todavía, con gomina en ese tiempo. La camisa blanca almidonada, era regla. La vieja que planchaba aquí nos daba una mano, nos quería mucho ella. Nosotros salíamos con la ilusión de encontrar una pareja y bailar toda la noche, pero la cosa no era así de simple. Mi hermano siempre ligaba algo, yo era menos afortunado, pero tenía mi arrastre, aunque no lo creas. No siempre estuve así. (Decía esto con cierta voz apagada, pues comprendía su estado de abandono, pero también que esa era su decisión, y de un modo u otro exigía respeto por eso. Algo que ayudaba a comprender eso del amor al prójimo, más allá de sus apariencias y que aprendí en el convento.)
Cuando contaba sus anécdotas le brillaban los ojos y hasta un lagrimón se desprendía del rostro de ese hombre que parecía inmutable. Creo que el tiempo de tomar nuestras tazas de negro líquido, eran los únicos momentos que se permitía ser él mismo. Bajaba la guardia, en ese breve lapso de tomar dos tazas…y tres cigarrillos.
Eran otros tiempos esos de compartir un café y cigarrillos, hoy es casi un pecado y todo transcurre con demasiada prisa. Lo cierto es que cada vez que percibo el aroma que, hoy surge de una máquina Express, manejada por un nuevo compañero de trabajo -llamado Daniel- recuerdo el café de Gurbindo.
Pedro Buda 2010

viernes, 27 de agosto de 2010

Agosto Agosto

Viajes… partidas y bienvenidas
Agosto… te acordaste de tomar la “caña con ruda” el 1º de agosto. Algunos dicen que son 7 tragos… No importa, lo interesante de la creencia popular es que tomar caña con ruda el 1º de agosto espanta los males de invierno.
En la página http://www.siempreformosa.com.ar/final.php?id=6883 bajo el título: Caña con ruda, se lee “Las virtudes de la caña con ruda trascienden el exorcismo de las enfermedades, para transformarse en un rito de propiciación, y en una vacuna contra el mal de ojo y la mala suerte para todo el año.” Lo cierto es que la costumbre está muy arraigada y se practica cada año. Quizás es como la vacuna contra la gripe que importamos del primer mundo, pero como siempre, nuestros ancestros ya lo sabían antes que el hombre blanco.
En la ciudad de Formosa este año se celebró la 13ª edición de la “Caña con Ruda” y sobre el tema informaba el diario La Mañana , la nota puede leerse en la siguiente dirección:
http://www.lamanana-online.com.ar/edic_ant/nota.php?str1=2010-julio-30&seccion=locales&id=14
Fecha. (30/07/10), bajo el título: “Organizan festival de la Caña con Ruda”
Este agosto despedimos Alberto Soto, un uruguayo que supo querer la tierra formoseña y quien la dedicó hace unos años una canción al escritor Mario Bejarano.
Agosto es tiempo de partida, de viajes y bienvenidas. Pude volver a recorrer rutas argentinas y sentí ese placer de ver tanto verde con sus mil matices de dicha expresión de la vida, de la esperanza…
También deseo compartir con los cybernautas que estoy leyendo
Rincón bomba de Orlando Van Bredam y Judíos en Formosa “Una historia centenaria (1909- 2009) de quien fue mi profesora en la escuela secundaria Marta kaplan. Ambas lecturas son muy recomendables porque tanto sea desde la ficción como de la investigación aportan datos para conocer, comprender, aprehender la tierra de largas siestas e interminables tererés, la Vuelta Fermosa.

lunes, 2 de agosto de 2010

Finales de una larga carrera

Como publiqué anteriormente en este blog hace años inicie una carrera, la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación. Bueno, estoy en las últimas etapas de dicha carrera y es una emoción importante.
Además quiero compartir que próximamente subiré nuevos cuentos...

sábado, 19 de junio de 2010

viernes, 18 de junio de 2010

Relatos breves-menos




Ronquidos
Tomó la pipa y bajó para descubrir el origen del ruido. Llegó al pie de la escalera y se percató. El oído le estallaba. Sus movimientos fueron más rápidos que su pensamiento. Tomó el hacha y le cortó la cabeza. No volvió a oír los ronquidos de su mujer.
Pedro Buda 2004

Un hombre en la pintura
Observó el cubo de madera donde la mini pintura mostraba la puerta hacia el verde campo de las minas. Notó como un punto avanzaba hacia él. Le pareció increíble al principio. Nítidamente, venía un hombre desde el fondo de la pintura. Tomó un alfiler y lo sujetó en su andar.
Pedro Buda 2004

Era la puerta
Durante años había buscado la puerta. Al fin descubrió que estuvo delante todo el tiempo. La imagen se movía circularmente como un ciclón. Era la puerta, después de tantos años. Dejó de teclear y se introdujo lentamente hacia el otro lado de la pantalla. Nadie supo más de él.
Pedro Buda 2004


Mi Buda sentado
Con su incansable paciencia me miró por años. Un día, movió su cabeza de yeso y dijo: "Es hora de empezar a caminar". Dio media vuelta y se fue. Mientras procuró los primeros pasos balbuceó: "Te enseñé todo lo que pude". Mi Buda sentado desapareció. Todo cambia, pensé.
Pedro Buda2004


Cielo e infierno
Los cuerpos, enmarañados en la superficie de hierro y bronce, parecen decir lo mismo que mi padre solía repetir, una y otra vez: "Cielo e infierno todo está en este mismo lugar." El tango, los tipos de ayer, todos lo sabían. Sin embargo, nosotros cada día fingimos no saber.
Pedro Buda 2004


Él, reloj
Este reloj es de lo más compinche. Cambia de hora a mi voluntad. Cuando estoy cansado, se mueve hacia atrás. Cuando no llego, se mueve hacia atrás. Cuando tengo hambre, corre en sentido horario. Hoy, no sé por qué, está en las diez menos cuarto. ¿Será que alcanzó conciencia propia?
Pedro Buda 2004

jueves, 17 de junio de 2010

Más cuentos: El de la 7






Cuando entré miré en derredor, busqué con la mirada algo que me indicara dónde preguntar por el paciente, a quien iba a acompañar, esa noche.
Félix es el nombre del paciente –dije a la enfermera que me atendió tras una puerta de madera y vidrio opaco. Es el paciente de la cama 7 –dijo. Está al final del salón del lado izquierdo. Un gran salón –me dije. Conté unas 14 camas que correspondían, seguramente, a 14 pacientes; pero faltaban algunos. Sin embargo, las sábanas descorridas decían que en alguna parte, no muy lejos, debían estar.
El hombre que ocupaba la número 14 estaba reclinado, con el tronco un poco elevado, en medio y al final de las dos filas que formaban las otras camas, a un lado y otro del salón. Desde allí dominaba todo el panorama. Sabe quien entra y sale del salón o del baño, que está a su izquierda, pues la cabecera está en oposición a la puerta de entrada del gran salón.
Un gran ventanal, tras él, ilumina el tercio posterior del salón. Entra la luz de los focos de la calle, y las sombras de las ramas de los árboles, como manos, se proyectan y parecen jugar sobre la superficie interior.
Unos pasos van o vienen, cada tanto. Se escuchan ligeros, en el silencio de la noche. Entran o salen, pero apenas llegan al tercio primero, y allí se detienen... giran a la derecha e ingresan a la enfermería. Tras las cortinas desaparecen por minutos u horas, sólo algunas sonrisas se escuchan, cada tanto. Luego salen y recorren las distintas camas, observando a cada paciente, entregando las palabras justas de aliento, a todos por igual.
Cada tanto se escuchan pasos transitando el pasillo principal, pues hay uno accesorio entre las camas que delimitan la entrada al baño y otro entre las que demarcan el ingreso a la enfermería. Según uno se va acostumbrando al ruido del lugar, puede reconocerse el andar de cada paciente; puede saberse quien se mueve, incluso sin mirar. Unos hay que arrastran los pies de modo que pareciera que nunca levantasen los pies, otro, sin embargo, tiene en el ruido -y por ende en el andar- un ritmo, un compás característico. Uno dos tres... unos dos tres... se detiene, abruptamente, y luego sigue. El paciente parece tambalearse en el aire, su figura flaca, escuálida como una vara de tacuara, parece bambolearse con la brisa del aire de afuera, que si bien no penetra, se hace sentir por el ruido, que sí se escucha, ante tanta cercanía. Lo cierto es que el hombre no se cae y llega hasta su zona, hasta la señalada en la pared por un gran número escrito en negro sobre un plástico cuadrado, sujeto a la pared sobre la cabecera de la cama. Dicho número, que identifica a la cama, es para muchos, también, el modo de registrar a la persona, que parece perder sus nombres y apellidos, sus distinciones de persona para adquirir una nueva identificación, un número. Así es como Félix Gilberto De Armas, por ejemplo, pasa a ser “el de la 7”.
En algunos nosocomios privados, donde las salas albergan a tan sólo 2 pacientes, éstos son identificados por números, como el de la 706 o el de la 707, que coincide con el número de habitación. Así Miguelito, el hijo del almacenero Velázquez, pasa a ser “el de la 706”.


lunes, 17 de mayo de 2010

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