En plena siesta de un viernes, un
grupo de niños pequeños, de entre tres y cinco años, se empezaron a reunirse frente al edificio
que llamamos templo. Poco a poco, conformaron un grupo de unos diez.
Que unos niños se reúnan en la vía
pública no debiera considerarse algo extraño. No lo es en sí. Pero cuando no
hay un motivo aparente, la cosa cambia.
Al grupo de niños se les sumó un número,
aunque reducido, pero que iban in crescendo, de perros que se acercaban al
mismo sitio. Más bien a la base de una
de las torres.
Los niños concurren a un jardín de
infantes que funciona al lado de la iglesia. Era la hora de la entrada pero se
demoraban mirando, casi como hipnotizados y sonrientes hacia el mismo sitio.
Primero sonreían, luego comentaban entre ellos. Algunos balbuceando y otros
señalando y diciendo: ‘Gasper’ ‘Gasper’. Señalaban con la mano el ‘movimiento’
de algo imperceptible para los adultos que esperábamos que nuestros hijos
ingresaran a su hora de actividad preescolar.
Por los comentarios que hacían y el
movimiento de sus índices era evidente que seguían, miraban algo que pasaba
sobre ellos, pero que no estaba quieto. Los perros, igualmente, seguían con su
vista algo, al tiempo que ladraban pero de un modo un tanto raro. Nosotros los
adultos no percibimos nada excepto sus movimientos y que algo intentaban
indicar con sus índices.
Era extraño ver a esos niños y animales
en dicha actitud. Pero en fin, todo acabó tras unos diez minutos. Los niños se
desconcentraron e hicieron lo habitual: seguir el llamado de sus maestras que
voceaban desde la puerta. Casi roja, una de ellas, a esa altura de insistir por
unos cinco o siete minutos.
Del caso me olvidé y no hubiese recordado de
no ser que volvió a repetirse la escena un mes después. Y justo a la hora de la
entrada, nuevamente. Quise no prestarle atención, pero lo hice y recordé. Y
empecé a investigar que había en la zona hacia donde miraban los pequeños. Los
animales estuvieron ausentes la segunda vez. Interesante fue lo que hallé. Hablando
con el párroco me comentó que antiguamente en ese costado del templo estaba el
cementerio parroquial. “Pero eso fue hace muchísimos años, demasiados. Hubo que
trasladar lo que quedaba, que era casi nada” -agregó.
Acepté entonces, no podía no hacerlo,
que los pequeños, los niños y también los animales, ven más que nosotros. Ven
lo que al crecer olvidamos o necesitamos olvidar. Ven las almas de aquellos que
compartieron con nosotros y murieron, y
sin embargo, no se fueron, están como almas danzantes entre nosotros.
Pedro Buda
Walter Rotela
2013
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Atte. Pedro Buda