Lo que transcribo más abajo es parte del capítulo III de la novela Buscando... las llaves, las rutas.
III
Creo que merece un capítulo aparte, en esta historia, lo
relacionado con una porción del mundo de las rutas terrestres del sur del sur,
a la que se ha llamado la “rotonda del reencuentro”.
Antes que nada, conviene que me presente, pues por solicitud
del autor voy a tomar la palabra en esta parte del relato. Soy un estudiante
universitario que pasa, gran parte del año, en la Ciudad de los Siete Caminos,
aunque soy originario de un pueblo llamado “Pescado Hediondo”, un lugar
bastante más lejos que la ciudad de Bella Cruz, y hacia el norte de la rotonda,
como ésta última.
Mi nombre es Enrique Cano Marotta, pero todos me dicen “cabeza”.
Por lo cual no puedo enojarme, puesto que mi cabeza es particularmente grande,
no desproporcionada, pero sí grande. No uso el cabello largo, sin embargo, mi
cabeza sigue siendo grande. ¡Qué le voy a hacer! Es de familia.
El autor, a quien conozco hace un tiempo, en una ronda entre
viejos conocidos, nos propuso escribir un libro a los allí presentes. De hecho,
fuimos citados por él, en un bar, frecuentados por nosotros. Se llama lo de “Doña
Laureana”. Necesito contar, antes de proseguir, que las empanadas que allí
hacen son jugosas y algo picantes, lo ideal para acompañar con una buena
cerveza. Él pagó las dos primeras docenas de empanadas y las diez primeras
cervezas. Era importante el calor esa noche y tuvimos, la imperiosa, necesidad
de seguir bebiendo cervezas bien heladas, hasta la madrugada. Pero… ¿por qué la
necesidad…? Pues simplemente porque acordamos allí los temas que abordaría cada
uno; además, una vez terminado, tendríamos una reunión para compartir el producto
y explicar, parte de lo relatado. Era toda una aventura, y tres meses después, nos
volvimos a reunir.
Si ustedes están leyendo esto es porque logramos cumplir con
nuestro objetivo primario: publicarlo. Esto sería el trabajo final del autor:
la corrección y el convencer a la editorial para que se jugara por el material.
Si todo salía bien, la promesa fue reunirnos nuevamente para compartir no sólo
empanadas y cerveza, sino un asado y parrillada completa, todo pagado por el
autor o la editorial.
El bar “Doña Laureana” es conocido por muchos estudiantes,
pues allí se puede conocer a algún camionero que nos permita viajar con ellos
gratis, a nuestras tierras de procedencia. Viajar se vuelve bastante oneroso
cuanto más lejos está la casa paterna.
Muchos somos de provincias alejadas y otros de países
vecinos. Generalmente, los estudiantes, vamos hasta la rotonda El reencuentro y
punto. Allí llegamos y nos encomendamos al creador y a la virgen para que algún
camionero nos lleve, de un tirón, a nuestras tierras. Pero no siempre es así de
fácil. Muchas veces llegar implica más de una parada. Y no sólo se viaja en
camión, a veces y con mucha suerte, viajamos en auto o camioneta pick up.
Estar haciendo dedo en la rotonda el Reencuentro, y si
venías de Siete Caminos, implica que hayas pasado por Puertas del Infierno. Y
lo que ves allí es parte del paisaje urbano. Lo primero es atravesar el río
Manguruyú mirándolo desde el puente, tan majestuoso como el río que atraviesa.
Si se cruza de tardecita o de noche son sus luces anaranjadas las que te guían
en esa ruta. Están a todo lo largo de los accesos este y oeste del puente, y en
todo su recorrido. Ves el río que corre furioso si juzgas por los remolinos que
se arman y siguen su curso. Los pescadores son apenas visibles a esa hora y
desde la altura. Se ven como pequeñas estrellas luminosas sobre la superficie.
Son sus linternas que parecen luciérnagas sobre el espacio.
Los ves de día y de noche, siempre con los mallones desplegados en las aguas.
Buscando… atrapar al manguruyú, al surubí o al dorado que vaga por las bravas
aguas del río.
Cuando terminas de cruzar el puente, si es de mañana o a
cierta hora de la tarde, ves a las mujeres vendiendo el pescado al costado de
la ruta 14.
De día se puede apreciar el verde en distintos matices, del
más claro al más oscuro. En el follaje de arbustos, en los camalotes, en los
irupés, en el pasto y hasta en las cotorras que vuelan por allí. El marrón del
agua en parte se mezcla con las amarillas arenas que se tornan rojizas por los
sedimentos que transporta el río. El agua toma la apariencia de sangre según la
hora del día, según haya más o menos luz, o parece un espejo cuando el sol y
desde cierta distancia lo aprecias.
Entre el verde follaje de la costa se percibe el camino
hecho sobre la tierra por los pescadores; los cuidadores de vacas que andan en
la vuelta; por los animales que recorren entre los matorrales de la ribera. Son
senderos en todas direcciones que siempre terminan en el río o en los
cuantiosos canales que llegan al Manguruyú.
Sobre los canales otra jungla, una de camalote e irupé, y
otras especies de plantas acuáticas. Al costado de esos serpenteantes caminos
algunas veces se ven apiarios.
Sobre las riberas de los canales se ven juncos o totoras,
donde se oculta algún carpincho. Se observan aves zancudas que vienen a comer,
algunas se posan sobre el irupé. Con atención se aprecia el graznido de estas
aves, como los cantos de otras mil especies… patillos, cigüeñas, gorriones,
garzas, horneros, algún pitogüé (también conocido como pájaro de mal agüero,
benteveo, bichofeo o Montevideo) que anda sobrevolando. Y que, si anda cerca de
Puertas del Infierno, más de uno se pone en guardia.
Con suerte puede verse algún pariente reconocible de
antiguos dinosaurios, me refiero al yacaré. En fin, con un poco de atención
puede apreciarse la gran diversidad de vegetales y animales que conforman esta
zona ribereña.
Pero… volviendo al paisaje nocturno, la variedad se torna
más amplia como interesante por lo curiosa. Sobre la ruta, a pocos kilómetros
de la cabecera del puente se ve el desfile de hombres vestidos de mujer de un
lado del camino y a trabajadoras sociales del otro. Justo en las inmediaciones
de Puertas del Infierno. Donde el rojizo color de las luces da el tono adecuado
al paisaje nocturno, que es vigilado por el personal del GES.
Para el mayor y mejor control de la actividad, en pos de la
salubridad de la población – dicen. ¡Quizás… sea cierto! Yo dudo.
La rotonda El Reencuentro es una zona de vital importancia
en la vida de las rutas. Allí se cruzan la ruta 28 (con dirección norte-sur o
sur-norte) con la ruta 14 (con dirección este-oeste u oeste-este). Esta rotonda
se encuentra a unos 15 kilómetros de la Ciudad de los siete caminos, de donde
parto, al menos una vez al mes, para ir al pago donde nací.
Y dista apenas a 2 kilómetros de Puertas del Infierno. Es un
puesto subsidiario de Puertas…
A 9 kilómetros de la rotonda y hacia el norte está la Ciudad
de la Bella Cruz.
Hacia el oste continúa la ruta 14 que lleva a otras
provincias. La ruta 28 lleva al sur del país, conecta con muchas otras rutas
importantes, y por el norte, a otro país. Casi une medio país y conecta con el
todo, más allá de fronteras. O sea que es un punto neurálgico de la vida en
esta porción de rutas y poblaciones.
Al oeste de la rotonda se desarrolla una extensa llanura
que, poco a poco, se vuelve más y más agreste, más seca y tórrida. Se pasa de
la fuerza de verdes y multicolores de la vegetación en zona de riberas del río
Manguruyú y los riachos que desembocan en él a un monótono amarillo pajizo, a
bosques de palmeras y arbustos varios. Se forman como islas de árboles entre los
cuales se refugia el ganado ante las inclemencias del tiempo. El bosque de
palmeras es lo que predomina en la zona. La belleza está en ellas, pero pasa
desapercibida para el hombre común de estos lugares, por la costumbre que tiene
de verlos, por la casi monotonía de la llanura. Sin embargo, no es así para
compañeros y amigos que vienen de otros lugares y admiran estas tierras.
Una de las cosas que asombra a los extranjeros es la
biodiversidad, la variedad de pájaros y aves de diversos tamaños que hay primero
en los riachos y esteros, y después, en esas islas de bosques donde acuden los
animales a refugiarse del calor característicos aquí. No es ni todo trigo, ni
todo eucalipto, ni toda soja. Pero ¿hasta cuándo? es la pregunta del millón…
Pero eso es tema para otro libro o la disertación en otras partes, no lo
propuesto por el autor.
En la rotonda se cruzan destinos. Se aúnan esfuerzos y se
acumulan historias de caminos. Hay días que el agobiante calor mueve a la
solidaridad. Si alguien tiene una botella de litro de refresco, comparte con
otros que esperan.
A unos pocos metros, quizás casi a un kilómetro al sur, hay
una estación de servicio y expendio de combustible. Al lado y como parte de los
servicios que se brindan hay una parrillada. Hay agua y bebida frescas. Pero,
para estudiantes como yo, lo importante es que haya agua. Especialmente en los
calurosos días de verano. Pero claro, en invierno necesitamos un mate
calentito, y dónde sino en la estación conseguimos el agua para el mate
mientras esperamos que alguien nos lleve. A veces, llegamos a la mañana
temprano y recién de tardecita, alguien nos levanta. Algunas veces podemos
llegar hasta la mitad del camino y allí debemos volver a intentar que alguien
nos lleve hasta el destino. Pero por qué se da la solidaridad en estos lugares.
Pues porque quien va a hacer dedo es gente que no siempre
puede pagar un boleto o que
quizás busca ahorrar dinero para poder hacer otras cosas.
Muchos de nosotros dependemos de nuestros padres, y esa es una forma de ayudar
en las economías de la familia. Por ejemplo, si no gastas en transporte quizás
puedas ir al cine o a un baile una vez al mes. Es un pequeño sacrificio en pos
de un beneficio posterior.
En la rotonda convergen, no sólo caminos, sino también
anécdotas, historias, leyendas. Pero algunas surgen allí mismo, en esa
confluencia de caminantes y camioneros, de oficios y ocupaciones, de roles y
enrolados… En fin, una de ellas tuvo por personaje principal a un agente del
GES. Algunos dicen que fue un hermano del sargento 1º Becerra, principal agente
de Puertas del Infierno. Otros dicen que fue el mismo Becerra el protagonista
de la risueña anécdota. Sin embargo, fui testigo de aquél caso, razón por la
cual el autor me pidió que me refiriera al mismo. No conocía de nombre al
sargento; aunque sí lo había visto infinidad de veces. El tipo en cuestión, un ser
vivo, pues definimos al ser vivo como aquél capaz de moverse, de incorporar alimento
y evacuar los excedentes. Entonces, este sujeto estaba vivo. Es o era un tipo obeso,
rechoncho, como una pelota de fútbol o como la pelota que se usa para jugar al “pato”,
que es un juego en que los participantes pelean, montados a caballo, por una pelota
con asas. Insisto en que era o es porque hace tiempo que no lo veo. Y quizás
sus mismas prácticas lo llevaron al final de su recorrido.
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Atte. Pedro Buda