martes, 14 de agosto de 2018

Capítulo III de: Buscando... las llaves, las rutas

Lo que transcribo más abajo es parte del capítulo III de la novela Buscando... las llaves, las rutas. 



III

Creo que merece un capítulo aparte, en esta historia, lo relacionado con una porción del mundo de las rutas terrestres del sur del sur, a la que se ha llamado la “rotonda del reencuentro”.
Antes que nada, conviene que me presente, pues por solicitud del autor voy a tomar la palabra en esta parte del relato. Soy un estudiante universitario que pasa, gran parte del año, en la Ciudad de los Siete Caminos, aunque soy originario de un pueblo llamado “Pescado Hediondo”, un lugar bastante más lejos que la ciudad de Bella Cruz, y hacia el norte de la rotonda, como ésta última.
Mi nombre es Enrique Cano Marotta, pero todos me dicen “cabeza”. Por lo cual no puedo enojarme, puesto que mi cabeza es particularmente grande, no desproporcionada, pero sí grande. No uso el cabello largo, sin embargo, mi cabeza sigue siendo grande. ¡Qué le voy a hacer! Es de familia.
El autor, a quien conozco hace un tiempo, en una ronda entre viejos conocidos, nos propuso escribir un libro a los allí presentes. De hecho, fuimos citados por él, en un bar, frecuentados por nosotros. Se llama lo de “Doña Laureana”. Necesito contar, antes de proseguir, que las empanadas que allí hacen son jugosas y algo picantes, lo ideal para acompañar con una buena cerveza. Él pagó las dos primeras docenas de empanadas y las diez primeras cervezas. Era importante el calor esa noche y tuvimos, la imperiosa, necesidad de seguir bebiendo cervezas bien heladas, hasta la madrugada. Pero… ¿por qué la necesidad…? Pues simplemente porque acordamos allí los temas que abordaría cada uno; además, una vez terminado, tendríamos una reunión para compartir el producto y explicar, parte de lo relatado. Era toda una aventura, y tres meses después, nos volvimos a reunir.
Si ustedes están leyendo esto es porque logramos cumplir con nuestro objetivo primario: publicarlo. Esto sería el trabajo final del autor: la corrección y el convencer a la editorial para que se jugara por el material. Si todo salía bien, la promesa fue reunirnos nuevamente para compartir no sólo empanadas y cerveza, sino un asado y parrillada completa, todo pagado por el autor o la editorial.
El bar “Doña Laureana” es conocido por muchos estudiantes, pues allí se puede conocer a algún camionero que nos permita viajar con ellos gratis, a nuestras tierras de procedencia. Viajar se vuelve bastante oneroso cuanto más lejos está la casa paterna.
Muchos somos de provincias alejadas y otros de países vecinos. Generalmente, los estudiantes, vamos hasta la rotonda El reencuentro y punto. Allí llegamos y nos encomendamos al creador y a la virgen para que algún camionero nos lleve, de un tirón, a nuestras tierras. Pero no siempre es así de fácil. Muchas veces llegar implica más de una parada. Y no sólo se viaja en camión, a veces y con mucha suerte, viajamos en auto o camioneta pick up.
Estar haciendo dedo en la rotonda el Reencuentro, y si venías de Siete Caminos, implica que hayas pasado por Puertas del Infierno. Y lo que ves allí es parte del paisaje urbano. Lo primero es atravesar el río Manguruyú mirándolo desde el puente, tan majestuoso como el río que atraviesa. Si se cruza de tardecita o de noche son sus luces anaranjadas las que te guían en esa ruta. Están a todo lo largo de los accesos este y oeste del puente, y en todo su recorrido. Ves el río que corre furioso si juzgas por los remolinos que se arman y siguen su curso. Los pescadores son apenas visibles a esa hora y desde la altura. Se ven como pequeñas estrellas luminosas sobre la superficie.
Son sus linternas que parecen luciérnagas sobre el espacio. Los ves de día y de noche, siempre con los mallones desplegados en las aguas. Buscando… atrapar al manguruyú, al surubí o al dorado que vaga por las bravas aguas del río.
Cuando terminas de cruzar el puente, si es de mañana o a cierta hora de la tarde, ves a las mujeres vendiendo el pescado al costado de la ruta 14.
De día se puede apreciar el verde en distintos matices, del más claro al más oscuro. En el follaje de arbustos, en los camalotes, en los irupés, en el pasto y hasta en las cotorras que vuelan por allí. El marrón del agua en parte se mezcla con las amarillas arenas que se tornan rojizas por los sedimentos que transporta el río. El agua toma la apariencia de sangre según la hora del día, según haya más o menos luz, o parece un espejo cuando el sol y desde cierta distancia lo aprecias.
Entre el verde follaje de la costa se percibe el camino hecho sobre la tierra por los pescadores; los cuidadores de vacas que andan en la vuelta; por los animales que recorren entre los matorrales de la ribera. Son senderos en todas direcciones que siempre terminan en el río o en los cuantiosos canales que llegan al Manguruyú.
Sobre los canales otra jungla, una de camalote e irupé, y otras especies de plantas acuáticas. Al costado de esos serpenteantes caminos algunas veces se ven apiarios.
Sobre las riberas de los canales se ven juncos o totoras, donde se oculta algún carpincho. Se observan aves zancudas que vienen a comer, algunas se posan sobre el irupé. Con atención se aprecia el graznido de estas aves, como los cantos de otras mil especies… patillos, cigüeñas, gorriones, garzas, horneros, algún pitogüé (también conocido como pájaro de mal agüero, benteveo, bichofeo o Montevideo) que anda sobrevolando. Y que, si anda cerca de Puertas del Infierno, más de uno se pone en guardia.
Con suerte puede verse algún pariente reconocible de antiguos dinosaurios, me refiero al yacaré. En fin, con un poco de atención puede apreciarse la gran diversidad de vegetales y animales que conforman esta zona ribereña.
Pero… volviendo al paisaje nocturno, la variedad se torna más amplia como interesante por lo curiosa. Sobre la ruta, a pocos kilómetros de la cabecera del puente se ve el desfile de hombres vestidos de mujer de un lado del camino y a trabajadoras sociales del otro. Justo en las inmediaciones de Puertas del Infierno. Donde el rojizo color de las luces da el tono adecuado al paisaje nocturno, que es vigilado por el personal del GES.
Para el mayor y mejor control de la actividad, en pos de la salubridad de la población – dicen. ¡Quizás… sea cierto! Yo dudo.
La rotonda El Reencuentro es una zona de vital importancia en la vida de las rutas. Allí se cruzan la ruta 28 (con dirección norte-sur o sur-norte) con la ruta 14 (con dirección este-oeste u oeste-este). Esta rotonda se encuentra a unos 15 kilómetros de la Ciudad de los siete caminos, de donde parto, al menos una vez al mes, para ir al pago donde nací.
Y dista apenas a 2 kilómetros de Puertas del Infierno. Es un puesto subsidiario de Puertas…
A 9 kilómetros de la rotonda y hacia el norte está la Ciudad de la Bella Cruz.
Hacia el oste continúa la ruta 14 que lleva a otras provincias. La ruta 28 lleva al sur del país, conecta con muchas otras rutas importantes, y por el norte, a otro país. Casi une medio país y conecta con el todo, más allá de fronteras. O sea que es un punto neurálgico de la vida en esta porción de rutas y poblaciones.
Al oeste de la rotonda se desarrolla una extensa llanura que, poco a poco, se vuelve más y más agreste, más seca y tórrida. Se pasa de la fuerza de verdes y multicolores de la vegetación en zona de riberas del río Manguruyú y los riachos que desembocan en él a un monótono amarillo pajizo, a bosques de palmeras y arbustos varios. Se forman como islas de árboles entre los cuales se refugia el ganado ante las inclemencias del tiempo. El bosque de palmeras es lo que predomina en la zona. La belleza está en ellas, pero pasa desapercibida para el hombre común de estos lugares, por la costumbre que tiene de verlos, por la casi monotonía de la llanura. Sin embargo, no es así para compañeros y amigos que vienen de otros lugares y admiran estas tierras.
Una de las cosas que asombra a los extranjeros es la biodiversidad, la variedad de pájaros y aves de diversos tamaños que hay primero en los riachos y esteros, y después, en esas islas de bosques donde acuden los animales a refugiarse del calor característicos aquí. No es ni todo trigo, ni todo eucalipto, ni toda soja. Pero ¿hasta cuándo? es la pregunta del millón… Pero eso es tema para otro libro o la disertación en otras partes, no lo propuesto por el autor.
En la rotonda se cruzan destinos. Se aúnan esfuerzos y se acumulan historias de caminos. Hay días que el agobiante calor mueve a la solidaridad. Si alguien tiene una botella de litro de refresco, comparte con otros que esperan.
A unos pocos metros, quizás casi a un kilómetro al sur, hay una estación de servicio y expendio de combustible. Al lado y como parte de los servicios que se brindan hay una parrillada. Hay agua y bebida frescas. Pero, para estudiantes como yo, lo importante es que haya agua. Especialmente en los calurosos días de verano. Pero claro, en invierno necesitamos un mate calentito, y dónde sino en la estación conseguimos el agua para el mate mientras esperamos que alguien nos lleve. A veces, llegamos a la mañana temprano y recién de tardecita, alguien nos levanta. Algunas veces podemos llegar hasta la mitad del camino y allí debemos volver a intentar que alguien nos lleve hasta el destino. Pero por qué se da la solidaridad en estos lugares.
Pues porque quien va a hacer dedo es gente que no siempre puede pagar un boleto o que
quizás busca ahorrar dinero para poder hacer otras cosas. Muchos de nosotros dependemos de nuestros padres, y esa es una forma de ayudar en las economías de la familia. Por ejemplo, si no gastas en transporte quizás puedas ir al cine o a un baile una vez al mes. Es un pequeño sacrificio en pos de un beneficio posterior.
En la rotonda convergen, no sólo caminos, sino también anécdotas, historias, leyendas. Pero algunas surgen allí mismo, en esa confluencia de caminantes y camioneros, de oficios y ocupaciones, de roles y enrolados… En fin, una de ellas tuvo por personaje principal a un agente del GES. Algunos dicen que fue un hermano del sargento 1º Becerra, principal agente de Puertas del Infierno. Otros dicen que fue el mismo Becerra el protagonista de la risueña anécdota. Sin embargo, fui testigo de aquél caso, razón por la cual el autor me pidió que me refiriera al mismo. No conocía de nombre al sargento; aunque sí lo había visto infinidad de veces. El tipo en cuestión, un ser vivo, pues definimos al ser vivo como aquél capaz de moverse, de incorporar alimento y evacuar los excedentes. Entonces, este sujeto estaba vivo. Es o era un tipo obeso, rechoncho, como una pelota de fútbol o como la pelota que se usa para jugar al “pato”, que es un juego en que los participantes pelean, montados a caballo, por una pelota con asas. Insisto en que era o es porque hace tiempo que no lo veo. Y quizás sus mismas prácticas lo llevaron al final de su recorrido.

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Atte. Pedro Buda

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