martes, 13 de diciembre de 2016

Puedo contar el cuento...

Estimados amables lectores, hoy quiero compartir algo que escribí hace unos años atrás. No es un cuento, sino una versión de algo que sucedió pero que es narrado casi como un cuento. 
La historia es real, me sucedió a mí, y desde entonces, la vida tuvo un nuevo sabor. Disfruto cada despertar, cada amanecer, cada atardecer, vivo con mayor intensidad. 
Sin más vueltas les dejo este relato...

Imagen realizada por Tega


 Despertar de una larga siesta  
                                                                     31 de diciembre

Una tarde que parecía noche o una noche que no parecía tanto, cómo saberlo cuando estás un tanto dormido y un tanto despierto.
 Primero debo decir que descubrí, me descubrí, acostado en una cama en medio de una gran habitación. No era el único ocupante de la sala. Había otras personas, pero no era un hotel. Era una sala de un hospital o sanatorio. Pronto recordé que estaba o tendría que estar en un sanatorio. Apenas me podía mover, sentía los pies, podía mover los dedos bajo las sábanas. Había luz encendida todo el tiempo, acepté que era de noche.
Una enfermera me observó de lejos y se acercó: hola, estás despierto –dijo. La miré sonriendo y contesté afirmativamente.  Ella se dirigió a la enfermería que estaba enfrente y trajo una gasa, me limpió los labios o me los mojó, no sé bien el objeto de que me pasara la gasa húmeda. Supongo que eran mis primeras gotas de agua. Pues me dejó un vaso y me aclaró: cada tanto te vamos a mojar los labios, pide cuando necesites más. 
Como no sabía bien donde estaba ni la fecha le pregunté a la mujer vestida de blanco. Ella contestó: es miércoles 31. Miércoles 31 de diciembre, y estás en CTI. Al fin despertaste. Quédate tranquilo que tus familiares en un rato más vienen a visitarte. A veces esperan afuera, pero vienen todos los días –me aseguró.
Quise seguir preguntando: ¿desde cuándo estoy aquí?, ¿porqué no recuerdo algunas cosas?, y un largo etc. Pero parece que todo tiene su tiempo y debía esperar. Miré las sábanas blancas y el paso tranquilo de otros enfermeros que pasaban por allí y me dije: esto es como ir al municipio, se requiere mucha paciencia para esperar y ser atendido, para escuchar las explicaciones de los funcionarios o para entender todas las vueltas que dan para hacer un simple trámite, en fin: para cumplir su horario de trabajo y recibir un salario por ello.
Poco a poco se llenaban las sinapsis de preguntas y al mismo tiempo surgían, como a borbotones, imágenes… que no eran las respuestas.  Estas visiones no eran muy coherentes pero allí estaban. Otras cosas que pasaban eran muy elocuentes y muy lógicas. Eran entendibles y por mí notadas, observadas desde mi particular y especial punto de vista, es decir, desde la posición de decúbito dorsal sobre el lecho de la cama frente a una de las entradas del salón, que supe era el Centro de Terapia Intensiva, más conocido como CTI.  Era lo que me explicó la enfermera y no tenía porqué dudar al respecto.
Sentía la garganta como seca, tenía escalofríos, y algunas cosas más. Era claro que aún estaba sin poder controlar mi temperatura corporal, pues de a ratos tenía frío y, súbitamente, sentía calor. Las sábanas estaban casi sueltas y no habían frazadas a la vista.
Recordaba haber tenido un accidente, que había chocado contra una camioneta, pero no estaba claro desde cuándo, cuanto hacía que había ocurrido eso. Lo importante parecía ser que estaba vivo. Cada enfermero que ingresaba a la sala preguntaba si yo era el del accidente en moto del 24 o preguntaba: ¿cómo te hiciste las fracturas? Sentía los dos miembros superiores vendados y algo de dolor, para lo cual me explicaron tenían calmantes y bastaba que les pidiera para que ellos me aplicaran una dosis...
Había despertado, ¿pero cuánto había dormido? Simplemente esperé que las cosas fueran pasando, alguna cara conocida vendría en algún momento. Alguien vendría, mi esposa, alguien… No estaba apurado, pues parecía que todo estaba bajo control, no el mío, pero estaba bajo control.  
Al lado había dos personas más en sendas camas, sobre albas sábanas como las mías. Uno de ellos, que alcanzaba a ver, pues estaba en la cama inmediatamente seguida a la mía, a mi izquierda, tenía la cabeza vendada. Tenía los pies muy pálidos, como fríos, quizás como yo los tenía también, aunque no los veía, a los míos, por estar tapados todo el tiempo.
Esto era interesante, estaba en un CTI como paciente, no como enfermero. Estaba viendo el mundo desde el otro lado del mostrador. Era toda una experiencia que fui investigando, fui razonando dentro de lo que pude. Pues por momentos surgían unas imágenes que eran confusas, extrañas. No parecían tener sentido, parecían películas proyectadas sobre la pared o los techos. Algo andaba mal. Pero no quise preocuparme por eso. Sin embargo, algo de duda se fue colando por el poco foco de razón que me parecía tener en ese momento. Dejé o quise dejar los pensamientos a un lado e intenté cerrar los ojos. Aunque quienes se acercaban decían: “Por fin despertaste”. No sabía qué contestar. Sentía que me despertaba de una larga siesta.
                                                                                                                          Pedro Buda 2010

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