Siendo
niño me gustaba oír las historias de mi abuelo. Él, a su modo, jugaba con
nosotros, sus nietos. No como jugaría un adulto mayor tal como vemos en una
tanda televisiva de publicidad o en una imagen fotográfica de un medio
cualquiera. No, así no.
Don Jesús era el modo como se referían a
él sus vecinos. Y de eso estaba muy orgulloso. Es decir, buscaba hacer honor al
nombre que eligieron sus padres. Era el séptimo hijo. En realidad el noveno,
pero dos de sus hermanos habían fallecido al poco de nacer. Los padres querían
hijos varones pero, sin embargo, la vida les dio en su mayoría, mujeres.
Siendo chicos siempre lo llamamos señor,
por la costumbre que teníamos en la zona de las tierras color sangre. Cada
mañana, al verlo al abuelo le pedíamos su bendición. Él accedía siempre y nos
regalaba algún caramelo, generalmente. Pasábamos mucho tiempo sin verlo, pues
por temporadas se ausentaba por razones de trabajo. A veces, su ausentaba un
par de meses. Cuando volvía nos traía regalos. Eso, según contaba mi abuela,
fue siempre así. Pero sus ausencias, en mi niñez no se debían a motivos
laborales, sino a una costumbre muy arraigada. Esas razones me fueron reveladas
por mis tías sólo al llegar a mi juventud, no antes.
Una tarde conversando con él, bajo un
árbol de mango, me animé a preguntarle por un libro que guardaba en un cajón de
la cómoda de su habitación. Le mencioné que de niño lo había descubierto, que
leí algo de su contenido, pero nunca capté el verdadero significado de cuanto
estaba allí anotado.
Mi abuelo sonrió. Luego de una pausa me
ilustró sobre una realidad totalmente desconocida por mí.
̶ No es ningún secreto. Pero es sí
información comprometedora, o al menos que sería relevante en alguna suerte de
investigación... Contiene información, detalles sobre gente muy joven, niños
que estuvieron a cargo, como yo, de don Pascual.
̶ Interesante ̶ dije, alentándolo a proseguir.
El abuelo se puso serio, pero confesó
estar feliz por poder compartir sobre el asunto. Así que ingresó a su
habitación y trajo el libro. Él era un lector ávido. De todo lo que encontraba
en sus viajes siempre comentaba o incluso traía algunos libros que le regalaban
pues en su mayoría no podía comprárselos. Sin embargo, eso no impedía que
accediera a ellos. Era veloz leyendo. Esa lectura le permitía tener una
conversación interesante y con ello ganaba la buena voluntad de sus
interlocutores que le permitían leer esos libros que no estaban a su alcance
comprarlos.
Jesús, mi abuelo, volvió con el libro
que yo había visto siendo niño. Me pareció más pequeño de lo que lo recordaba.
Era un viejo libro de asientos contables que tenía información sobre una
empresa y además figuraban nombres y
fechas. No eran muchos, una treintena.
̶
Los nombres que ves aquí son de niños que el señor Pascual recibió, con la
promesa a sus padres de enviarlos a la escuela, ocuparse de su alimentación, de
brindarles un lugar en su vivienda. Y lo que hizo, en realidad, fue usarlos
como mano de obra barata, en sus campos o en la ciudad ̶ Jesús comentó.
̶ ¿Y tú cómo conseguiste este libro
abuelo?
̶ Mirá... Esto quedará entre nosotros.
Lo tomé del escritorio del señor Pascual
un año antes de dejar la hacienda. Nos castigaron cuando no se encontró
pero no dije nada. Consideré que era algo valioso, que serviría como prueba de
lo que me parecía no estaba bien. Pero...
̶ ¿Pero... ? ̶ Insistí.
̶ No, no sirvió. Aún no. Pues poco se
sabe y todo lo que se dice sobre el laburo de los mita'i "se maquilla",
como dicen ahora. Y antes las condiciones eran peores. Había menos
posibilidades de conocer lo que hacían los dueños de estancias o de las grandes
casas de la ciudad. Parte de nuestra cultura, quizás.
̶
¿Y la lista de nombres?
̶ Son los nombre s de los niños y
adolescentes que pasaron por la estancia y la casa en los años en que se
registró en el libro. Desde 1909 hasta 1930, aproximadamente. Pero la cosa
siguió después e incluso aumentó la cantidad de niños que pasaron por las manos
del viejo Pascual y su familia.
̶ ¿Y qué hacían los niños abuelo? Pues
supongo que no todos hacían los mismo.
̶ propuse.
̶ Pareces un periodista con tus
preguntas che ̶ replicó mi abuelo.
̶ Bueno... Quizás pueda hacer algo,
quizás pueda continuar con lo que empezaste, me refiero a darle luz a lo que
sucedía. Este libro es parte, como una prueba ¿No? Tengo un amigo que quizás
pueda ayudarme. Eso si tú lo crees conveniente, claro...
̶ Sí, quizás sea una buena idea. Bien...
Te contaré qué hacíamos los niños en esos tiempos. Algunos trabajaban en la
agricultura, otros con el ganado, otros en la ladrillería y unos cuantos en las
casas de la ciudad. Había más de una. Pero, en todos lados, pasábamos mal en
general.
Algún día me gustaría contar las cosas
que pasamos en esos campos. Pero la vida se me está pasando y quizás no pueda.
Por eso... ̶ en este punto se le quebró
la voz.
̶ Por eso conservaste el libro... ̶ le
mencioné.
̶ Sí, claro. Es una prueba de lo que
pasó allí. Están anotadas incluso las defunciones. ¿Ves aquí esta señal? ̶ me mostró una cruz, apenas visible al
costado de un nombre, que estaba acompañada de una fecha.
̶ Interesante... ̶ le dije para
entusiasmarlo y que me cuente más.
̶ Pues eso indica que un niño o
adolescente murió. No era lo común. Pero sí las golpizas, el castigo. Y el
domingo íbamos a misa. Y ahí, a callarse.
̶ ¡Qué historia Jesús! ¡Qué historia!
Abuelo te agradezco que me hayas confiado todo esto.
̶ Bueno... Pero no pude hacer nada por
esos chicos. Por los que vinieron después de mí.
̶ Abuelo, cuenta esta historia.
Cuéntala. Cuéntala como cuando éramos niños nos contabas cosas mientras hacías
los bodoques. Seguro que tu historia, tarde o temprano, se conocerá como
"El libro del abuelo Jesús".
̶ Suena pretencioso. Me bastaría con que
se sepa y no quede en el olvido.
Pedro Buda
2016
*Este cuento forma parte del libro Criados... En la Tierra Roja
Puedes ver más libros de mi autoría en bubok Argentina
*Este cuento forma parte del libro Criados... En la Tierra Roja
Puedes ver más libros de mi autoría en bubok Argentina
Un cuento que dice la verdad es siempre una verdad que se abre a la vida.
ResponderEliminarDesgraciadamente siguen pasando estas cosas. Lo sabemos como lo sabía el abuelo Jesús. Pero está la voz de los escritores, la tuya, por ejemplo, para poner las palabras en pie y no dejar que venza el olvido.
Gracias Pilar. Creo que como ciudadanos, como testigos de nuestro tiempo podemos cada uno, desde su lugar, aportar algo para hacer de nuestra sociedad, el pueblo, la ciudad, un lugar mejor.
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