Cuando se instala esa oscura, informe masa, tan llena y tan
vacía, alrededor de mí, humana forma que teclea buscando los signos justos, es
que da comienzo una situación, aunque indescifrable, hermosa.
Los movimientos de mis dedos, los ruidos del teclado, los
sonidos propios de la noche, entiéndase emisiones sonoras de grillos, mosquitos
y también los humanos ronquidos, aullidos de canes, maullidos de gatos y gatas
se mezclan conformando un todo, sólo existente en medio de la noche.
En el invierno, chispean las leñas dentro de la salamandra,
que algunos llaman quema tuti, otros… no sé, acaso importa. Se queman las
leñas, se queman los árboles, se queman los tiempos, las alegrías, las
pasiones, los recuerdos, todo se transforma dentro de la oscura forma de hierro…
la noche.
La radio suena, surge de un modo parecido, aunque la percibo
algo diferente, porque las voces surgen a dos espacios del teclado, en el mismo
gris espacio del notebook.
Todo evoluciona, en un sentido o en otro, o será mejor decir que todo se mueve
en una dirección o en otra, sin que ello signifique evolucionar. No sé, pues no
veo más allá de lo que la luminosidad de la pantalla permite, pues todo, el
todo o nada, oscuro está.
La insondable noche, sin embargo, permite liberar mi
imaginación, y montada en ella, vago hacia el más allá, hacia el más acá de lo
que es posible percibir. Descubro el infinito tiempo que sigue a las finitas humanas
ocupaciones rutinarias que, dicen,
permiten vivir.
Así surgen mil setecientas un palabras que pueden, o no,
tener un significado para alguien más en este oscuro universo llamado “noche”.
Quizás otro ser sobrevuela mis ideas y ve más allá de lo que mis ojos pueden
hacerlo.
Walter – Pedro Buda
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