La carta del hombre de la silla -
(c) -
Walter Hugo Rotela González
Hace muy poco tiempo atrás me
contaron sobre un asunto que aún no sé si pasó realmente o no. Sin embargo, la
historia me resultó, por demás interesante. Por ello quise dejar testimonio de
lo que me contaron una soleada tarde de otoño.
Un amigo, que conozco de hace un
montón de años, me comentó, a propósito de un sistema cloacal que estábamos
conociendo, sobre otra cloaca y un sistema de túneles.
Nuestro sistema cloacal consta de
dos cámaras y un estrecho pasaje de conducto de media caña que lleva los
efluvios hacia el sistema de drenaje que pasa por el medio de la calle. Me
impresionó el tamaño de la cámara, puesto que nunca lo había visto antes.
Suponía que tenía cierta profundidad, mas nunca pensé que un hombre cabía allí
parado y que hubiese lugar para otra persona más allí, aunque de dimensiones
más pequeñas. Es decir, un recinto importante para albergar dos personas
pequeñas o una de tamaño normal y otra pequeña.
Mi amigo me comentó que en
realidad no era muy grande, que él conocía un sistema de desagüe cuyas
dimensiones permitían caminar dentro del sistema casi erguidos, en un trayecto
de varios metros, muchos en realidad.
Lo miré y le dije que no conocía
algo así, aunque sabía que en la ciudad existían lugares así.
Él me contó que realizando una
tarea de albañilería en una casa conoció un túnel de las dimensiones referidas
y que era accesible desde la casa donde realizó servicios de reparación. Pero
que ese acceso estaba en parte ocluido por una puerta que la mantenía casi
oculta. Y la historia referida por el dueño de la casa era también, de un modo,
algo que no revelaba por que sí no más. Pero que no era un misterio, sino, una
curiosidad.
Mientras avanzaba en su relato,
le fui sirviendo unos mates invitándole a que prosiguiera con la historia, que
prometía ser interesante.
Él, sabiendo mi gusto por conocer
historias de la ciudad, fue tomando una postura de quien tiene entre sus manos
una cosa importante.
̶
Mira, la cosa es que tenía que reparar una pared que estaba perdiendo el
revoque y arreglar el marco de una puerta trampa que estaba en el suelo de una
habitación.
̶ Entiendo… -le dije, buscando
que prosiguiera.
̶ Bueno, para poder reparar la
puerta, es decir, el marco de la misma, debía abrir la hoja de la puerta y
sacarla. Lo hice y mi sorpresa fue grande…
̶ ¿Por…?
̶ Bueno, había un tipo sentado allí. Es decir, no un
tipo, lo que quedaba de él. Un esqueleto sentado en una silla.
̶ ¿Cómo?
̶ Como lo escuchas. Un tipo,
claramente muerto, un esqueleto vestido, con ropas polvorientas, con mucha
mugre, sin olor ninguno apreciable.
̶ Y el
tipo, el dueño ¿cómo explicó eso?
̶ Me dijo que no me asustara. Que
él lo encontró allí cuando se puso a hacer reparaciones la primera vez. La
puerta trampa, está debajo de una segunda tapa de tablones que conforman el
piso de madera de la habitación. Por eso no reparó en la existencia de la
puerta sino hasta que un día, golpeando el piso, en una suerte de zapateo, lo sintió
hueco. Jugaba con uno de sus hijos y así lo descubrió.
̶
¡Qué historia…!
̶ Sí, el dueño de casa me contó
que si bien primero atinó a mantener todo en secreto, no pudo seguir sin saber
qué o quién era la persona que allí estaba. Es decir, sus restos.
Tomó coraje y con una linterna
entró a esa habitación, como lo creyó en un principio. Notó que además del
esqueleto había otras cosas: muebles pequeños, utensilios de cocina y algunas
herramientas estaban, cuidadosamente, colocados en pequeños estantes adosados a
la pared de un túnel, que continuaba más allá de los límites de su casa. Pero
no pocos metros, sino que mucho más.
̶ Me parece increíble, totalmente
increíble lo que me cuentas -le dije. Más mi amigo asegura que el lugar existe
y que el dueño de casa le contó más sobre el asunto.
Mi amigo entendió que lo que
estaba compartiendo sonaba totalmente descabellado y me explicó que también a
él le pareció así cuando el dueño de casa le refirió la historia.
Mas tenía sentido, lo que había
debajo de la casa de este señor no era una habitación, sino un túnel que fue
habitado por personas en un tiempo en que se desarrolló una guerra civil en la
ciudad, y que algunos hombres y mujeres tuvieron que esconderse en esos
túneles. Historia que yo conocía, pero jamás por un relato verbal de alguien.
En textos de algunos sobrevivientes aparecían relatos de lugares así, pero que
en nada semejaban lo contado por mi amigo.
̶ Como te decía -prosiguió mi
amigo. El hombre quería que le reparara
la puerta y tuvo que contarme la historia, primero para que no me espantara y
segundo para que terminara el trabajo. Investigó y descubrió que, en un pasado
no muy reciente, el lugar había sido ocupado para esconderse de una ocupación,
de un sitio de la ciudad. Las ropas estaban intactas, y ciertamente no era de
los sesenta o setenta, sino mucho más antigua. Por ello consideró que nadie
buscaría a esta persona.
Por otra parte, nunca había
sentido nada al respecto y creyó que si estaba allí y no molestaba, era como un
tesoro escondido, como una historia que estaba allí en el sótano de su casa. Un
día, un vecino le comentó que también tenía acceso a un túnel, que rellenó con
escombros y dejó cerrado el acceso. Años después, otro vecino, de dos cuadras
más al norte, también había encontrado acceso a un túnel que también rellenó y
cerró su acceso. Esto le corroboró que el túnel era más largo que lo que pensó en
un principio y que tenía como fin no sólo comunicarse, sino que había sido
usado para vivir, pues los utensilios encontrados así hacía pensar.
̶
¿Y el hombre de la silla? ¿Quién pudo ser? ¿Investigó el dueño de
casa?
̶ Sí, sí… pudo saber quién era.
Al menos había encontrado una carta que estaba en una caja. Te digo que el
lugar está seco, eso es increíble. Pues en general estos lugares son húmedos.
Sin embargo, esa zona no es húmeda, pues fui varias veces y nunca sentí
humedad.
̶ La carta ¿qué decía?
̶ Sí, la carta… Era una carta
para una mujer. Le escribía diciéndole cuánto la amaba pero que debía
permanecer oculto hasta que todo eso pasara. Que apenas cesara la revuelta él
buscaría la forma de contactarla. Firmaba al final de la carta, Theo R. Sin embargo, él nunca salió de allí.
̶
Y la carta tampoco.
̶
Cierto. No lo había pensado.
Walter Rotela
2014
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