Esto que seguidamente leerás, amigo
lector, es el fiel relato de lo que le sucedió a mi amigo Juan, según él me lo contó
una tarde, mientras tomábamos unos mates amargos en una plaza de Buenos
Aires.
Juan trabaja como enfermero en una
clínica céntrica de la ciudad y en otros dos lugares. Es uno más que si no
fuera por el multiempleo estaría pasando peor. Sin embargo, como todo ser
humano, se adapta o muere.
Una noche, Juan, después de su turno
como enfermero fue a acompañar a un paciente a una clínica cercana. Llegó sobre
las 21, 30 horas. El paciente tenía la cena servida pero no había tomado ni un
bocado. Juan se lo ofreció y el paciente lo miró por un minuto y luego
respondió que sí; pero sólo si también lo afeitaba.
Sobre las 22,30 el paciente había cenado
y lucía su rostro recién afeitado. Sonreía al ver su rostro en un espejo. No dijo
nada, sólo sonrió. Fue el gracias que aceptó Juan como recompensa.
El paciente era el único ocupante de la
habitación. Esto le brindaba una mayor comodidad. La empresa de salud cuenta
con un sector bip, para determinados pacientes que pagan por ese servicio
diferencial. Las habitaciones como ésta cuentan con una pequeña heladera, con bebidas, que puede
ingerir el paciente; además del clásico televisor con señales de cable. Para el
acompañante un cómodo sillón reclinable y mullido, y claro, el aire
acondicionado. Un placar que cuenta con luz interior y un baño muy cómodo, con
limpias toallas, casi como un hotel.
Juan dejó encendidas unas pocas luces
después de la cena. El paciente le pidió una almohada más. Se acomodó, miró a
Juan y le dijo: “De la juventud a la vejez” Juan no entendió nada, pero se
acomodó también al lado del paciente y esperó a que Marcos –el paciente- diera
el siguiente paso.
Marcos, efectivamente, dio el paso y
empezó a relatar -como quien cuenta un cuento- su propia historia. El relato de
cómo llegó a la gran ciudad para trabajar.
Juan estaba encantado de poder ayudar a
su paciente, de ser el interlocutor de alguien tan locuaz, que al principio
parecía hasta apático. Como que la cena, la afeitada le dio el envión,
necesario, para sentirse bien y compartir sus historias.
Un sin número de historias fueron
surgiendo, una a una, creando una atmósfera de recuerdos, sueños concretados y
un claro ambiente de camaradería, pues Juan reía tras el término de algunas
aventuras revividas por Marcos. En más de una oportunidad Marcos exhibía una
sonrisa también, pero en otras se colaba una expresión de pesar. Como cuando
recordó el sacrificio que significó para su esposa, que en la primera semana de
recién casados, vio partir a su flamante marido a la capital. Por motivos de
trabajo Marcos debió partir a la ciudad a fin de suplir a un colega por una
semana, pero esa suplencia se volvió efectiva y ella debió trasladarse a la
capital, junto a Marcos. Lo que no estaba en los planes de la pareja.
Así el tiempo fue pasando, y llegó la
una de la mañana. Juan, aunque veía animado a Marcos, entendió que era prudente
que intentara descansar. No era un hotel, sino un sanatorio, y seguramente a la
mañana siguiente, vendrían con los exámenes de rutina, la visita de los
médicos, etc., etc., etc. Fue llevando el relato hacia el final, pues al tiempo
que entusiasmado notó que Marcos lucía algo cansado. En casi tres horas Marcos
hizo un recorrido a lo largo de su entretenida vida. Hacía diez años que se
había jubilado, pero cada tanto pasaba a saludar a la gente de su antiguo
trabajo, donde pasó más de treinta y cinco años.
Marcos, cansado de tanto recordar, pidió
a Juan que dejara encendida sólo las luces más tenues que iluminaban la
habitación a la altura de los zócalos. Un chiche más de la habitación bip.
Marcos miró a Juan y le dijo: “Adiós
boy”. En tanto Juan le respondió. “Hasta mañana”.
Media hora después el paciente parecía dormir, con una sonrisa en los labios. Sin embargo Juan notó lago peculiar. Se
acercó y miró la piel del paciente. Notó la pilo-erección, palpó la piel fría,
sudorosa y notó que el tórax no se expandía regularmente. De inmediato tocó el
timbre de aviso a enfermería. No venían. Volvió a tocar. Se inclinó sobre el
paciente y levantó los parpados de Marcos y observó que sus pupilas estaban
dilatadas. Eran claros signos de que el paciente había entrado en shock. Marcos
estaba haciendo un infarto.
Llegó la auxiliar de enfermería y miró
al paciente por arriba y se fue. Marcos volvió a tocar el timbre.
Finalmente, tras un tiempo que parecía
interminablemente largo, apareció la enfermera jefe, la nurse. Miró al paciente,
levantó la pupila del paciente igual que lo había hecho antes Juan y le dijo a
la auxiliar: “El acompañante tiene razón, está entrando en paro”. La auxiliar
de enfermería no lo había notado, quizás por su poca experiencia.
Llamaron urgente a los médicos, y una
hora trabajaron en el proceso de reanimación de Marcos. Finalmente lo
trasladaron al Centro de Tratamiento Intensivo, adonde Juan no pudo ingresar,
pues estaba en calidad de acompañante y no era enfermero de ese centro médico.
Tuvo que dirigirse a la sala de espera
para acompañantes, en el piso intermedio, escaleras abajo, al final de un largo
corredor. Desde el recinto se veía la calle, el pasaje de autos desde un enorme
ventanal, sin embargo, adentro reinaba el más profundo silencio. Una máquina de
gaseosas tenía unas pocas luces encendidas que apenas iluminaban el lugar.
Diez minutos después de acomodarse Juan
notó que los otros dos acompañantes que estaban, dos mujeres, se dormían. La mujer mayor que estaba a su derecha, roncaba suavemente. La joven
que estaba a su derecha, si bien tenía los ojos cerrados, no dormía.
A las 2:15 horas Juan -lo supo porque lo
miró en el celular- notó una luz pálida, como una figura erguida al lado de la
máquina expendedora de refrescos.
Permaneció allí unos segundos, un minuto o dos, no supo estimar adecuadamente,
ni atinó a consultar la hora en el reloj nuevamente. Miró a las otras personas
allí, tenían los ojos cerrados. Ellas no pudieron ver lo que él. Una
representación como alguien de pie allí, justo al lado de la maquina. Apareció
y luego se esfumó, tan simple como eso.
A las 4 de la mañana Juan se dirigió al
C.T.I. Deseaba conocer sobre el estado de Marcos, el paciente a quien acompañaba
esa noche. El enfermero que lo atendió le dijo: “Se fue… murió a las 2:15. Se
avisó a la hija. Ella vino, pudo verlo y luego el cuerpo se derivó a la morgue.
Buenas Noches.”
A Juan le cayó la ficha, como a la máquina de
refrescos. Todo quedó claro: Marcos no dijo: “Adiós boy”; sino: “A Dios voy”. A
las 2:15 volvió a despedirse. Era “Marcos”, al lado de la máquina de refrescos.
Walter Rotela
2015
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