Una tarde, cerca de las siete y media, volvía del trabajo en el
ómnibus que me devuelve a la paz del hogar, del barrio, cada día. El chofer
venía tranqui y el guarda canturreaba la cumbia que pasaban en la FM. Casi
siempre la misma selección de temas musicales a esa hora. De pronto, todo se
precipitó, como una película de acción.
Yo viajaba en la última fila del colectivo urbano,
por lo que, primero escuché los gritos del guarda y después seguí, por espacio
de una cuadra, viendo la calle desde el ventanal trasero del coche. Eso fue
hasta que me bajé en la siguiente parada; porque reconocí el auto de un amigo
en el lugar, y me dije: “Tengo que bajar”.
El guarda gritó: “¡Qué animal!... ¡Qué animal!” Los pasajeros, que éramos del barrio en su
totalidad, nos inclinamos sobre las ventanillas para mirar. Un tipo, algo
pasado de peso, y grandote, robusto, estaba tirado en el suelo frente, en
parte, y al costado de un auto, que
reconocí como el de un amigo. Por eso fue que atiné a bajar de inmediato.
Junto conmigo bajó un Policía, que también, por
casualidad viajaba en el mismo coche. Éste intervino de inmediato en la
situación que estábamos siguiendo desde detrás de las ventanillas del
transporte urbano. Corrimos a la esquina y desde allí hasta la mitad de la
cuadra donde, el que estaba tirado, se incorporaba y, junto con otro hombre,
intentaba golpear a un joven que estaba montado en una bicicleta. ¡De no creer!
El tipo que, momentos antes, estaba tirado en el
suelo tenía, a la altura de la rodilla,
el pantalón roto y sangraba. Sin embargo, se arreglaba para tirarle unos golpes
al de la bicicleta que estaba de pie a esa altura y tan atónito como yo. Era
algo insólito.
Mi amigo estaba paralizado tras el volante de su
auto, con la mirada fija y sin poder hablar. Pero al ver al grandote
levantarse, acercarse al de la bicicleta y tirarle un puñetazo, salió como
tromba de su asiento, tras el volante. No lo podía creer. Un segundo antes, el
enorme tipo estaba tirado en el suelo gritando: “¡Hay! ¡Hay! La puta que lo
parió…”
Había salido de una camioneta, era el conductor del
vehículo. Salió sin mirar para atrás. Lo supe, entonces, pues me lo contó mi
amigo:
“Se bajó sin mirar y no pude esquivar…” Contó,
mientras volvíamos al coche suyo y se disipaba la cosa al costado.
El vehículo,
que conducía el hombre de la rodilla sangrante, se detuvo de golpe y el
conductor salió sin mirar, y fue cuando mi amigo lo envistió o lo tocó, porque
claramente no le dio de lleno, pues tras caerse volvió a levantarse y fue tras
el chico de la bici. Eso lo pude ver al estar cerca de la escena, corriendo
tras el Policía. Vi que le sangraba la pierna a la altura de la rodilla. Todo
se desarrollaba a una velocidad pasmosa. El Policía intervino separando a uno
de los agresores del chico -el acompañante del conductor- que también había
bajado de la camioneta, y sin reparar en
el caído, fue tras el joven para lanzarle un puñetazo. Éste impactó de lleno en
el rostro del sorprendido ciclista pero pudo mantenerse en pie. Una locura
total…
En minutos no quedó nadie en la calle, volvía el
barrio a la tranquilidad de siempre. Yo fui en busca de un mate amargo con la
patrona.
Dos días después
mi amigo mandó a reparar su auto. ¡Sorpresa! Nunca creyó él, y mucho
menos el mecánico, encontrar lo que vio y comentó así:
̶ Isidro… no
lo vas a creer. ¿Sabés lo que encontré en tu auto?
̶ No ¿qué?
̶ Un pedazo
de churrasco a medio podrir…
̶ ¡Qué! No…
yo no comí nada y tiré ahí.
̶ No… un pedazo de churrasco del bepi ese, el del
accidente.
Pedro Buda
Walter Rotela
2014
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Atte. Pedro Buda