jueves, 30 de abril de 2015

Don Orosindo

   A raíz del hallazgo, en una fotografía, de la imagen de una persona que caminaba por un bosquecillo que corre paralelo al río Cebollatí es que inicié la búsqueda de esa persona. "¿Cómo?, ¿de qué trata este relato?" –Estas podrían ser las expresiones del lector que se aventure a leer este texto. A él o ella, debo explicarle, que días atrás, al mirar unas fotografías tomadas en el interior de un bosquecillo que corre paralelo al río Cebollatí, en Uruguay, descubrí la presencia de alguien que, al momento de tomar la foto -de eso estoy seguro- no estaba.   
   En la mañana que paseaba por el bosquecillo la luz del sol se colaba entre el tupido entretejido de ramas, en forma de inclinados haces. En determinadas partes creaba un haz muy interesante, agradable. Permitía ver tanta gama de verdes que era como una explosión de color. El aire estaba algo húmedo, fresco, cargado de olores a tierra húmeda.
   Realicé varias tomas de ese mundo verde. Y digo "mundo"porque al interior del bosquecillo la atmósfera era otra, el silencio, los aromas... Todo era muy diferente al afuera, a la costa sin árboles, al camino de acceso.
   Haciendo compras en un pueblo cercano, conocimos a un lugareño que nos sugirió otros lugares para visitar, también a orillas del Cebollatí.  Como intercambiamos números telefónicos y direcciones de correo, tras el hallazgo de aquella imagen de una persona en la fotografía, lo contacté.
   El carnicero, de nombre Elías, respondió muy rápido a mi correo -apenas una hora después de enviarle mi primera nota. Lo que me contó superó mis expectativas.
   En su epístola Elías decía: 
                  "Estimado Pedro, supongo que el hombre que vio, perdón, cuya imagen registró su                     cámara, no es otro que el Don Orosindo.
                  Hace años que está desaparecido y suponíamos que vivía en los campos. Alguien más                 comentó, hace algún tiempo atrás, que creyó ver a una persona caminando a orillas del  
         Cebollatí, con sombrero de ala ancha y una bolsa colgada a la espalda.
                 Don Orosindo, hace unos siete u ocho años atrás, tuvo una gran decepción amorosa. Es o            era, el estanciero dueño de grandes superficies de campo, por cuyo interior corre libre el                   Cebollatí. Pero después de aquella desilusión desapareció. No se despidió, ni nada que se le                 parezca. Se lo tragó la tierra –decían los lugareños.
                Hoy que usted cuenta esto que vio, debo decir que coincide con el relato de esas otras                     personas  que vieron a un hombre bajito, de sombrero. Son las señas particulares de él. Es    
        decir, el viejo, aunque no pasaba de los cincuenta y pocos, era muy bajito, muy curtido por el            sol y el aire del campo, de las sierras. Andaba siempre a caballo y por ahí esa chuequera tan              característica de él.  Esto último lo ponía como una persona más baja que lo normal.
              Me temo, estimado Pedro, que usted fotografió nada más y nada menos que a don Orosindo.               Y  es  la prueba de que sigue vivo, vagando por los campos, sus campos.
             Espero estos pocos datos le sirvan para aclarar sus dudas.
             Respetuosamente lo saluda Elías.
            P. D.: Cuando pasen por estos lares, seguro que, si me avisan, les tendré algún carpincho pa´            ustedes".  
   No tengo, de momento, más que creer en los datos, en las referencias brindadas por Elías. Lo cierto es que las fotos con esa persona allí, en ese bosquecillo, son las únicas pruebas que dispongo.  

 Don Orosindo caminando






 Otra vez Don Orosindo en las sendas  








Don Orosindo alejándose 

martes, 28 de abril de 2015

Viaje a la ribera del río Cebollatí

Estimado lector, lo que estás a punto de leer en principio fue un simple relato de viaje, como corolario de una experiencia compartida con personas agradables. Un viaje a las costas del río Cebllatí. Serían unas notas simples sobre el viaje, la estadía, la escasa pesca, sobre el disfrute del singular entorno a orillas de un río bordeado por un característico bosquecillo y las serranías extendiéndose a lo largo  y ancho del territorio. Sin embargo, algo cambio eso.
   El río Cebollatí deja correr sus aguas entre rocas, piedras de mayor o menor tamaño, y riega los valles que se extienden hasta los límites que imponen los cerros.
   La vista descansa y la mente se deja adormilar por el suave murmullo del agua cruzando entre tanta piedra. Las aves se posan en los árboles o a orillas del río. Son habitantes permanentes: las bandurrias, los teros, gorriones, pavitas de monte que se pierden entre el follaje. Sobre las aguas pasan rozando algún Martin Pescador.  Muy por encima, a una altura a donde la vista apenas permite visualizar con claridad, cuervos de negras alas extendidas se deslizan sobre las corrientes de aire, cual si fuesen surfistas tomando una ola. Pero ese placer es solo de ellos, nosotros, los acampantes debemos conformarnos con verlos o fotografiarlos.
   Provistos de una canoa de fibra de vidrio, que hace agua por doquier, intentamos  circular, nosotros a nuestro modo, por el espejo de agua, cual si fuésemos aquellos curvos que vigilan desde la altura sus dominios. Y girábamos, en algunos momentos, no por voluntad propia, sino por capricho del agua o por nuestra impericia en el manejo de la embarcación.
   Todo esto veíamos y hacíamos, en el fin de semana, pero al mismo tiempo ocurría algo que estuvo fuera de nuestro conocimiento. En el bosquecillo que bordea el río, en su espesura, se movía uno de sus habitantes, pero al cual nunca vimos. De hecho, solo gracias a un par de fotografías que vi al repasar detenidamente todo el material registrado pude notar que no estuvimos solos en aquella zona. Alguien nos observaba mientras nosotros acampamos.
   En un par de paseos que realicé por el interior del bosquecillo nada noté, excepto rastros de visitantes ocasionales, como nosotros. Algunos de estos rastros eran bastante llamativos: ropa interior de hombres y mujeres, colgados en ramas de árboles, o sueltos en el suelo. No parecía que hubiesen llegado allí producto de una inundación o algo parecido. Algo sonaba raro.
   Pero, amigo lector, paso a detallarle lo que vi en un par de las fotografías. De las tomadas en el interior del bosquecillo de verdes musgos o grises algo azulados líquenes, variedad de verdes en las muy diferentes plantas que viven a expensas de las ramas de los árboles, cabe destacar las que capturaron un ser de forma humanoide. De lo que no me percaté en el momento de realizar las fotografías. En esos instantes breves que deambulé por allí solo noté los senderos, vestigios de fogatas, pero nada inusual. El o los senderos iban en todas direcciones, pero las que estaban más nítidas eran las que corrían paralelas al río Cebollatí, no así las que se internaban al interior del bosquecillo.
   Un hombre y su mujer, al poco de nuestra llegada, se presentaron como los ocupantes permanentes del campamento, casi dueños. En sus recorridas del río, en su búsqueda de presas inmovilizadas por trampas o espineles, ellos pasaban por allí.
   Cuando vi las fotos, al principio no creí, y menos porque al tomar las fotografías nada noté. Hoy con la evidencia en la pantalla del monitor creo, firmemente creo, que el verdadero ocupante, habitante permanente del campamento era este hombrecillo. Y digo hombrecillo porque calculando su estatura al compararla con los árboles, me da que debe medir cerca del metro cuarenta, poco más, poco menos. Pero ¿quién es? y  ¿por qué se mantiene oculto? Creo serán preguntas que dificilente pueda responder.
   Mis compañeros de aventura*: Hugo, Daniel, Eduardo, José "El Chino" y su hijo Samuel y Pedro nada saben aún de estos hechos, será para ellos na sorpresa, como para mí al ver las fotos en el monitor de mi computadora la mañana siguiente del regreso.
   
*Gracias por permitirme compartir con ustedes compañeros de aventura, ese fin de semana.   
   



















martes, 21 de abril de 2015

Esperanza... una forma de vivir

El 19 de Abril de 2015, como parte de las actividades para celebrar los 30 años del Coro Esperanza, de la Ciudad de Montevideo - Uruguay, se presentó el libro "Coro Esperanza 1985 - 2015 30 años de actuaciones". 

La reunión se realizó en la Casa de la Amistad, de la Iglesia Metodista del Cerro, a partir de las 17 horas. Como cierre del mismo se presentó el libro sobre el Coro Esperanza.
El escritor Carlos Omar Dive Quefau, quien ofició como maestro de ceremonia, presentó al autor y lo invitó a referirse sobre las motivaciones para escribir el texto y sobre el contenido. 
El autor (Walter Hugo Rotela)  mencionó lo que lo impulsó a llevar adelante el proyecto. Lo que en principio sería solo una nota periodística, o un reportaje, se convirtió en un texto que recoge las vivencias de la profesora Teresita R. Pizzorno, como las de los coristas -algunos con treinta años de pertenencia al mismo. 
Finalmente, el autor, agradeció a los coristas y a la docente por la oportunidad que le brindaron de registrar sus testimonios para armar la obra.
Las imágenes que se pueden apreciar más abajo testimonian algunos de los momentos más interesantes del evento en que actuaron: un cuerpo de baile, alumnos de órganos de la profesora Teresita R. Pizzorno, el Coro Esperanza y su fundadora.      



























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