Una tarde, mientras caminaba por
la ciudad, con mi hija pequeña de la mano, vimos a un hombre dentro de una gran
fosa.
El hombre parecía un ser pequeño,
un minúsculo grano de arena en medio un enorme médano informe. Casi
imperceptible, en medio del todo. Una pieza visible, sólo gracias a una suerte
de gracia celestial, puesto que sobresalía por delante de su rostro, un par de
gafas oscuras que no disimulaban su enorme nariz.
Lo miramos por un inacabable
minuto para luego olvidarlo para siempre. Sin embargo, en ese instante fue
imposible no verlo, pues cual cucaracha salía de la fosa, de una cloaca. Este
es un sistema que recibía las heces y orines de un importante edificio de
gentes significativas, que trabajaba en sus prestigiosos puestos del buró
central.
Casi disculpándose por su
presencia allí intentó esgrimir alguna frase o saludo, mas no fue así.
Simplemente seguimos, casi, sin mirar atrás.
Mi hija, sin embargo, miró una
vez más y dijo - casi balbuceando - ¿quién es él, papi?
̶ Soy yo, aunque no te des cuenta, soy yo –contesté, sin querer contestar.
̶ No, tú estás aquí. No eres tú.
̶ Soy yo, en un momento que aún no llega, pero está ahí, en medio del
espacio tiempo, en un cruce del camino, de las huellas del destino…
Walter Rotela
2014
Puedes leer también, en este blog <<Parte de su cerebro>>
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Atte. Pedro Buda