Dos
días atrás, una amiga me confió algo que le sucedió hace poco más de una
semana. Eran como las seis de la tarde y la noche empezaba a caer. Sí, la
gruesa capa de nubes teñía la atmósfera dejándonos a oscuras. Hacía frío y ella
tiritaba, casi balbuceaba. Primero pensé que por efecto del frío, luego
comprendí que era por algo más.
El fin de semana pasado había salido con
unas amigas a tomar algo y luego a cenar, después de ver una película. Fue el
clásico encuentro de amigas que se reúnen una vez al mes. Son un reducido grupo
de seis mujeres, de las cuales, sólo una no accedió a llevar la argolla en su
dedo anular. Al respecto suele decir: "No me agarran ni borracha".
Aquél fin de semana, cuando el reloj
marcó las 4 de la madrugada del sábado, decidieron despedirse y tomaron un taxi
tres de ellas. Las otras andaban en su propio auto e iban en direcciones
opuestas. Al despedirse nunca imaginaron lo que vivirían minutos después.
Jésica, la amiga que me relató lo
ocurrido, vive en una zona apartada, suburbana. Algo pasó cuando andaban por una
calle arbolada en sus márgenes, con los conocidos plátanos, cuyos troncos y
ramas semejan grandes manos emergiendo de la tierra. Más aún impresionan cuando
la luminaria le brinda ese aspecto rojo-anaranjado, con ese tinte a sangre, tan
característico de algunas zonas de la ciudad.
Iban por una avenida – relató Jésica – y
le pareció que avanzaban más lentamente que antes. Los focos de luz de la calle
parpadearon de repente. De hecho, se apagó toda una hilera de luces.
Llegaron a un cruce de la avenida con
las vías del ferrocarril cuando... Todas las luces se apagaron. En ese preciso
instante, un relámpago iluminó más allá de los árboles. Todo estaba anegado. El
agua cubría la superficie de los campos hasta donde ella podía ver. La lluvia,
los días previos, había caído sin parar.
Quedaron a oscuras. El motor del auto
hizo un raro ruido y se apagó. En ese instante el chofer bajó del vehículo.
"Pensamos que bajó a revisar el motor; pero no. El tipo siguió caminando
hacia adelante del auto, las luces lo alumbraban. Siguió hasta perderse de nuestra
vista. Nos había abandonado" –comentó mi amiga, casi tartamudeando.
El viento soplaba y de la sorpresa
pasaron a un estado de pánico. "Quisimos darnos ánimo, pero todo en
derredor era caótico". Habían ramas caídas, el viento soplaba con cierta
fuerza, rayos y relámpagos por doquier. Finalmente, las luces del coche se
apagaron.
̶ No es cierto –le dije. Estás
mintiendo.
̶ No... Salimos del auto y corrimos
hasta donde aún había luces sobre la porción de la avenida que habíamos pasado.
Ni un alma. Nadie andaba por la calle. El agua comenzó a caer con más fuerza.
El frío caló los huesos. Unos tipos se asomaron por una puerta que permitía ver
luz en su interior. Era un boliche donde los hombres se juntan a beber y jugar
al billar. Nos invitaban a entrar, nos hacían gestos para que nos acercáramos.
Buscábamos ayuda; pero... No, no parecía una buena opción ingresar al bar.
̶ ¿Y qué hicieron entonces? –Pregunté, a
esa altura muy interesado en lo que iba relatando.
̶ Seguimos caminando, de a ratos al
trote, pero el frío y la lluvia no nos permitía mucho más que unos pocos metros.
Finalmente, un patrullero nos vio. Y, cuando les contamos lo sucedido a los
policías, no nos creyeron. Sin embargo, nos alcanzaron a una parada de ómnibus.
Amanecía.
Tras contarme lo sucedido me explicó que
no entendieron ¿por qué el chofer salió del auto, del modo que lo hizo? O ¿Por qué se apagó el motor, las luces de la
calle y todo casi al mismo tiempo? Vieron en el informativo, al día siguiente,
que el auto fue encontrado donde ellas habían bajado, en tanto que el chofer,
apareció cientos de metros más adelante, muerto. Un rayo lo había alcanzado.
̶ Te juro –finalizó mi amiga− que le
grité al tipo, mientras se iba: "Que te parta un rayo"... Pero nunca
creí que...
Pedro Buda
2016
*Gracias Cristina y Verónica por compartir huellas... que luego adquieren estos formatos.