sábado, 15 de mayo de 2010

VI De regreso


Nuevamente alas 8 de la mañana, volví a subir a Black Horse. Me acerqué al cordón de la vereda, me puse el casco mientras mi hermana sacó una foto mientras dejaba escapar algunas lágrimas, como ocurre cada vez que nos despedimos. Era tiempo de regreso a Montevideo. La noche anterior había llovido. La temperatura a las 8 era ideal para iniciar el viaje. Sin embargo, esa misma noche, a 400 kilómetros de allí, me enteré mirando el informativo que en mi ciudad natal, habíase registrado la mayor temperatura del país, lo que fue 50 grados centígrados, y la sensación térmica llegó a 53 y más. Suerte que no lo sentí por haber salido de mañana temprano y tras una noche de lluvia. Las despedidas son siempre muy emotivas, por ello intenté acelerar apenas pisé el asfalto. Tendría todo el tiempo sobre la ruta para repasar la estadía, los afectos, las conversaciones, las charlas, los momentos compartidos. Pero cada kilómetro que recorría me insumía concentración. Igualmente, pude disfrutar el viaje. Ver el paisaje nuevamente era como repasar colores. Percibí en esa soledad la presencia de mi hermana, de mi madre, de mi padre, de esa tía cómplice con quien compartí, como otras veces, el pan dulce y el champagne o vino espumante, para ser más preciso. A media mañana descubrí un frondoso árbol y cargué combustible bajo su sombra. A pocos kilómetros de allí, estaba el otro árbol bajo el cual descansé en el viaje de ida. A mediodía llegue a la entrada a la ciudad de Resistencia y almorcé en un snack bar de una estación de servicio ubicada sobre la ruta perimetral de la ciudad por el lado norte. El parador cuenta con aire acondicionado lo que significa una importante ventaja. Allí escuche una canción que me recordó el asado compartido con los amigos de mi hermana, con el sonidista y su esposa, el otro integrante de la banda “Carlitos”, al popular “Checha”, al médico de la guardia y la joven que lo acompañó, a otros que estuvieron allí. Fue un momento importante porque pude conocer de cerca lo que ellos pensaban sobre su ciudad, su música, sobre lo que querían para ellos mismos… Pensé que son jóvenes que trabajan y estudian, lo que logran con su laburo invierten en equipos, en mejoras para su banda y son artífices de sus logros, sin esperar que todo venga de arriba, del poderoso sistema… Vi en esos jóvenes, esa noche, la esencia de otros que aprecié en videos que están en You Tube, que buscan mostrar su arte, su música, suman trayectoria y experiencia. Vi sus ganas, su capacidad de escucha, de asimilación de lo que hay en el mundo. Están al tanto de lo que pasa n el mundo, por amigos que se han ido, por la Internet, por lo que se ve en TV, no existe más el aislamiento, están conectados, están, cada día más integrados, pero no es fácil,, igual, salir adelante con proyectos. Lo cierto es que sueñan, juegan y concretan nuevas realidades, incluso, aunque tímidamente, van dando voz a otros, que por medio del artista, hacen oír sus voces. La siesta me encontró nuevamente en Empedrado. Busqué otro lugar para descansar, otra sombra y tras refrescarme continué la marcha. Los descansos fueron de mayores en cantidad pero más breves en duración. Kilómetro a kilómetro fui trazando un rumbo y rescatando otras huellas. Incitando a otros viajeros a compartir sus historias de caminos. Así llegué de tarde ala estación de Saladas. Antes hice un descanso bajo unos frondosos árboles bien altos y con abundante sombra. A ambos lados de la ruta, habían casas a esa altura de la ruta. Unas tres casas de muy humilde construcción, que enmarcaban el paisaje. A cada lado del sitio de descanso, unos hombres y unos niños cantaban o chillaban corriendo, como parte de un juego. Unos hombres mayores, ancianos, estaban sentados a la sombra de un árbol jugando naipes y contando algunas anécdotas. Se les podía oír claramente desde donde yo estaba. Sus voces retumbaban en la espesura de los árboles, de pequeñas elevaciones de tierra al costado del camino. En la estación de servicio a la entrada de Saladas, dos grandes motocicletas con chapas del Brasil llegaron conducidas por dos hombres vestidos totalmente con ropas de cuero negro. Uno de ellos de unos 50 años y el otro de unos treinta y pocos. Todo el que estaba en la estación se acercó para ver las motocicletas, para sacarles fotografías, y yo también. No eran más que dos aventureros como yo pero en unas motos más grandes. El sueño del pibe. Eran dos maravillas, grandes, vistosas y de aspecto muy cómodo. Los conductores se refrescaron en el parador, bebieron un par de bebidas al fresco del aire acondicionado, como cada uno de los otros visitantes llegados de distantes lugares. La voz del conductor de la televisión que sonaba dentro del bar parecía tan monótona que invitaba a descansar, a relajarse. El regreso no parecía tan interesante como la ida. Pero cada vuelta, cada curva, cada árbol nuevamente visto tenía un matiz diferente. Lo que noté cuando crucé la ciuda de Corrientes en la que viví por varios años. Quise comunicarme con una antigua amiga, pero no logré. Supe por el esposo que estaba de viaje y por ende no pude verla. Era como una especie de puñal, una herida que empezaba a sangrar. Me sentí un tanto triste en ese recorrido, hasta llega a la ciudad de Empedrado, donde volví a disfrutar, otra vez, del camino. Pero las huellas son las huellas. En el camino volví a ver a los empleados de estaciones de servicio que me reconocieron. Y fue bueno decirles adiós. La belleza de los campos verdes en esa zona era muy reconfortante. La meta del día era la ciudad de Mercedes, a donde llegué a esos de las 20 horas. Antes hice un aparada en la zona del camping y lugar de devoción del gaucho Gil. Era de tarde, el sol bajaba presuroso. La zona de camping estaba casi desierta. Pocas personas armaban sus carpas. Algunas mujeres vendían en los puestos sobre la ruta. Era ese el lugar más concurrido. En tanto que en el predio del camping poca gente quedaba. Gran cantidad de basura, botellas, vasos y bolsas eran la prueba suficiente de la inmensa cantidad de gente que había estado participando de la festividad en el día del santo y la semana entera. Una estación de Policía estaba a pocos metros del tinglado donde está la imagen del Gaucho, a cuyo costado está la cruz. Dos uniformados llegaron en una camioneta, minutos después que yo e hicieron una recorrida por la zona. Saqué mi máquina de fotos y recorrí el lugar también. Entretanto pensé sobre la posibilidad de armar o no la carpa que traía conmigo. Cabía también la posibilidad de hospedarme en el mismo hotel que durante el viaje de ida. Pasados unos 15 minutos comprendí que estaba muy cansado, que los baños estaban cerrados y no había un lugar donde comprar algo para comer. Era mejor, decidí, llegara la ciudad de Mercedes, Sin embargo, aproveche para visitar el estudio de la radio de FM del gauchito Gil, la 96.1. Pude registrar con la cámara fotográfica la cantidad de placas de agradecimiento, las chapas de automóviles, los banderines y cintas rojas con inscripciones de agradecimiento, las velas que se derretían y los vestigios de la multitud reunida. En el acceso al santuario la cantidad de locales de venta -es decir puestos ambulantes, de venta, techitos hechos con toldos y armazones de caños- era importante, abundante. En ellos había desde cintas para solicitar ayuda hasta otras de agradecimiento, estatuillas, recuerdos de visita, refrescos, comida, ropa y más. Estos locales de venta hacen que la entrada al sitio de veneración esté bien visible al venir por la ruta, pero hace difícil la circulación, el acceso y egreso, en un día de la semana festiva. El cansancio se hizo sentir, cada vez más. No lo pensé dos veces y me dirigí a Mercedes. Pude ver en el camino que había dos lugares más para acampar, pero la carencia de árboles los hacía poco favorables para dicha actividad, sin embargo, la cantidad de basura acumulada en sectores indicaba que hubo buena afluencia de personas. Cerca de Mercedes, es decir, cerca de la entrada pude ver carteles de pequeños hoteles, hospedajes, cantinas y almacenes, que de no ser por la actividades entorno a la imagen de Gil no tendrían sentido que estuviesen allí, uno piensa en un momento, pero no. No es así. En el acceso a Mercedes todo estaba tranquilo. Eran casi las 20 horas, había personas caminando, otras trotando o haciendo gimnasia como lo que vi la vez anterior. Me quedó claro que la gente aprovecha las inmediaciones de la ruta de acceso a la ciudad para esparcirse, practicar algo de deporte en horas de la tarde, cuando el sol lo permite. Grandes silos que se ven pocos kilómetros antes de la ciudad y después del Gauchito dan idea de la actividad agropecuaria de la zona, también contribuye a ello al exposición y venta de maquinarias en la calle principal de acceso a Mercedes. Sin embargo, el turismo es otra de las actividades, dado el buen número de autos de distintas partes de la Argentina que se ven circular por al ciudad, dentro de los cuales se ven personas de distintas provincias, a juzgar por su aspecto y formas de hablar. Hay en la zona distintas actividades que convocan al turista en distintas épocas del año a la región, como son la Fiesta Nacional del Chamamé en Corrientes, la Fiesta del Carnaval en Esquina, la Fiesta del Carnaval de Frontera en Paso de los Libres; la Fiesta Nacional del Pacú en Esquina; la Fiesta Nacional del Surubí en Goya en Abril- Mayo y un largo etc. donde se suman las fiestas religiosas, todas ellas posibles de conocer por medio de por ejemplo la pagina Web: www.turismocorrientes.com.ar/fiestas-eventos.htm La noche avanzaba, el sol se ocultaba lentamente. El regalo era un sol cayendo sobre los pastizales, lo que daba al paisaje un tinte amarillento casi rojizo con un techo de azul claro, no libre de nubes, pero esparcidas. Al llegar al hotel, el saludo con los presentes allí fue cordial, una clara bienvenida. La habitación que me tocó era la misma que la vez anterior. Enseguida me reconocieron y el trámite fue mucho más ágil que la otra vez. La cena fue diferente, pues concurrí a una pizzería que estaba sobre la calle principal frente a la Terminal. Desde una mesa en el patio pude disfrutar no sólo de lo que ocurría en la terminal sino de lo que hacían los jóvenes al pasear por la calle principal. Al regresar al hotel vi en el escaparate de uno de los locales de venta -aún abierto en la terminal- un conjunto de imágenes del gaucho Gil y un librito con la historia o leyendas del mismo. Dicho texto narra la leyenda del gaucho Antonio Gil y de otros que conforman la mitología de la región. Munido con este texto y otro que me regalaron en Formosa, intenté acercarme al pensamiento, a las costumbres y al quehacer de las gentes de la región tan asociada a Artigas, al prócer uruguayo que tan bien recordado es en Entre Ríos y Corrientes. Black Horse quedaría en la vereda como antes. El mismo joven que antes, se ofreció para cuidar el vehículo. Agradecí nuevamente y pude darle una propina al día siguiente. La noche afuera estaba calurosa, pero dentro de la habitación el aire acondicionado permitía descansar tranquilo. Hasta los mosquitos parecían dormirse, pero de apoco. La noche pasó sin novedad. El amanecer tenía algunas nubes oscuras esparcidas, a un lado y otro, del gran techo azul. El aire estaba límpido, tranquilo y apenas una suave brisa movía los pastos. Pronto llegué a la zona de veneración de san la Muerte y continué sin detenerme. Rato después llegué a un puente donde la banquina era más extensa, un camino partía desde allí hacia un lugar llamado Baibiene. En ese punto cargué combustible y disfruté de la belleza de la vista, del aire y el sol, del pasto apenas mojado por el rocío de la noche anterior. Un poco más de andar y llegué a una estación de servicio. El colorido era de un marrón pedregoso, amarillo rojizo y verdes claros que se extendían desde arroyos pequeños hacia los lados. El pasto seguía amarillento, corto, la lluvia llegaría pronto, pues las nubes estaban danzando en derredor. Cada tanto se veían cortinas de lluvia, perplejos, aún muy lejos. En la estación de servicio, me detuve a desayunar. Cargué combustible en el bidón de reserva. Fui a buscar al gomero para que revisara las ruedas que estaban bajas, pero aún parecía dormir. Sin embargo se levantó, en realidad ya se había despertado –comentó. Sentí que la moto tenía cierto movimiento lateral, quizás el viento incidía. Incluso el gomero confirmó que las ruedas tenían aire demás. Tuvo que desinflarlas un poco. Creí conveniente compartir con el hombre el desayuno, en gratitud por su colaboración. El cual consistía en unas cuantas chipas de fécula de mandioca, elaboradas por mi madre para que tuviese para el viaje. Fue una buena idea. El lugar de trabajo del gomero era también su vivienda, muy humilde por cierto, pero en kilómetros a la redonda no había otra y quizás es un medio de vida que le permite subsistir. Su vivienda tiene un alero de chapas de cartón que hace las veces de taller, de techo para las herramientas, hace las veces de área de descanso. Este hombre, era la encarnación de esa idea de que, en derredor de una estación de servicio puede nacer un poblado. Un rato después de verificar que todo estaba en orden volví a subir a Black Horse y proseguí. Volví a cruzar por la zona algo lúgubre y de caminos en mal estado que días atrás había cruzado en sentido contrario. Era de día y no tuve mayor dificultad. Había lugares con arbustos de apariencia seca, con un pasto amarillento muy ralo que hace pensar en los paisajes africanos. Sobre las 10:15 horas llegué a la zona del cruce de ruta de la 119 con la 14, o sea la zona de acceso a la ciudad de Curuzú Cuatía. Allí descansé y vi mucha gente tomando refrescos, litros y más litros de agua. El sol, las piedras sueltas por la construcción de la nueva ruta 14, es decir, el trazado paralelo, hizo de ese tiempo y espacio, un momento agitado. A eso se le sumó el importantísimo tráfico que había, camiones, autos, tractores tirando zorras cargadas de naranjas y limones. Muchos, muchos camiones circulando en un sentido y otro. Los operarios que trabajaban en la construcción del tramo paralelo de la Ruta 14 lucen anteojos oscuros en su mayoría, además de ropas claras para contrarrestar el sol. Los conductores que manejan las moto niveladoras que esparcen la cal usan tapaboca como los operarios que están sobre el piso, todo esto incrementa, seguramente, la temperatura corporal y se deshidratan con mayor velocidad. Esta ruta será como una duplicación de la actual, permitiendo más espacio y menos peligrosidad, los que vienen en sentido contrario lo harán por una vía paralela separada por un cantero central; similar a lo que ocurre con un tramo de la ruta 1 en Uruguay. Sobre la motocicleta, si bien el calor se siente, quizás parece menos por el viento, a menos que la zona de ruta sea más al norte, donde el aire parece fuego en los días de verano. Pasando le medio día, un poco después del medio día me detuve en una estación de servicio. Tenía una disyuntiva en ese momento, almorzar allí o llegar al parador cercano a Mocoretá. Como todo parecía tranquilo, venía bien y el motor respondía más que bien, la temperatura parecía estar bien, proseguí hasta Mocoretá. El lugar, además ya lo había conocido a la ida a Mercedes –meta del segundo día de viaje a la ida a la Vuelta Fermosa. Llegué a ese lugar un rato después y en vez de ir al parador, opté por conocer el snack-bar de la estación. Había milanesa en dos panes y era suficiente para mí. Utilicé los buenos baños del lugar, refresqué mi alma, además de mi cuerpo. El calor era imponente. ¿Por qué eso de refrescar el alma?... pues porque en el refrigerado sitio había un hombre que tras iniciar una charla relacionada con la carrera que se llevaba a cabo al sur del país, nos metimos de lleno a hablar de mi viaje y de las motos que había tenido esa persona, un tipo joven, que había realizado viajes como los míos, con motos similares. Pero me aclaró, que sus viajes fueron de menor distancia, pero con las mismas ganas que le parecía tener yo. Compartimos nuestras anécdotas. Él había viajado por la Mesopotamia Argentina, junto con un amigo. Había salido en busca de unas cataratas que cortan el río de forma longitudinalmente, no las más conocidas que lo hacen de modo perpendicular. Años atrás había oído hablar de que existían esas cataratas y ahora, esta persona me contaba más sobre el sitio. Las cataratas sobre el río Uruguay se ubican paralelas al cauce del río; pero –según relató- no pudieron acceder a las mismas. Lo irónico es que estuvieron a escasos 100 metros de la costa, pero no pudieron llegar debido a la maleza, a los pastizales muy altos que hay en la costa, el sotobosque alto era impenetrable para ellos en las condiciones de anegamiento, además, en que estaba todo. Le tocó días de abundantes lluvia pero querían llegar, mas no pudieron y tuvieron que regresar sin llegar a la meta. Lo bueno de la conversación fue compartir el gusto por recorrer los caminos montados en motocicleta. Ambos estábamos en la mediana edad, él tomaba una cerveza y yo una gaseosa, porque tenía que seguir conduciendo, en tanto que él, volvía a Mocoretá, a 5 kilómetros de allí. Mi motocicleta estaba, como la vez anterior, bajo la sombra del gran techo de la estación de servicio. Un ómnibus esperaba en la puerta del parador a un grupo de personas que terminaba de almorzar. Pasaban del local refrigerado al cálido aire del ambiente, y de allí al ómnibus, también con aire refrigerado. La siesta invitaba a descansar; pero debía seguir, me faltaban unos 100 kilómetros para la meta del día, la ciudad de Salto, en la República Oriental del Uruguay. Sentía que llegaría temprano a la ciudad, esta vez. Había descansado al almorzar en ese lugar refrigerado. El camino, la tierra, el paisaje era todo y más de lo que esperaba; pero faltaba poco por llegar a tierras charrúas. Sentía que debía empezar a despedirme de las tierras argentinas. Claro que no me parecía tan emotivo como cuando, en horas de la siesta también, cruce por tierras de la ciudad de Corrientes. Esa ciudad donde viví durante un poco más que un lustro, donde hice amigos nuevos, trabajé, donde tuve mi primer emprendimiento laboral. También desde allí partí a mi primera aventura de viaje, cuando fui a Jujuy en el ’87. Allí se gestó la idea de crear ficciones, escribí mi primer cuento y colaboré con un programa radial de una emisora alternativa. Corrientes fue mi segunda patria chica, mi segundo nacimiento se dio allí. Porque uno nace cuando se redescubre a sí mismo, y lo hacemos siempre. Nació mi vocación literaria y el gusto por la comunicación de medios, y cuyo estudio tomó forma después en Montevideo, aunque las primeras averiguaciones las hice en Corrientes. Era el principio de lo que luego di forma en tierras charrúas. Quizás es cierto eso de que Corrientes tiene payé. Uno no la olvida, así por que sí. Corrientes es hogar de amigos y amigas que supieron compartir momentos buenos y malos, duros, tristes, amargos y también llenos de alegría y ricos de esperanza. Algunos los he vuelto a encontrar en la red de redes. En Corrientes se comparte el mate, se conversa por horas, se estudia, se disfruta la música y se tejen sueños que no se rompen por el paso del tiempo, maduran quizás, pero se conservan. Esa es la magia del Taragüí. En eso iba pensando mientras recorría los últimos 50 kilómetros de camino, antes de la represa de Salto Grande, de la frontera, del río. A cada lado del camino se veían plantaciones de árboles frutales, cítricos, arándanos –todos protegidos por una doble fila de eucaliptos o coníferas. Su inconfundible fragancia hacía del recorrido un paseo, un exquisito paseo más que un simple andar por un camino. Esa es la sensación que produce andar esos caminos entrerrianos. Una copia, casi, de lo que se da a la misma altura, del otro lado del río. Son lugares privilegiados por la naturaleza, no me cabe la menor duda. Es claro que toda la zona tiene mucho para dar y hay personas con capacidad y ganas de emprendimiento para trabajar dichas tierras. Aunque, también hay oportunistas, como algunos que explotan la tierra y a los trabajadores, pagándoles sueldos miserables, teniéndolos como esclavos, según tuve la oportunidad de escuchar de boca de trabajadores gaviotas en zonas de Corrientes y Entre Ríos, durante el transcurso del mismo año 2009. Pero esa es otra historia, aunque no menos importante. Además de plantaciones de citrus hay apiarios, actividades ganaderas, se produce gran cantidad de productos artesanales comestibles y de adornos. Una muestras hay en cada estación de servicio que hallé en el camino, pero hay un lugar que destaca en el entronque de la 14 y donde se exhiben cueros curtidos, miel, dulces, y quien sabe qué mas. En plena tarde llegué a la primera estación de servicio del lado Argentino de la represa. Tomé la última merienda, compré el último vino y me dejé deslizar en la moto, en bajada, hasta la represa, hasta el control aduanero. El calor aún estaba presente. Eran las 5 de la tarde, cuando llegué al control. Lentamente me acomodé en el estacionamiento. Había gendarmes apostados por el camino, entre la estación de servicio y la represa. Mientras me sacaba el casco, dos personas se aproximaron a mí. Uno era un periodista con micrófono en mano y el otro un camarógrafo de un medio local. Me requerían para una breve nota. Accedí. Me preguntaron que pensaba sobre los cortes de ruta que se disponían a hacer unos piqueteros, ciudadanos entrerrianos. La respuesta fue concisa. Dije que los piqueteros tienen el derecho a hacer su manifestación; pero también el resto de las personas tenemos el derecho de por circular libremente por los caminos. Tras recorrer el mostrador de la gendarmería, seguí con la parte de Aduana, la revisación de bolsos y del vehículo. El agente era orieundo de Formosa, era como una despedida hecha a medida. Me hicieron bromas los jóvenes agentes por la distancia recorrida en mi motocicleta, lo que provocó sonrisas en los pocos presentes ahí. Minutos después, Black Horse cruzaba la represa, el aire estaba impregnado de aromas a eucaliptos, a coníferas. Desde la represa vi cómo el río se extiende a uno y otro lado, las dos riberas, los dos países, los dos pueblos que un día decidieron trabajar juntos y lograron esta maravilla de ingeniería hidráulica. Cuanto más –se me ocurrió pensar- podrían lograr si emprendieran juntos, en vez de pelear, proyectos comunes, que sirvan a todos, más allá de los vecinos. El gasoducto es un caso, pero hay mucho, mucho más para hacer juntos, en común. La actividad turística es muy importante, puede se más efectiva aún, por ejemplo. La ciudad de salto surgió entre las colinas, agradable, tranquila, mansa. Como conozco la ciudad, simplemente me dirigí a la casa de mis anfitriones salteños: Julio y Rosario. Era una tarde calurosa, muy calurosa. Mis anfitriones habían organizado un asado junto a sus amigos y estaba yo invitado. La sed se calmaría con cerveza, como debe ser. Y quise de algún modo compartir algo con los comensales. Traía harina de maíz para preparar una sopa paraguaya, así que cuando trajimos las cervezas también conseguimos cebollas y queso, además de leche. Quise convidarlos con una comida típica paraguaya que se consume en su zona de influencia. Es una torta salada cuyo principal ingrediente es la harina de maíz, a lo que se le agrega cebolla, queso, leche, sal y aceite. Una especie de fainá –dirían los comensales esa noche, en Daymán, ciudad de Salto. Durante la cena algunos probaron de primera, otros sugirieron que habrñia que agregarle pimienta y otros condimentos. Todos, sin embargo, esa noche disfrutamos de una agradable cena, asado con ensalada, chorizos… La comida fue la excusa ideal para reunirse y compartir. Una sana costumbre. Pensando sobre eso, esa noche, antes de dormir, me dije a mí mismo, que era la frutilla de la torta en la aventura que había empezado el 2 de enero de 2009. Eran unas verdaderas vacaciones, con reuniones de amigos, paseo por lugares maravillosos dentro del Uruguay y de Argentina, descanso del ruido habitual y de la rutina diaria. Se terminaba otra etapa del viaje. La noche estaba cubierta por una gruesa capa de nubes, pero las esperadas lluvias se seguían haciendo esperar. Era el comentario de la jornada. Entre chorizos y asados, se discutió sobre el tema, pues esta gente recorre los campos y comentó que veían animales muertos por doquier, que la gente debía perforar más profundo para hallar el vital elemento. Contaron de las aguadas secas, de la tristeza en los campos, de la gente que esperaba lluvias en la primera quincena de enero. Al día siguiente, recorrería mis últimos 500 kilómetros de viaje. Estaba agotado, pero muy feliz. A las 7:45 de la mañana volvió a sonar el despertador del celular. La línea argentina se interrumpiría en instantes más y sólo quedaría la línea uruguaya. Una despedida más. Empezaba la última jornada de regreso. El aire estaba templado a esa hora de la mañana, los colores que no pude ver la noche que llegué a Salto -en el viaje de ida a la ciudad de la Vuelta Fermosa- ahora sí. Pude disfrutar de todo lo que la oscuridad de la noche impidió. Tanta maravilla de colores que me propuse volver y recorrer con calma cada sitio, cada lugar en las costas orientales del Uruguay a la altura de Salto a Paysandú. Un viaje imperdible, inevitable, seguramente muy conocido por muchos. Quise conocer la meseta de Artigas, pero distaba a unos 15 kilómetros de la ruta, y era un camino de balastro. Pensé que me demoraría y no fui. Fue, desde ese instante, algo pendiente por conocer. También la Gruta del Palacio en cercanías de Trinidad. El Uruguay, siempre lo digo a los amigos y conocidos, tiene tanto para ver y disfrutar en tan pocos kilómetros, es un país con tanto para ver dentro de cortas distancias. Tan es así que hay un hombre, que lo recorre a pie, lleva en una carretilla todos los elementos indispensables y empuja, cada día algunos kilómetros más, su carretilla. Muchos son los que lo han visto, lo han ayudado o le han acercado algo para comer. Muchos comentan a una emisora de alcance nacional sobre su paradero cuando lo ven, en alguna de las rutas uruguayas. Cuando pasé por Andresito, mucha gente esperaba al Pepe Guerra en su última presentación como solista, ante la posible reunión con Braulio López, tras muchos años de no actuar juntos.

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Atte. Pedro Buda

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